Durante el último mes me he recorrido una buena parte de la geografía alemana. A priori podría parecer que me estoy dejando una fortuna, pero nada más lejos de la realidad. En Alemania existe un ticket denominado Schönes-Wochenende-Ticket (billete de buen fin de semana). Cuesta 42 euros. Con él pueden utilizar la red de ferrocarriles regionales -de todo el país- hasta cinco personas, durante un día entero. Supongo que os haréis una idea del impacto que esto tiene sobre el turismo interior. No conozco a casi nadie que no lo haya utilizado. Por suerte, Renfe no ofrece ninguna opción como esta. Turismo interior barato… ¡menuda desfachatez! ¡Viva el AVE!
Este fin de semana se presentaba como el momento idóneo para visitar el norte del país. En Kiel tenía lugar una de las grandes fiestas del país, la Kieler Woche. En tres días hemos visitado ocho localidades. Puede parecer imposible, pero el centro histórico de la gran mayoría de ellas es más pequeño que cualquier barrio de Berlín.
La primera parada sería en Stralsund. Su casco antiguo fue declarado patrimonio de la humanidad de la UNESCO en 2002, junto al de Wismar, localidad que visitaríamos también ese mismo día.
Aunque su visita es recomendable, he de reconocer que me decepcionó un poco. El mal tiempo y las obras no ayudaron a mejorar mi impresión de la ciudad.
Las construcciones de ladrillo rojo son la gran seña de identidad de las poblaciones del norte del país. Muchas de estas ciudades, entre ellas Stralsund, fueron testigos directos de la prosperidad que trajo consigo la Liga Hanseática, algo que queda reflejado en el legado arquitectónico de sus cascos históricos.
A continuación hicimos una parada en Rostock, localidad situada a medio camino entre Stralsund y Wismar. Fue la visita menos interesante de todo el viaje. No merece la pena si se va a visitar otras ciudades de la región.
Wismar es una población realmente pequeña. En una media hora se puede recorrer su casco antiguo. Sin embargo, sólo por poder contemplar su plaza del mercado, ya merece la pena la visita.
Ese día dormimos en Lübeck. El alojamiento en la zona durante todo el fin de semana estaba realmente complicado, pese a ello conseguimos un buen lugar donde descansar. A la mañana siguiente dimos una vuelta por la ciudad. Fue la que más me gusto de todo el viaje, una de las más bonitas que he visto por Alemania. También pertenece a la lista de patrimonios de la humanidad de la UNESCO.
El gran emblema de la ciudad es la Holstentor, una de las construcciones más famosas del país.
Tras Lübeck, nuestros siguientes destinos serían Kiel y Laboe. El ambiente en ambas ciudades, separadas por menos de 20 kilómetros, era inmejorable. La Kieler Woche es una especie de Oktoberfest en versión marinera. Eso sí, a menor escala.
En primer lugar nos dirigimos a Laboe. Dicha población alberga uno de los cuatro U-Boot que se conservan en todo el mundo. Allí también pude volver a ver, tras más de tres meses, una de las cosas que más echo de menos de mi tierra: el mar. En este caso el Mar Báltico. Fue una sensación realmente extraña, pero a la vez reconfortante.
A lo largo de la playa de Laboe había banderas de múltiples países. Lo digo porque resultará extraño ver la bandera española en las fotos. No os estoy intentando colar fotos de la playa del Postiguet. Creo que esos nubarrones del fondo servirán como prueba.
En dicha localidad se nos hizo la hora de comer. Allí pude volver a comer pescado fresco después de tres meses, ya que en Berlín tendría que haber empeñado un riñón para ello, y les tengo bastante cariño a los dos. ¡Oh salmón, cómo echaba de menos hincar mis dientes en tu rosada y jugosa carne!
De vuelta a temas más serios, es la primera vez que he podido ver un submarino por dentro. De hecho, no recuerdo haber visto ninguno ni siquiera por fuera, aunque sé que sí he tenido la oportunidad, pero debió de ser en el Cretácico, ya que a duras penas consigo localizar una imagen en mi memoria (¡Cartagena! ¡En el puerto de Cartagena!). La visita fue una experiencia interesante, sobre todo tratándose de una nave con 70 años de historia.
Ya de vuelta en Kiel, pudimos disfrutar del gran festival de la ciudad. Música, comida, barcos, ambientazo… muy recomendable.
Tras Kiel nos encaminamos hacia Hamburgo, ciudad en la que dormiríamos la noche del sábado. Allí pudimos disfrutar de su vibrante vida nocturna. A la mañana siguiente recorrimos su centro, en el que destaca el edificio del ayuntamiento y la zona del puerto. No es ni la más bonita ni la más monumental, pero creo que es obligatorio visitar la segunda ciudad más poblada de Alemania.
Ese dragón nos daba la bienvenida a Schwerin, la capital de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, nuestra última parada del viaje. La ciudad es famosa por albergar uno de los palacios más bonitos de Alemania. Una construcción que no desentonaría en el Valle del Loira. Imprescindible si se pasa por la zona.
Un fin de semana muy completo, con muchas experiencias y lugares destacables.
solo por lo de comer pescado merece la pena acercarse. muy bonitas fotos!