Mulhacén – Junio de 2008

A veces tiendo a olvidar ciertas cosas que he hecho. Mi ascensión al Mulhacén suele ser una de ellas. Supongo que el que no fuera una de mis mejores experiencias en la montaña tiene mucho que ver en ello.
Nos dirigimos a Sierra Nevada a finales de junio, escapándonos por primera vez de las Hogueras. No hace falta recalcar que las temperaturas en Andalucía por esa época del año son de todo menos agradables. Aún más si llevas una mochila de varios kilos a tus espaldas.
La aproximación hasta Siete Lagunas desde Trevélez no ofrece, hasta su parte final, un paisaje demasiado atractivo. Imagino que en invierno ganará bastantes puntos, pero en verano la preocupación principal es divisar en el horizonte una sombra donde resguardarse del sol.

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Conforme un se acerca a las Chorreras Negras el paisaje mejora sustancialmente. Tras unos 1.500 metros de desnivel -y unas cuantas horas- se llega a Siete Lagunas. Aquí ya nos encontramos con un paisaje de alta montaña.

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Dormir allí arriba, aislado del mundo, fue una bonita experiencia. Esa noche escuchamos por la radio como España eliminaba en los penaltis a Italia en la Eurocopa. Años tragándome decepciones con la selección y precisamente me pierdo el partido en el que todo cambió. Manda narices.

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A la mañana siguiente ascendimos a la cumbre, situada a 3.478 metros, la más alta de la península. Ese día ha sido uno de los más amargos que he tenido en montaña. Sufrí un tirón en uno de los aductores y llegué arrastrándome a la cima, una situación bastante lamentable para alguien que no había sufrido demasiado ascendiendo al Aneto y a Monte Perdido. Lo peor de todo es que, en lugar de tener ganas de volver a ponerme en forma, aquello ya me hundió definitivamente y no quise volver a saber nada de la montaña.

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Las cosas hoy en día, por suerte, son muy distintas. Estas navidades, mientras hablaba con una amiga mía, ésta me dijo que tampoco habíamos cambiado tanto en 5 años. Curiosamente esa cifra coincide -más o menos- con el tiempo que ha pasado desde la ascensión aquí relatada. El caso es que mi respuesta fue una enumeración de algunos de los cambios que ha experimentado mi vida desde entonces. Acabamos riéndonos a carcajada limpia. «Vale, vale, igual sí que has cambiado algo».
Pese a todo ello, mejor o peor, he subido al Mulhacén. No todo el mundo puede decirlo. Estoy muy agradecido de tenerlo en mi debe. Es una experiencia más, imprescindible para los que nos gusta esto de la montaña.

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