Vienna City Marathon – Abril de 2014

Tras correr la maratón de Frankfurt comencé a planificar el calendario para 2014. Tenía pensado correr en marzo en Barcelona, pero, puesto que mi rendimiento en Frankfurt no fue el esperado, decidí darme un mes más de entrenamiento para mi segunda maratón. Las opciones eran París y Viena. Me decanté por la segunda porque ME GUSTA MÁS (así, bien grande). Algunas de mis razones: lo recogido de su precioso centro histórico, sus palacios, la amabilidad de los austríacos o su posición privilegiada en la historia de la música. La sobreexplotación de esto último de cara al turismo es lo único que me disgusta de la ciudad. Ver a gente por la calle con disfraces y pelucas del siglo XVIII -intentando venderte entradas para un concierto- estropea un tanto el ambiente que se respira en la ciudad.
Pensando en la maratón del domingo, hice las visitas que requerían andar bastante nada más llegar (viernes por la mañana). Comencé por Schönbrunn, el que es para mí el palacio más impresionante de Europa Occidental.

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Durante el fin de semana realicé dos visitas que me quedaron pendientes de mi primer viaje a Viena en 2009. La primera de ellas fue entrar al primer zoo del mundo y ver por fin a un dichoso panda comiendo bambú.

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De Schönbrunn me fui hasta la Karlsplatz, donde se encuentra la Karlskirche. A escasos centenares de metros de ésta se puede visitar el palacio del Belvedere. En su interior se exhibe El Beso de Klimt, una de las obras que más me ha impresionado ver en vivo. Este viaje decidí no entrar a ningún museo. Son bastante caros y tengo el recuerdo bastante fresco. Además, sé que volveré a Viena, prefiero espaciarlo un poco más.

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Después de comer fui a la feria del corredor a recoger el dorsal y a hacer el check-in en el hotel, donde me pegué una buena siesta de dos horas, algo que repetiría a la tarde siguiente. Posteriormente volví a salir para disfrutar del atardecer por el centro histórico de la ciudad. Allí estaban montando la meta de la carrera, justo en mi punto preferido de la ciudad.

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Al oeste del anillo que rodea el centro histórico se concentran gran parte de los museos de la ciudad.

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El Palacio de Hofburg ocupa una buena parte del centro y es la gran estrella de éste. En el Burggarten se encuentra una estatua erigida en honor a Mozart.

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En la Josefsplatz se encuentra una de las localizaciones de una de las mejores películas de la historia del cine, El Tercer Hombre. Desde allí también se entra a la biblioteca nacional austríaca, la otra visita que no hice en 2009. Merece muchísimo la pena.

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Pasear por el centro de la ciudad es una delicia. El epicentro de éste es el Stephansdom (la catedral), uno de los grandes símbolos de la ciudad. Nada mejor que subir más de 300 escalones el día antes de una maratón.

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Stadtpark, memorial a las víctimas del holocausto, Rathaus, el parlamento austríaco, Volkspark… Muchos lugares interesantes. En el Burgtheater se estrenaron, entre otras obras, Las Bodas de Fígaro o la 1ª sinfonía de Beethoven.

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Al atardecer -después de otra siesta- me fui al Prater. En su noria (una de las más antiguas del mundo) se rodó una de las mejores escenas de la historia del cine, en la que el cínico Harry Lime pronuncia ese famoso: In Italy for 30 years under the Borgias they had warfare, terror, murder, and bloodshed, but they produced Michelangelo, Leonardo da Vinci, and the Renaissance. In Switzerland they had brotherly love – they had 500 years of democracy and peace, and what did that produce? The cuckoo clock.

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Y llegamos al domingo, el gran día y la razón del  viaje. Durante la noche dormí bastante mal a causa de los nervios. Creo que esas largas siestas vienesas ayudaron a que esa noche no me pasara factura. Tras un entrenamiento mejor planificado, así como más exigente y metódico, esperaba hacer entre 3:40 y 3:45. Fue lo que quería hacer en Frankfurt, sin embargo, aquel día la maratón me comió y me fui al 4:03. Hoy sé que aquel día tenía piernas para acercarme a lo que me había propuesto, pero enfrentarte a la distancia por primera vez pasa muchísima factura.
Esta maratón era clave para mí. Si volvía a pasarlo tan rematadamente mal, congelaría el tema maratones durante un periodo, hasta que me creyese con fuerzas para poder afrontar la distancia con garantías. Mi idea era rodar en Viena en el 3:43, en otoño bajar al 3:37 y ya en la primavera de 2015 bajar hasta el 3:33.
El tiempo no fue precisamente el ideal. De momento tengo sacado el abono al viento y la lluvia en maratones. Más de 42.000 personas tomamos la salida en tandas a partir de las 9:00. De todas ellas, algo más de 7.000 íbamos a por los 42.195 metros.
Me había propuesto pasar la media maratón entre el 1:42 y el 1:43, y fue exactamente lo que hice. Acostumbrado a rodar por debajo del 1:40, no fue tarea difícil. Lo que no me esperaba es lo que se puede observar en el gráfico inferior. Mis mejores kilómetros fueron del 20 al 30, momento a partir del cual mi rendimiento fue bajando paulatinamente, pero sin un gran bajón.
Cuando ves que las piernas te responden, los kilómetros van pasando y que ningún muro te golpea, te creces. Sobre el asfalto vienés he vivido, tras más de dos años, mi día más mágico corriendo. Esa sensación de ir por el kilómetro 38 bajo la lluvia sabiendo que estás venciendo a la distancia… es indescriptible. Todavía hoy me cuesta creer que haya bajado ¡media hora! de mi primera a mi segunda maratón.

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Esa media hora se ha notado mucho en los días siguientes a la carrera: Rodillas, isquiotibiales, cuádriceps… todos lo agradecen. En más de dos años, incluyendo dos maratones y 21 medias, sólo he tenido una pequeña rotura fibrilar que me tuvo parado 2 semanas. Todavía he de corregir un par de cosas, pero de momento creo que estoy haciendo las cosas bien. Y lo más importante, este año estoy disfrutando más que nunca. Próxima parada: Pujada al Montcabrer. Ah, y ya en octubre: Amsterdam Marathon.

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