He tenido unos últimos dos meses bastante movidos, por lo que no he podido actualizar el blog hasta hoy. Todavía tengo que escribir sobre la maratón de París, las visitas al Harz, Londres, Estambul y, sobre todo, del viaje de tres semanas por la costa oeste de EEUU. Sin embargo, voy a empezar por el final. Este fin de semana he estado en Chamonix. Catorce horas de ida y vuelta en coche (menos mal que me encanta conducir) han sido un precio muy bajo para los dos días inolvidables que he pasado en uno de los lugares más increíbles de Europa.
El principal motivo del viaje era el Cross du Mont-Blanc, una carrera de 23 kilómetros con alrededor de 1.700 metros de desnivel positivo. La carrera comienza en Chamonix, va hasta Argentiere y desde ahí gira de vuelta y asciende hasta La Flegere. Los últimos kilómetros, que van desde La Flegere hasta la meta en Planpraz, recorriendo el llamado Balcon Sud, son -sin duda- los más bonitos que han sufrido estas piernas en sus más de 50 carreras. Y bien sufridos. Junto con mi primera maratón, ha sido la carrera en la que peor lo he pasado. Diversas son las causas de la pájara descomunal que sufrí, aunque realmente todo se reduce a una conclusión: No estaba lo suficientemente preparado. En la media maratón de Zermatt del año pasado las cosas salieron bastante bien, por lo que me he confiado demasiado para esta. Pensaba que sería ligeramente más dura, pero la diferencia entre ambas carreras es considerable, pese a que Planpraz está a 2.000 metros y Riffelalp a 2.580.
Mis 4:01 horas me situaron algo por debajo de mitad de tabla, en el puesto 733 de 1590. Esperaba hacer alrededor de 3:30. Tampoco es una debacle, pero si quiero hacerlo bien en agosto en la Sierre-Zinal (31km, +2200m) y correr la maratón de la Jungfrau en 2016, me tengo que poner algo más las pilas.
Una última anécdota y ya no os doy más la brasa con el rollo este del corredor amateur que se cree guay. Ya en Chamonix después de la carrera, mientras andaba por la calle principal del pueblo, me crucé con una flecha llamada Kilian Jornet. Él volvía de subir y bajar corriendo el Mont-Blanc. Diferentes niveles y tal…
La verdad es que ver pasar corriendo -a dos metros- al deportista que más admiro me tocó más de lo que me imaginaba. Sobre todo porque el único que lo reconoció en toda la calle fui yo. No es sólo el deporte que practica, si no la filosofía y el estilo de vida que lleva.
El sábado, poco después de cruzar la meta, las nubes empezaron a tapar las cumbres del valle, por lo que por la tarde me di una vuelta por Chamonix y me dediqué a descansar. El pronóstico del tiempo para ayer domingo era magnífico, y por suerte se cumplió. Me he quitado una de las mayores espinas que tenía clavadas. En este momento no recuerdo haber hecho una excursión más bonita que la subida al Lac Blanc de Chamonix.
Algo antes de las doce estaba de vuelta en el valle, y oye, no todos los días se está en Chamonix sin una nube en el cielo, así que, ¿para qué volver tan pronto a Frankfurt? Mejor subir a la Aiguille du Midi, ¿no?
Me llena de orgullo y satisfacción decir que reconocí el Matterhorn y el Monte Rosa sin necesidad de letreros. A 3.842 metros experimenté una mezcla de sensaciones. Por un lado, uno queda abrumado ante una panorámica tan apabullante. Se trata -indiscutiblemente- de uno de los lugares más espectaculares de Europa. Por otra parte, me dolía en el alma ver a la gente llegar de hacer la cumbre del Mont-Blanc. Ascenderlo es el gran sueño de mi vida. Ser un turista entre montañeros que volvían de coronar sus 4.810 metros me daba hasta vergüenza. Pero bueno, acabo de cumplir 29 años, tampoco hay que volverse loco. Este año he hecho el Half Dome, el año pasado las dos cumbres más importantes de Alemania (Zugspitze y Watzmann) y en 2013 Aneto y Monte Perdido. Lo que me preocupa es que no acabo de dar el salto de media a alta montaña. Veremos en 2016…
La próxima entrada será para EEUU.
Pero eso es otra historia…
Que fotos!!! Parece increíble con tus imágenes, al natural y con el viento, los olores, los colores… Debe ser impresionante. Genial Edu! No te pares. Con ganas de leer tu periplo Americano… Un abrazo, Óscar