Tengo la sensación de que el pasado mes de agosto me encontré un poco más a mí mismo. El día más bonito que he vivido en la montaña fue mi primera ascensión a Monte Perdido, en 2005. Sin embargo, la semana que he estado este año en el Pirineo Aragonés ha sido casi insuperable. La belleza de las excursiones, así como el nivel brutal de exigencia al que me (auto)sometí, me dieron varios de los momentos más increíbles que he vivido por las alturas.
Que me encanta la montaña y que tengo grandes retos que deseo cumplir no es ninguna novedad. Esa semana no hizo otra cosa que reafirmar exponencialmente mi determinación, así como permitirme ahondar un poco más en mi personalidad, siendo algo más consciente de mis virtudes y de algún defecto de mi carácter. Unas a mantener y otros a minimizar lo máximo posible.
Llegamos a Benasque un lunes, teniendo planeada para el día siguiente la subida al Aneto. En la oficina de turismo pudimos comprobar como la predicción del tiempo bendecía nuestros planes. Esa tarde decidí salir a correr por el valle de Estós, ascendiendo desde el Camping Aneto, situado en el mismo valle de Benasque. 400 metros de desnivel de subida y otros tantos de bajada, haciendo unos 9 kilómetros en total. Como dirían los de La Hora Chanante, una ideaca. A la mañana siguiente empecé el ascenso con las piernas bastante cargadas. Pero bueno, esa semana me la había planteado como la de puesta a punto para los últimos dos meses antes de la maratón, y creo que cumplí el objetivo.
Comenzamos el ascenso al Aneto de noche, sobre las 5:30. Las vistas, especialmene mientras amanece, son lo único que hace que el montañero no se muera de asco mientras se abre camino por el horrible roquedal que dirige al Portillón Superior. Eso sí, la recompensa a esas cerca de tres horas no es minúscula. Al llegar al portillón, la montaña regala a sus visitantes una de las vistas más bonitas del Pirineo.
El estado del glaciar empeora enormemente con el paso de los años. Tardamos bastante en cruzarlo, por lo que creo que no elegimos la ruta adecuada. También he de decir que nos lo tomamos con bastante calma. Cruzar a lo ancho el glaciar proporciona una imponente visión de su verticalidad. Vamos, que acojona bastante.
La otra vez que subí al Aneto -en el lejano 2001- vimos durante la ascensión muchísima más gente. Supongo que algo tendría que ver el que ahora fueran los últimos días de agosto. Recuerdo que aquella vez sufrí bastante más en la parte final del ascenso, desde el collado Coronas. También recuerdo que crucé el Paso de Mahoma sin miedo alguno. Esta vez me impresionó bastante más. Me estaré haciendo mayor. Con más tembleque o menos, llegar a una cumbre así es algo que guardas con mucho mimo en un rincón de la memoria.
La bajada hasta La Besurta se hace larga, aunque La Maladeta nos ofreció un último regalo antes de finalizar un largo día. Probablemente la la estampa más famosa del Pirineo Aragonés.
Al día siguiente nos encaminamos hacia Ordesa, donde realizaríamos, en primer lugar, la excursión del Balcón de Pineta. Poco puedo decir de ella, salvo que me parece la más bonita del Pirineo. Son 1.300 metros de desnivel, por lo que es bastante exigente. Y yo que me alegro. Un rincón maravilloso alejado de la masificación.
De las tres veces que he subido, esta ha sido la mejor, ya que lo vimos al atardecer -por lo que además estábamos completamente solos- y el Lago Marboré tenía restos de hielo. Por si la belleza del paisaje no fuese suficiente, saliéndonos del camino es relativamente sencillo encontrar Edelweiss.
Los dos días siguientes eran los más importantes del viaje. Tres meses atrás, estando en Berlín, había reservado para esas noches en el refugio de Góriz. Es de los más solicitados del Pirineo, por lo que hay que gestionarlo con muchísima antelación si se desea conseguir plaza.
Recalco lo de Berlín porque, cuando llegamos la primera noche, estuve hablando con dos alemanes que eran de allí. Cuando les dije -hablando en alemán- que yo también vivía en la capital alemana, se quedaron un poco a cuadros. Demasiada casualidad, ¿no? Un español en medio del Pirineo -a 2.200 metros de altitud- te dice: «¡Yo también vivo en Berlín!». Inicialmente debieron pensar que me cachondeaba de ellos. Me preguntaron dónde residía exactamente. Cuando les dije «Friedrichshain, cerca de Frankfurter Tor», ya se lo creyeron… o esa fue mi impresión. Una anécdota bastante curiosa.
El maravilloso valle de Ordesa sólo tiene una pega: lo masificado que está. La calzada que lleva desde las Gradas de Soaso hasta la Cola de Caballo es criminal. El que no quiera caminar por tierra que se vaya a un Spa.
Desde la Cola de Caballo hasta el refugio disfruté de una hora y media bastante interesante, ya que era la única parte del trayecto que no había recorrido ya.
Las instalaciones del refugio son increíbles. Creo que la familia Hilton lo compraron hace unos años y actualmente consiste en habitaciones privadas con Jacuzzi.
Ahora en serio, habitaciones de 60 personas, duchas con agua fría, ronquidos, tíos que se agarran durante la noche a tu almohada… ¿Alguien da más? Toda una experiencia. Los que me conocen saben que he dormido en el suelo de varios aeropuertos, y que por lo tanto estas cosas no me importan ni lo más mínimo. Simplemente fue gracioso ver la cara de unas chicas cuando entraron en la habitación. Bienvenidas a la montaña señoritas.
A las 6 de la mañana, tras disfrutar a lo largo de la noche de un estruendoso concierto del coro de los montañeros de Góriz, tocaba quitarse las legañas con agua helada y emprender la marcha.
Subir a Monte Perdido desde Góriz es, al menos en verano, bastante asequible. Son 1.100 metros de desnivel que se pueden superar fácilmente en tres horas. La ascensión a Monte Perdido es la más bonita que he hecho hasta el momento (dos veces además). Aunque he de decir que lamentablemente mis tres miles son, hasta el momento, bastante escasos.
10:30 de la mañana y comenzamos el descenso. ¿Ahora a descansar a Góriz todo el día? Ni loco. Se preveía que el tiempo empeorase considerablemente por la tarde. Tormentas decían. Aún así, yo estaba convencido de que algo más podría hacer mientras las nubes crecían, tenía tiempo de sobra. Al final regresé a Góriz sobre las 4, por precaución, y acabé tirándome de los pelos un poco. No cayó ni una gota en toda la tarde. Aunque bueno, más vale prevenir.
Me encaminé hacia la Brecha de Rolando a toda velocidad. Llegué desde Góriz hasta algo más allá de la Gruta del Casteret en hora y media. No pude llegar hasta la misma brecha porque no llevaba los crampones conmigo. Aún así, fue muy gratificante comerse casi 2.000 de desnivel positivo en apenas unas horas. Qué lejos queda cuando me arrastré para llegar a la cumbre del Mulhacén en 2008.
La verdad es que me planteaba la mañana siguiente como unas pesadas horas de descenso hasta iniciar el regreso en coche a Alicante. Mi mentalidad, a veces demasiado deportiva, hizo que no me parase a pensar en la gran oportunidad que iba a ser poder ver el valle al amanecer, sin que las hordas de turistas hubiesen invadido el parque.
Sólo he de decir que al final tardamos casi lo mismo en bajar que en subir.
Así se cerraron mis seis días más intensos en la montaña hasta el momento. Muchas experiencias para el recuerdo. Son dos años seguidos yendo a los Pirineos. Lo del año pasado estaba cantado, pero ha sido una verdadera suerte poder ir allí este verano. El año que viene va a estar más complicado, pero volveré pronto. El Perdiguero y el Posets me están esperando.
Fin de semana envidiable si señor…
Eduardo: te has superado, ¡¡¡el reportaje fotográfico es brutal!!! Vaya excursiones más bonitas y vaya fuelle. Estás hecho un máquina.
Un abrazo desde Alicante fiera,
Óscar
Gracias Óscar!!! Acabé reventado, aún tengo que mejorar jajaja. Un abrazo!