Mi pequeña máquina del tiempo particular me lleva hoy hasta verano de 2010, cuando visité durante una semana la capital francesa, una de las ciudades más importantes, históricas y turísticas del mundo.
Llegamos a la ciudad bien entrada la tarde, cerca de las 16:30. Nuestro alojamiento estaba en Montmartre, por lo que visitaríamos este bonito barrio en primer lugar.
En lo más alto del barrio se encuentra la preciosa basílica del Sacré Coeur, uno de los grandes puntos de interés de la ciudad.
Dado que el sol comenzaba a irse, decidimos únicamente pasear por el centro ese día. Fuimos desde Montmartre hasta el Sena, donde disfrutamos de un precioso atardecer.
Durante la noche un lugar se convierte en el centro de atención de Montmartre por encima del Sacré Coeur.
A la mañana siguiente nos levantamos bien temprano para visitar el emblema de la ciudad. La vista de esta torre de finales del siglo XIX desde la plaza de Trocadero es espectacular. Es muy recomendable ir a primera hora si se desea subir, ya que a media mañana la cola es interminable.
Desde la Torre Eiffel fuimos hasta el Palacio Nacional de los Ínvalidos, lugar en el que se encuentran los restos de Napoleón, uno de los personajes más importantes y polémicos de la historia reciente de Europa. Ya sabéis, si queréis ser enterrados con todos los honores, cubrid de sangre toda Europa.
También hay que entender que, aunque no sea una justificación, el pequeño corso devolvió la gloria al país francés. Además, en el momento del traslado de sus restos al complejo el mundo era muy diferente y sus acciones se veían de forma muy distinta.
Ese día hacía un calor horrible. No me hace falta ver las fotos. Recuerdo perfectamente el empapado polo negro que llevaba mientras me asaba recorriendo los Campos Elíseos hacia el Arco del Triunfo.
Desde allí nos fuimos hacia la histórica plaza de la Bastilla. Muy cerca de ésta (o eso creo recordar) se encontraba la bonita plaza de Víctor Hugo. A lo largo de la entrada voy poniendo los lugares que me parecen más destacables, ya que visitamos bastantes más sitios de los que aquí aparecen. Con mi familia no hay descanso en los viajes. Las jornadas son de 8:00 a 24:00.
El tercer día visitamos Notre Dame tras dar un paseo por los alrededores del centro Pompidou. La preciosa catedral gótica no requiere presentación. Muy cerca de ésta se encuentra el ayuntamiento de la ciudad.
Como la cola para ascender al tejado era enorme decidimos irnos a la Sainte Chapelle, una auténtica gozada para la vista a la que las fotos no pueden hacerle justicia.
Por la tarde nos dirigiríamos al Panteón, donde se encuentran enterrados entre otros muchos Víctor Hugo, Marie Curie, Pierre Curie, Descartes o Alexandre Dumas.
Como nuestros cuerpos nos pedían un respiro, nos dimos un descanso en los bonitos Jardines de Luxemburgo. Por aquellas fechas tan calurosas no fuimos los únicos que optamos por descansar allí.
Desde los jardines volvimos al centro de la ciudad. Los atardeceres en el Sena son uno de los grandes atractivos de la ciudad.
El siguiente día de viaje comenzaría en el Museo de Orsay. Mis expectativas respecto a él se vieron totalmente cumplidas. Se trata del museo de pintura que más me ha gustado de Europa occidental, a falta de visitar los de los Países Bajos. Sabiendo que el estilo que más me gusta es el impresionismo, era fácil deducir que me encantaría Orsay.
Después de comer visitamos la «modesta» Ópera Nacional de París.
La siguiente parada de la tarde sería el cementerio de Père-Lachaise. En él se encuentran, entre otras muchas, dos tumbas que resultaban especialmente interesantes para mí: Jim Morrison y Oscar Wilde.
La última visita del día la recibirían las gárgolas de Notre Dame. Merece muchísimo la pena aunque sea caro y toque hacer cola. Respecto a lo último, resaltar que a última hora de la tarde la cola es ya inexistente.
La mañana siguiente estaría dedicada en su totalidad al museo del Louvre, uno de los más importantes del mundo. Tiene tantísimas cosas que es difícil resaltar alguna en concreto. A título personal me quedo con la pirámide de Pei y el Código de Hammurabi. Absolutamente imprescindible perderse por sus pasillos si se visita la ciudad.
A nuestra salida la cantidad de gente en los alrededores del Louvre era enorme.
Del Louvre fuimos hasta el jardín botánico, entre otros lugares. Lo más interesante para mí fueron los pequeños osos panda rojos del zoo que se podían observar desde fuera del recinto. ¡Me pierden esos bichos! Sobre todo los hermanos mayores.
De vuelta al centro de la ciudad nos esperaba un paseo en barco por el Sena mientras caía el sol.
Posteriormente, justo antes de que cerrasen el acceso, subimos a la azotea del Arco del Triunfo. El interés de ésta radica en contemplar desde arriba como innumerables carreteras confluyen a los pies del arco.
El penúltimo día cogimos el tren que se dirige a uno de los palacios más conocidos del mundo. Aunque Versalles es majestuosamente gigantesco, tampoco me impactó demasiado. Creo que la visita a Schönbrunn era demasiado reciente, y éste no tiene demasiado que envidiarle al palacio francés (bajo mi punto de vista).
Por la tarde, ya de vuelta en la ciudad, nos dedicamos principalmente a pasear por dos parques gigantescos de la capital francesa.
El último día del viaje estaba reservado para Disneyland. La visita a este parque genera una reacción distinta según cada persona. En mi caso, me convertí en un niño de 10 años (o en un idiota, según se mire) durante unas horas.
¡Cantemos todos juntos! It’s a small world after all! It’s a small world after all! It’s a small world after all! It’s a small, small world.
Demencial, lo sé.
A la mañana siguiente dimos una última vuelta por Montmartre antes de coger el vuelo hacia Alicante. La capital francesa, aunque es una ciudad única con una cantidad de lugares interesantes inigualable, no es de mis ciudades favoritas. Pese a ello, creo que si alguien sólo pudiera visitar una ciudad en Europa, debería ser París.