Nunca se me olvidará la primera vez que pisé Londres. El avión aterrizó en el aeropuerto de Gatwick a la medianoche, por lo que llegaríamos a Victoria Station cerca de la una de la mañana. Yo, o mejor dicho, mi versión pichona de 21 años, estaba preocupado por llegar tan tarde. Estaría oscuro, no habría gente en las calles… es decir, me imaginaba un entorno peligroso. Por supuesto, mi sorpresa fue mayúscula al salir de la estación: las calles estaban igual o más vivas que en Alicante durante el día.
En ese momento, además de reírme de mi ignorancia, decidí que, cuando pudiese, intentaría irme a vivir a una gran ciudad. Una de esas que nunca duermen. Una como Berlín. Al final me vine aquí, pero estuve cerca de irme a Barcelona o a la misma Londres. En un futuro, no me importaría pasar una temporada en cualquiera de las dos. De momento a partir de septiembre me voy a trabajar a Frankfurt am Main, que no está nada mal tampoco.
Volviendo a la capital de Gran Bretaña, no sé si me gustó tanto porque era -tras Roma- la segunda gran ciudad extranjera que visitaba. Supongo que algo afectaría la falta de competencia en mi memoria. Aún así, es innegable que es una de las ciudades más interesantes de Europa. La zona del Parlamento, Trafalgar Square y el Támesis, es una de las más emblemáticas del viejo continente.
En el London Eye tuvo lugar el primer episodio de mi larga y tortuosa relación con el vértigo. Es caro de narices, pero merece la pena subir. La entrada a la abadía de Westminster, pese a ser también realmente cara, es otra de las visitas imprescindibles de la ciudad. La estupendísima National Gallery permite dar un respiro a las carteras, ya que es totalmente gratuita.
Bajo mi punto de vista, Londres ha sido la ciudad más importante en la historia de la música moderna. En nuestro viaje, nos acercamos a dos lugares emblemáticos de la música británica. La Battersea Power Station, protagonista de la portada del Animals de mis amados Pink Floyd, y los Abbey Road Studios. Poder ver el edificio en el que se grabaron discos como Sgt. Pepper’s, Abbey Road, The Dark Side of the Moon, Wish You Were Here, Ok Computer… indescriptible.
Lógicamente, el módulo de comando del Apolo X no está tras esa puerta de los Abbey Road Studios, sino en el Museo de la Ciencia. Una lástima que sólo pudiéramos adentrarnos unos pocos metros (llegamos cuando iban a cerrar), porque tiene pinta de ser un museo increíble.
La Catedral de St.Paul’s, el Millennium Bridge y la Tate Modern, conforman otra de las zonas más interesantes de la ciudad.
Sobre el Támesis, con la City y la Torre de Londres al fondo, se levanta el otro gran emblema de la ciudad, el Tower Bridge, uno de los puentes más famosos del mundo.
Cerca de la navidad, como era en nuestro caso, las noches son más luminosas. Sobre todo si disparas el flash contra un carrito de bordes reflectantes.
Otro de los puntos fuertes de la ciudad son sus parques, entre los que destacan Hyde Park y St. James Park, con Buckingham Palace al fondo.
Nuestro alojamiento estaba situado junto a Piccadilly Circus. En el viaje también hubo espacio para Camden Town, un mercado no demasiado destacable, y la vibrante noche del Soho. El gran fail del viaje fue una visita improvisada e infructuosa al Observatorio de Greenwich. Lo mejor es que hoy, después de casi 6 años, me doy cuenta de que estuvimos a 100 metros del observatorio. Al menos vimos la Universidad de Greenwich…
Para terminar esta entrada, la visita más larga del viaje, el mejor museo de Europa: el British Museum. Nada que decir. Bueno sí, una cosa, es gratis. Bravo por los británicos.
Londres es una ciudad imprescindible, situada entre lo más alto de mi Top 5 europeo. Espero volver pronto, han pasado varios años y pocas ciudades están tan bien conectadas como la capital británica. Desearía que ese futuro retorno tuviera incluido, como plan estrella, un paseo de 42.195 metros por las calles de la ciudad.