Han pasado menos de dos años desde que visité Cracovia. Como comenté en la entrada sobre aquel viaje, se trata de una de las ciudades que más me han gustado de Europa. Me quedé con muchas ganas de volver al país para visitar Varsovia y Auschwitz, ya que no fui al campo de exterminio cuando estuve en la joya de Polonia.
El autobús de Berlín a Varsovia cuesta 18 euros. Partíamos a las 21:30 para llegar a la capital polaca a las seis de la mañana. El autobús, pese a que estuve bastante incómodo y no pude dormir demasiado, nos reservaba una agradable sorpresa. Detrás de cada asiento había un pantalla en la que pude disfrutar de una película y de algunos temas para amenizar el trayecto.
Tras desayunar tranquilamente nos pusimos en marcha. La estación central de trenes, donde nos dejó el autobús, se encuentra junto al edificio más alto de Polonia, el Palacio de Cultura y Ciencia, que alcanza los 230 metros de altitud. En un edificio contiguo en construcción se podía ver a esas horas la sombra del palacio.
Aquí también se encuentra el Hard Rock Cafe. Decidimos que comeríamos aquí cuando vimos que el menú costaba menos de ocho euros. En los países de Europa occidental comer en él no baja de los quince euros.
De camino al centro histórico se encuentra el parque de Ogród Saski. En él se levantó el monumento al soldado desconocido.
La plaza del Palacio Real es el punto más bonito de la ciudad sin ninguna duda. Lo bueno de llegar tan pronto a la ciudad es que nos adelantamos a los grandes grupos de turistas, por lo que pudimos ver la plaza con poquísima gente.
Muy cerca de ésta se encuentra la otra gran plaza de la ciudad, la Plaza del Mercado. El centro histórico de Varsovia es patrimonio de la humanidad de la UNESCO. Fue totalmente reconstruido tras la II Guerra Mundial.
En Varsovia establecieron los nazis el mayor gueto judío de Europa. En él se produjo el Levantamiento de Varsovia en 1943, una acción absolutamente heroica por parte de los civiles judíos.
Junto al museo de historia polaca se encuentra el monumento a los héroes caídos en el levantamiento.
Tras más de cinco horas recorriendo el centro histórico nos dirigimos al Hard Rock Cafe para comer. En sus paredes tenían un par de artículos de un grupito que me gusta. Por cierto, me decepcionó un poco la comida. El Foster’s me parece considerablemente mejor.
Tras la parada, reanudamos el viaje ascendiendo a la azotea del Palacio de Cultura y Ciencia. No se trata de una ciudad especialmente bonita desde las alturas. Desde allí se puede observar el Estadio Nacional de Varsovia, inaugurado para la Eurocopa del año pasado.
Antes de partir rumbo a Cracovia visitamos el otro gran punto de interés de la ciudad, el Parque Real Lazienki, del que resulta especialmente destacable el Palacio en la Isla.
El tren de Varsovia a Cracovia enlaza las dos ciudades en algo menos de tres horas. Comprándolo el mismo día nos costó 30 euros. Decidimos hacer el viaje el fin de semana pasado, por lo que no pudimos obtener un buen precio del trayecto. Tras llegar a las ocho cenamos tranquilamente y decidimos quedarnos en el hostal para descansar tras un largo día.
Yo decidí hacerlo un tanto menos que los demás con el fin de obtener una de esas experiencias únicas que tanto me gustan. A las seis de la mañana me levanté para correr, esta vez con mi Canon SX220. Es una compacta bastante ligera, por lo que no me molestaba al correr. Como iba a pararme continuamente a sacar fotos me decanté por un entrenamiento de series, esto es, sprints de unos 400 metros con intervalos de recuperación entre ellos. Era gracioso ver la cara de los escasos polacos que se encontraban por las calles a esas horas al verme pasar como una flecha. Bueno, ya quisiera ir yo como una flecha. Dejémoslo en bastante rápido.
Para una descripción más detallada de la ciudad vuelvo a hacer referencia a la entrada del viaje a Cracovia. Sólamente diré que merece realmente la pena pegarse el madrugón para ver la ciudad mientras montan las calles. Llegué desde el norte del casco antiguo hasta la fábrica de Oskar Schindler, situada en el barrio que albergó el gueto de Cracovia. Hin und züruck.
Ya con el resto del grupo, volví a recorrer la ciudad durante aquel día. Lo siento si pongo demasiadas fotos de la Plaza del Mercado. Es un lugar que simplemente me tiene cautivado.
Antes de subir al castillo de Wawel paramos para comer. ¡Menuda comilona! Por cierto, la cerveza negra polaca que me sirvieron me gustó bastante. No llega al nivel de la Guinness, pero supera por mucho en mis preferencias a las cervezas alemanas, que no me gustan demasiado. En el aseo había un lavabo específico por si alguien no sabía controlarse con la bebida. Nosotros únicamente disfrutamos de dos chupitos de Vodka para que las rampas de subida al castillo picaran algo menos.
Las fotos de 2011 del castillo de Wawel no le hacen justicia a este bonito lugar. En él se fundó Cracovia una vez que el dragón que habitaba la colina -según la leyenda popular- fue vencido por el príncipe Krakus.
Junto al castillo se encuentra el barrio judío, que alberga numerosas sinagogas. Nosotros nos decantamos por entrar únicamente a la Sinagoga Vieja, la más antigua de toda Polonia.
Al otro lado del río Vístula construyeron los nazis el gueto de Cracovia. En la Plaza de los Héroes del Gueto los judíos eran despojados de sus pertenencias antes de recibir su nueva vivienda, siempre bajo unas condiciones infrahumanas. Para que las enfermedades no se extendieran por el gueto, los nazis dejaron que siguiera funcionando una única farmacia, regentada por el único habitante no judío del gueto. Tras volver a visitar la fábrica de Oscar Schindler, regresamos para disfrutar del atardecer en la Plaza del Mercado.
Deben existir pocos lugares en el mundo, si es que hay alguno, tan terroríficos como el campo de exterminio de Auschwitz – Birkenau. Alrededor de 1.500.000 personas fallecieron en él. El 90% eran judíos. El primer campo de concentración en Oswiecim alberga el museo. A partir de las diez es obligatorio acceder con guía pagando diez euros, por lo que nosotros llegamos allí a las nueve. Una vez que comienzan a llegar los grupos con guía el lugar se desborda de gente. Deberían limitar el número de personas que pueden visitarlo diariamente como hacen en muchos otros lugares.
Los nazis enviaban judíos desde todos los rincones de Europa que se encontraban bajo su control.
En algunos lugares no tuve estómago para sacar fotos. Sin embargo, otras personas posaban sonriendo delante de dos toneladas de pelo humano procedente de mujeres asesinadas en las cámaras de gas, el cuál posteriormente vendían los nazis a empresas para fabricar alfombras. De verdad que no entiendo a la gente.
Los nazis utilizaban el gas Zyklon en las cámaras. Con unos 5 kilos mataban a los prisioneros en tandas de 2.000. La exposición muestra diferentes pertenencias de los prisioneros asesinados. Fueron encontradas por los rusos al liberar el campo. Ponía los pelos de punta, ya que cada objeto significada una vida destruida.
Había personas que no alcanzaban ni las 24 horas en el campo. Otras aguantaban meses, incluso años, antes de morir. Sufrimiento incalculable para nada. La esperanza a veces traspasaba traicioneramente los barrotes de esa puerta con el letrero Arbeit macht frei. Entre tanta oscuridad pude contemplar una de las escenas más increíbles que he visto nunca. Vi a un hombre muy mayor, que visitaba el recinto acompañado por su familia, hablando con un grupo de turistas polacos. Yo -claro- no entendía res de res. De repente el hombre se arremangó y mostró un tatuaje en la muñeca con un número de serie. Pude verlo a menos de un metro de distancia y escucharle hablar. Era un superviviente de Auschwitz. Un auténtico héroe.
Auschwitz II es lo que realmente la gente conoce como Auschwitz, ya que aquí fue donde los nazis perpetraron su solución final. En el primer complejo «sólo» murieron 70.000 personas, mientras que el resto del más del millón de personas fallecidas lo hicieron en el segundo. Llegó a tener una población de 100.000 personas. Es absolutamente gigantesco, albergaba 300 barracones. Produce escalofríos contemplar la puerta de la muerte. Muchos trenes que atravesaban ésta, especialmente los que traían personas judías, iban directos a las cámaras de gas, que se encontraban en el lado opuesto del campo.
Es curioso, pero hay muchísima gente que no visita el segundo campo de exterminio. Creo que bien merece la pena alargar la visita y pasar otras terribles dos horas recorriendo sus interminables alambradas. Los nazis destruyeron los crematorios y cámaras de gas antes de que el campo fuera liberado.
Ya de vuelta en Cracovia, antes de coger el tren nocturno a Poznan, dimos una última vuelta por la ciudad. Era la primera vez que tomaba un tren de este tipo. Es un gran medio para viajar. Te vas a dormir a tu cama y te despiertas por la mañana en otra ciudad a centenares de kilómetros.
Poznan es una ciudad en la que destaca principalmente su plaza mayor. No tiene mucho más. Las comparaciones, como casi siempre, son odiosas. Tras tres lugares tan únicos, esta ciudad del oeste de Polonia no es especialmente remarcable.
Desde Poznan en tres horas de autobús nos plantamos de vuelta en Berlín. Ha sido un viaje inolvidable. Visitar Varsovia, Cracovia y Auschwitz me parece absolutamente imprescindible para los que nos gusta viajar. Pocos países en el mundo pueden presumir de poseer semejante mezcla de belleza e historia, aunque todos desearíamos que algunos pasajes de ésta no hubieran ocurrido jamás.