Los europeos, especialmente aquellos a los que nos gusta viajar, somos unos verdaderos privilegiados. En el viejo continente, no sólo se encuentran algunos de los espacios naturales más bellos del planeta (Alpes, fiordos noruegos, Islandia, Dolomitas, Highlands…), si no que no existe otra región en el mundo en la cual, en un radio tan «pequeño» de kilómetros, exista tal cantidad de ciudades extraordinarias. La larga -y a la vez turbulenta- historia de Europa ha dado origen a ciudades tan variopintas y destacables como Londres, Berlín, Praga, Edimburgo, París, Barcelona, Roma, Venecia, Florencia o, por supuesto, la ciudad de la música. Viena es una ciudad que, pese a no tener la misma popularidad que otras urbes, enamora a la gran mayoría de visitantes que le dan una oportunidad.
Durante cinco días pude disfrutar de sus palacios, del Danubio, sus cafés y, sobre todo, de la atmósfera cultural que envuelve sus calles. Conciertos, museos, festivales al aire libre… Creo que es una ciudad que merece, como la que más, una visita relajada, con el fin de poder saborear cada una de las oportunidades que nos ofrece.
El centro histórico de la capital austríaca se encuentra, al igual que el berlinés, dentro de un anillo. En la zona más al sur de éste, encontramos el museo Albertina y la Ópera de Viena. El primero es un museo realmente interesante, con pinturas de Degas, Monet o Renoir; mientras que el segundo edificio no necesita presentación.
Otro de los lugares destacables de la ciudad es el Prater. Al que le guste un poquito el cine, le será fácil reconocer la gran atracción de este parque. Carol Reed, Graham Greene, Orson Welles, Joseph Cotten y una noria. Una de las escenas cumbre del séptimo arte. Obra maestra.
Esta entrada, al contrario de la gran mayoría, no sigue ningún orden cronológico. El último día en Viena visitamos la Hundertwasserhaus.
La Catedral de San Esteban es una de las más originales y bonitas que se pueden encontrar en el continente.
Al este, el paso del Danubio se encarga de establecer los límites de la ciudad.
Sus cementerios, testigos silenciosos de la época dorada de la capital austríaca, tuvieron el privilegio de convertirse en los lugares de reposo eterno de algunos de los genios más grandes de la humanidad.
Al norte del anillo se encuentran los edificios del parlamento y del ayuntamiento. En la plaza de este último, tiene lugar cada verano un festival en el que diariamente, durante más de dos meses, se proyectan óperas y conciertos.
En Viena se encuentra el palacio de Schönbrunn, uno de los más bonitos de toda Europa.
El palacio del Belvedere, además de ser un edificio realmente elegante, alberga una interesantísima colección de pintura, en la que destaca, por encima de todas sus obras, El Beso de Gustav Klimt.
La que va ser mi próxima residencia a partir de septiembre, Frankfurt am Main, posee vuelos directos a Viena por 70 euros ida y vuelta. Muy raro sería que no volviera a visitar durante 2014 esta maravillosa ciudad.