El fin de semana pasado realicé otra escapada corredora, la cuarta en lo que va de año. A la maratón de Viena, la media de Barcelona y la media de Berlín, las ha seguido la carrera más importante de Bélgica, los 20 km de Bruselas. Era algo que no tenía previsto en mi calendario para este año. Me ofrecieron revisitar la capital belga y no quise desperdiciar la oportunidad. Más tarde vi que el domingo era la carrera, la cual tenía en mente para el año que viene, y no me lo pensé demasiado. Los 40.000 dorsales se habían agotado, por lo que tuve que recurrir -por primera vez- a la clandestinidad, comprando un dorsal de segunda mano a un belga muy majo, que me envió a Alemania por correo su dorsal, tras abonarle la cuota de inscripción de la carrera. Así que por un día no fui Eduardo, fui… un nombre raruno del que no me acuerdo. Dejémoslo en el dorsal 7193.
Mi idea, puesto que este fin de semana disputo la Pujada al Montcabrer, era realizar una especie de entrenamiento, yendo todo el rato a un ritmo más suave del que suelo ir normalmente en media maratón. Logré hacerlo, aunque pasándolo algo peor de lo esperado por diversas razones. Nunca llegué a estar cómodo del todo. El principal problema es que el dorsal que adquirí era de los grupos más retrasados. Delante de mí salieron alrededor de 20.000 personas. Creo que no exagero si digo que adelanté a más de 5.000 durante la carrera. Ello conlleva un mayor desgaste, al tener que hacer cambios de trazada y de ritmo para adelantar. Con tanto desplazamiento lateral estoy seguro de que hice más bien la distancia de una media maratón. En segundo lugar, durante la carrera nos acompañaron unos 25 grados. Se me había olvidado lo que era correr con calor. La verdad es que se nota. Otro punto es que mi alimentación y descanso durante el fin de semana fueron bastante lamentables. Por último, el circuito es bastante sinuoso, con una cuesta especialmente dura en el kilómetro 18. También el hecho de no ir al 100% hace que sea más fácil perder la concentración y, por ello, la capacidad para mantener un ritmo estable. Eso sí, no iba del todo cómodo, pero cuando tuve que subir un pistón porque me había empanado durante el kilómetro anterior, podía hacerlo sin problemas.
Quitando la gran cantidad de gente, la carrera está bastante bien. Esto no sería un problema si ésta discurriese siempre por amplias avenidas o las oleadas de la salida estuvieran mejor planificadas. El recorrido no atraviesa el centro histórico de la ciudad, pero la llegada bajo el arco del triunfo del Cinquantenaire es de las mejores que he podido disfrutar. Siempre es interesante correr en otro país, especialmente si se trata de una de las grandes clásicas de Europa.
Sobre la ciudad poco que decir que no haya dicho ya. Creo que merece mucho la pena visitar la Grand Place y el original Atomium. Brujas es bastante más bonita, pero ignorar Bruselas en un viaje a Bélgica es un crimen.