Este noviembre he realizado las que, probablemente, sean mis últimas escapadas del año. La primera de ellas se centraba en la visita a Luxemburgo, una ciudad sobre la que había oído dos opiniones contrapuestas: que era muy recomendable y que no merecía la pena. Yo me uno a la primera. A pesar de que la luz no era la ideal para mi cámara, creo que se aprecia lo suficiente en las fotos que la ciudad realmente merece la pena. Su arquitectura recuerda a la de la capital de sus vecinos del oeste. El centro se puede visitar en unas pocas horas. Un dato para ejemplificar el nivel de vida del Gran Ducado: el kilo de mandarinas a 6,99 euros.
Ya de vuelta en Alemania nos detuvimos en Trier, patrimonio de la humanidad por sus ruinas romanas. Merece una parada sin duda, pese a que no me gustó tanto como Luxemburgo.
También volví a visitar el valle del Rin, ya que se encuentra en la misma región que Trier y, además, los últimos coletazos del otoño iban a estar presentes en el valle.
En definitiva, tres lugares que, sin duda, bien merecen un alto en el camino.