Noruega – verano de 2011

Antes de comenzar a escribir me encontraba haciendo una selección de fotos para esta entrada. Al terminar, me he dado cuenta de que había seleccionado 164 fotos. Este hecho refleja muy bien lo que es Noruega. Un lugar de una belleza inimaginable, con una variedad de paisajes sin parangón en Europa. Cada uno de los 10 días que estuvimos recorriendo el país (realizamos algo más de 2.700 kilómetros en coche, sin contar distancias en ferry) nos presentaba una nueva joya.

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En primer lugar he de resaltar una cosa: no recomiendo a nadie visitar los fiordos en crucero. No es que haya realizado un viaje de este tipo por allí (ni en ningún otro sitio), pero viendo las planificaciones que ofrecen y por el precio que lo hacen, me parece una visita descabelladamente superficial de la zona. Aunque sea más cansado, el coche da un poder de improvisación que el crucero no te da. Permite llegar a muchos sitios incluso más bonitos que los que se suelen visitar en un crucero y -esto lo considero extremadamente importante- da la posibilidad de ir a los sitios turísticos fuera de los horarios de visita de los cruceros. Esto último hizo que viéramos muchos de los sitios más emblemáticos del país prácticamente solos.
Si hay alguien dudando entre las dos opciones, al finalizar la lectura de esta crónica recomiendo buscar un recorrido estándar de un crucero por los fiordos y comparar con lo que aquí se detalla.
Un compañero inseparable de un viaje en coche por los fiordos es el ferry. Bordear un fiordo puede llevarnos horas, por lo que hay muchos puntos en los que se puede atravesar estos antiguos valles en menos de 10 minutos.

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El 30 de julio volamos desde Alicante a la pequeña localidad de Haugesund. El vuelo salió con cuatro horas de retraso por problemas mecánicos, por lo que el fantasma de la cancelación estuvo dando vueltas junto a nosotros por el aeropuerto. Recuerdo la frustación que sentía durante esos largos minutos. Estuve durante meses preparando el viaje y parecía que se iba a ir todo al traste en el último momento. Incluso estuve ya planificando en el mismo aeropuerto un viaje alternativo a los Dolomitas saliendo en coche al día siguiente (al final fuimos allí este verano pasado). Por suerte al final el avión pudo partir.
Tuve que modificar algo la ruta a nuestro primer destino (Stavanger), eliminando un par de pueblecitos que pretendíamos visitar. Stavanger es una pequeña y bonita ciudad portuaria, la más importante del sur del país después de Oslo.

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Llegamos al país escasos días después de la matanza que se produjo aquel verano en un campamento. Dos chicos de la ciudad habían muerto en ella, y en la puerta de la catedral se les rendía homenaje.

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Lo más bonito de la ciudad son el casco antiguo con sus casitas de madera blanca, la zona del puerto y la zona del lago a orillas del ayuntamiento. Por aquellas fechas la cantidad de gente por el centro era bastante grande. Debían ser fiestas porque había un escenario en el puerto con grupos tocando.

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Hacia las 6 o las 7 de la tarde abandonamos la ciudad y cogimos el ferry hacia Tau. Desde el pueblo, en menos de una hora se llega al Preikestolhytta, donde dormiríamos para a la mañana siguiente ascender al famoso Preikestolen. El día 31 amaneció con las nubes muy bajas. El entorno del alojamiento es espectacular.

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La subida hasta el púlpito lleva entre 1:30 y 2:00 y, salvo un tramo, no es excesivamente dura. Durante el recorrido hay pasos bastante aéreos, aunque nada tan imponente como el destino de la excursión.

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El Preikestolen es sencillamente uno de los sitios más increíbles que he visitado en mi vida. Todavía recuerdo asomar únicamente los pies al borde y sentir cómo me temblaba todo el cuerpo. Bajo ellos se presentaba una caída de 90 grados y de más de 600 metros al Lysefjorden.

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Hay poco que añadir a las fotos, salvo que incluso no le hacen al lugar toda la justicia que debieran.

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Tras cerca de hora y media arriba, iniciamos el descenso para coger el coche. Ante nosotros se presentaban una tarde de bastantes kilómetros, en la que recorreríamos algunos fiordos hasta alcanzar el valle de las cascadas, en el cual destacan las majestuosas cascadas de Latefossen.

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El valle termina en Odda, una población en el extremo sur del Hardangerfjorden. A orillas del fiordo estaba nuestro alojamiento, una cabaña en el camping Lofthus, en la población del mismo nombre. Al otro lado del fiordo asoma el glaciar de Folgefonna, creando una bella estampa.

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A la mañana siguiente partimos hacia la cascada de Voringfossen. Una espesa niebla cubría todo el valle, por lo que decidimos adentrarnos por el plateau del parque nacional de Hardangervidda y volver cerca de dos horas después, esperando que la niebla se hubiese disipado.

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Este son el tipo de cosas que no te permiten los viajes organizados. Vimos llegar autobuses a primera hora de la mañana que tuvieron que abandonar el lugar sin que prácticamente se vislumbrara el fondo del valle. Por nuestra parte, cuando volvimos cerca de las 11 de la mañana pudimos disfrutar del lugar en condiciones, aunque las nubes seguían presentes.

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Tras un buen rato contemplando el lugar, descendimos hasta Eidfjord para comer allí, coger el ferry que cruzaba el Eidfjorden y continuar nuestro camino hacia el norte. De camino a Gudvangen, donde teníamos cabaña para tres días, paramos en la cascada de Tvindefossen. Una lástima no haber hecho noche en el camping que hay a sus pies.

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De cualquier modo, no nos podíamos quejar, ya que nuestra cabaña estaba emplazada en medio del valle de Naeroy, a menos de un kilómetro del comienzo del Naeroyfjorden, fiordo patrimonio de la humanidad.

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Esa misma tarde aprovechamos para acercanos a la bahía de Flam, lugar en el que suelen atracar los cruceros para coger el ferry que recorre el Naeroyfjorden y el Aurlandsfjorden, así como el famoso Flamsbana, el cual nosotros decidimos no coger. Habiendo leído reseñas y viendo fotos decidimos finalmente no dedicarle una tarde. Pero lo decidimos allí mismo. Tras haber visto Voringfossen, Tvindefossen y Latefossen creímos que la visita con el tren no nos aportaría nada diferente ni mejor. No podemos comparar porque no llegamos a cogerlo, pero creo que hicimos lo correcto, sobre todo teniendo en cuenta su exagerado precio (45 euros ida y vuelta).

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A la mañana siguiente cogimos el ferry que recorre el Naeroyfjorden y enlaza con Sognefjorden para llegar hasta Kaupanger. Al Naeroyfjoden no pueden acceder los cruceros. De hecho, es el fiordo navegable más estrecho del mundo. A mí me parece el fiordo más bonito de todos los que visitamos. Resulta increíble tanto lo escarpado de sus paredes, por lo estrecho que es, como el reflejo del paisaje en sus tranquilas aguas. Toda una maravilla de la naturaleza.

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Tras desembarcar en Kaupanger continuamos hacia el norte para visitar el primero de los brazos del glaciar de Jostedal a los que nos acercaríamos a lo largo del viaje. Se trata del glaciar más grande de Europa continental, con 487 kilómetros cuadrados. Los alrededores del glaciar son espectaculares, sobre todo por la parte de Stryn. Por el lado opuesto podemos encontrar Nigardsbreen. Era la primera vez que me acercaba tanto a una lengua de esas dimensiones y fue una experiencia única.

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El último destino del día fue nuestra primera Stavkirke (iglesia noruega de madera, de origen medieval), la más bonita según las fotos que había visto preparando el viaje. Se trata de la iglesia de Borgund. Estas iglesias han sufrido diversas restauraciones, ya que casi todas ellas datan de entre el siglo XII y el siglo XIII y están hechas en su totalidad de madera.
Para la vuelta, cruzaríamos por primera vez el túnel de carretera más largo del mundo, el de Laerdal, de 24.500 metros. Ahora veo esa distancia y lo primero que se me ocurre es que es algo más que la media maratón. Lo que a su vez me hace pensar: ¡Ojalá hubiera tenido ya por entonces la afición de correr! La de recorridos increíbles que podría haber hecho….

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Para el quinto día del viaje estaba planeada una ruta circular en la que visitaríamos varios puntos de interés. Pese a que suelo dejar algo de espacio para la improvisación en los viajes (algunas tardes sin especificar, un par de opciones para alguna mañana, etc.), siempre me informo mucho y suelo tener bastante claro los sitios clave que quiero visitar. La mayor parte del viaje salió perfecta, sólo recuerdo un par de fallos que comentaré más adelante, aunque ninguno fue relevante.
La mañana comenzó en Hopperstad, donde se encuentra otra de las más famosas Stavkirke. Era bien temprano, sobre las 8 de la mañana, como bien queda reflejado en el paisaje. Los días eran muy largos, amaneciendo a las seis de la mañana y apagándose el cielo sobre las once de la noche.

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Hopperstad nos cogía de camino para el que sería uno de esos puntos clave del viaje: el ferry que recorre el fiordo de Fjaerland, empezando en Balestrand y terminando el recorrido en el pueblo de Fjaerland, el cual se encuentra a los pies del glaciar de Jostedal. Balestrand es un pueblo muy interesante. Su privilegiada posición lo convierte en un mirador perfecto para contemplar el Sognefjorden hasta donde alcanza la vista, ya que éste -uno de los fiordos más grandes del mundo- se adentra más de 200 kilómetros hacia el interior desde el mar.

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Fjaerland no decepciona. Conforme se adentra el barco hacia el final del fiordo, el glaciar de Jostedal comienza a crecer en el horizonte, convirtiéndolo en un fiordo diferente al resto. Por la zona, una vez que salimos con el coche del ferry, se pueden visitar dos brazos del glaciar, destacando entre ellas el de Boyabreen, bajo el que nos paramos a comer aquella mañana.

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Después de Boyabreen, nos acercamos a la lengua de Supphellebreen (bonito nombre).

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Tras visitar la zona, nos encaminamos hacia Kaupanger, donde visitaríamos su Stavkirke.

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De vuelta hacia Gudvangen, esta vez tomaríamos la Snovegen, es decir, la carretera de la nieve. Fuera del periodo veraniego, la carretera permanece cerrada al volverse impracticable por la acumulación de ésta. En agosto no es que hubiera precisamente mucha nieve, aunque sí que había en algunos tramos bloques de casi dos metros en el arcén. De cualquier modo, resulta una gran alternativa al túnel de Laerdal. La carretera no es precisamente ancha, como la gran mayoría de las carreteras del país que se salen de las principales.

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El último punto de interés de regreso a Gudvangen sería el mirador de Aurland, que se encuentra cuando ya está finalizando la Snovegen. Desde él, se tiene una vista magnífica de la bahía de Flam y el Aurlandsfjorden. Las fotos tienen algo más de luz de la que había realmente, pero aún así no está nada mal sabiendo que eran alrededor de las nueve de la noche.

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El sexto día sería el más largo del viaje. Llegamos de noche a la cena y eso en Noruega en agosto es bastante complicado. Se trataba, como la gran mayoría, de un día de muchos kilómetros, mientras continuábamos nuestro camino hacia el norte del país.
Cerca de las 8 de la mañana abandonábamos nuestra cabaña en Gudvangen y nos dirigíamos a Undredal, un pueblecito que se encuentra a medio camino entre Gudvangen y Flam y que se encuentra a orillas del Aurlandsfjorden.

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Este tramo de nuestro avance hacia el norte contenía un punto de paso obligatorio para la gente que recorre en coche el país, ya que se  trata de la carretera más turística de éste. La Sognefjellet o carretera de los sueños, cerrada todo el año salvo en los meses de verano, en los que la nieve da una tregua. Desde esta carretera se tiene una vista privilegiada del parque nacional de Jotunheimen, donde se encuentra el pico más alto del país: el Galdhopiggen, de una altitud cercana a los 2.500 metros. La verdad es que es imprescindible si se tiene la oportunidad de visitar el país a las cuatro ruedas.

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Desde la carretera se baja por un valle que transcurre a los pies de Jotunheimen hasta enlazar con la localidad de Lom, en la que visitaríamos nuestra última Stavkirke. Desde Lom giraríamos hacia la izquierda para encaminarnos hacia Stryn, atravesando un valle muy bonito. Nos hubiera gustado parar, pero llovía considerablemente. De esta zona me quedo con ganas de haber recorrido la Strynefjellsvegen, una carretera de montaña que realiza un recorrido por las faldas del glaciar de Jostedal. Este es uno de esos dos fallos de planificación, ya que la carretera resultaba muy accesible desde donde estábamos. Nuestra siguiente cabaña -para otros tres días- estaba en el camping Mindresunde. Probablemente el alojamiento más bonito, a orillas de un lago de agua de deshielo, y paradójicamente el más barato con diferencia.

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Como todavía era medianamente pronto, decidimos hacer una incursión por alguno de los valles que se adentran hacia Jostedal. El elegido fue el de Lovatnet, que recibe su nombre por el lago que alberga. Algo que nos cogió por sorpresa es que al final del valle se encuentra una de las cascadas más grandes del mundo, Ramnefjellfossen, con 818 metros de caída. Es la de la foto de la derecha.

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Sin embargo, fue al final del valle donde nos llevamos la mayor sorpresa del viaje. Decidimos adentrarnos porque sí, y nos encontramos con la lengua de Kjenndalsbreen. En la última foto de la derecha aparece mi hermano, con el que se pueden comprobar las proporciones del lugar. Encontrarnos solos allí le dio un aspecto todavía más increíble a aquel «descubrimiento». También es que eran las 10 de la noche…

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Como nos quedamos embobados por la panorámica, perdimos un poco la noción del tiempo. Gracias a ello pudimos disfrutar del anochecer a orillas de Lovatnet, cuando el reloj marcaba cerca de las once de la noche.

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Para el séptimo día de viaje estaba reservada la visita al fiordo más turístico -partrimonio de la humanidad-, el Geirangerfjorden. Creo que a todos nos decepcionó en mayor o menor medida. Pese a que es muy bonito, creo que dos cosas corrieron en su contra. El día amaneció muy gris, lo que hizo que los colores del fiordo se apagara bajando unos cuantos peldaños en la escala cromática. El otro punto en su contra fue que la cascada de las Siete Hermanas tenía muy poca agua al ser agosto. Si vuelvo al país me gustaría hacerlo en mayo o junio, en época de deshielo. Estoy convencido que en ese caso me llevaré del fiordo la impresión que debiera haber tenido hace dos años.
Desde Stryn el trayecto hasta Geiranger es de algo más de hora y media. En primer lugar ascenderíamos al mirador de Dalsnibba, desde el cual se tiene una panorámica inmejorable del fiordo y sus alrededores. Desde allí descenderíamos para coger el ferry.

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No hicimos el recorrido más corto -y más turístico- que va a Hellesylt, si no que elegimos la otra opción que va a Valldal y dura más del doble (2h 15′), lo que permite recorrer mucha más distancia del fiordo. Tal vez viendo las fotos parezca un poco exagerado utilizar la palabra decepción, pero hay que tener en cuenta las cosas que habíamos visto los seis días anteriores y que tal vez nuestras expectativas no eran las adecuadas. Algo muy similar nos pasó también con Bergen.

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Desde Valldal se encuentra a tiro de piedra otro de los puntos más conocidos del país, la Trollstigen o escalera del troll. Sus once horquillas se convierten en una gran diversión para los conductores que tienen el placer de ascenderla, como fue mi caso.
Muy cerca de ésta se encuentra la Trollveggen, es decir, la pared del Troll. Se trata de la pared vertical de roca más alta de Europa, con cerca de 1.100 metros de altura.

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De vuelta a Stryn paramos para visitar las gargantas de Gudbrandsjuvet. En ellas, el agua golpea violentamente las paredes generando un sonido ensordecedor.

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Como los dos días anteriores habíamos visto algunos sitios que estaban planificados para el octavo día, ese día dicidimos improvisar un poco e ir a Alesund. Desde donde estábamos, eran dos horas y media de ida y otras tantas de vuelta, por lo que ese día no vimos mucho más. Sería la localización más al norte que alcanzaríamos.
Este es el otro fallo de planificación que comentaba. El día anterior, que subimos hasta Trollstigen, deberíamos haber dormido por allí y así Alesund hubiera estado mucho más cerca, haciendo muchas menos horas de coche. Pero bueno, yo esperaba -y en realidad hubiéramos podido- haberle dedicado más tiempo a la zona de Stryn. Sin embargo, tras una semana parecía que había ganas de variar un poco de paisaje y volver a la ciudad.
De camino a Alesund nos detuvimos en primer lugar en un mirador situado unos centenares de metros por encima del fiordo de Geiranger.

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En nuestro camino hacia Alesund fuimos perseguidos durante un tramo por los habitantes de la zona.

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Pese a las horas de coche, la visita mereció la pena. De las tres ciudades que visitamos, Alesund fue sin duda la favorita de todos los miembros del viaje. Su arquitectura Art Nouveau y su localización nos enamoraron.

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A la vuelta de Alesund, tomamos una carretera panorámica que permitía contemplar el Nordfjorden desde lo alto.

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El penúltimo día de viaje contaba con dos visitas estrella. En primer lugar nos adentraríamos por el valle de Olden hacia Briksdalsbreen. Viendo fotos antiguas se observa que esta lengua de Jostedal es la que más se ha retraído, lo que le ha restado mucha espectacularidad. Aún así, el recorrido por el valle y la aproximación hasta la lengua son extremadamente recomendables. En el camino encontramos preciosas vistas y una cascada espectacular. Son 45 minutos desde el parking hasta la base Briksdal.

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Desde Briksdal comenzamos un descenso de cerca de cuatro horas hasta Bergen, a la que llegaríamos bien entrada la tarde tras haber recorrido unos cuantos kilómetros junto a varios fiordos y lagos. Eso sí, todos ellos de menor espectacularidad que los observados los días previos.
La última mañana se la dedicamos a Bergen. Después de haber visto Alesund, Bergen nos decepcionó un poco. La parte del Bryggen es bonita, pero Stavanger también nos pareció una ciudad de mayor encanto.

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Por la tarde continuamos nuestro camino de vuelta hacia el sur, parando en Haugesund y durmiendo en un pueblecito muy tranquilo, a menos de 10 kilómetros del aeropuerto. Las dos primeras fotos son de Haugesund, una ciudad -como casi todas las costeras- de pescadores. La última es del pueblo en el que hicimos noche, Karmoy.

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A la mañana siguiente cogimos el vuelo de regreso a Alicante tras más de 10 días recorriendo Noruega.
He visitado los Pirineos, Alpes, Dolomitas, Highlands, Tirol, costa irlandesa… y aunque la alta montaña me tira mucho, nada se puede comparar a Noruega dentro de lo que he visitado de Europa, bajo mi punto de vista.
Si cuando visite (o eso espero) la Patagonia, Islandia, Nueva Zelanda, costa Oeste de EEUU o el Himalaya, experimento las mismas sensaciones que en Noruega, me daré por satisfecho.

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