Hace cerca de dos años cerré la crónica de mi viaje a Noruega con la siguiente frase:
«Si cuando visite (o eso espero) la Patagonia, Islandia, Nueva Zelanda, Costa Oeste de EEUU o el Himalaya; experimento las mismas sensaciones que en Noruega, me daré por satisfecho.»
Con el tiempo no son los recuerdos lo único que se difumina, sino también las sensaciones. Durante los últimos meses, al estar ya confirmado que iba a realizar el viaje a Islandia, perdí un poco la perspectiva de la envergadura del viaje que iba a realizar. No era consciente de que no se trataba de un viaje más, sino que iba a visitar uno de los rincones del planeta que más me atraía desde hacía unos cuantos años.
También recuerdo que mis compañeros por tierras islandesas, tras leer la frase de arriba, me expresaron su escepticismo ante la posibilidad de llegar a visitar alguno de esos destinos. Pues bien, ya hemos pisado la tierra del hielo y el fuego. Por mi parte, a mi yo de hace dos años he de decirle: Tranquilo, estamos más que satisfechos. Islandia, como era de esperar, no decepciona.
Yo llegué a Reikiavik un día antes que mis padres. Mi idea inicial era visitar durante ese día Glymur (la cascada más alta del país), pasar unas horas en la capital y posteriormente relajarme en el Lago Azul. Días antes de volar cambié de parecer y decidí irme a entrenar corriendo por el Fimmvörðuháls, una de las travesías más famosas del país. Une las zonas de acampada de Thórsmörk y Skógar. Como días más tarde iba a dormir dos noches en Skógar, mi intención era correr por la zona de Thórsmörk. Lo que no supe hasta que me encontraba a escasos kilómetros del lugar, es que para llegar hasta Thórsmörk hay que atravesar un río con un autobús anfibio que lo cruza tres veces al día. Así que, sobre la marcha, me tocó improvisar. Fui hasta Skógar para entrenar por el otro extremo del Fimmvörðuháls.
Realicé el primer tercio del recorrido. Mi intención era llegar más lejos, pero una espesa niebla hacía que no mereciese la pena continuar. Aunque días más tarde volvería a realizar el mismo recorrido (esta vez sí alargándolo), no recuerdo ese día como una perdida de tiempo. Fue la primera vez que esa Islandia que hasta entonces sólo estaba en mi imaginación se convertía en real. Es difícil describir lo bien que me lo pasé corriendo por semejantes paisajes. La lluvia, el frío y el barro poco me importaban. Fue uno de esos días que se clavan en la memoria para siempre.




Como disponía aún de bastante tiempo antes de que aterrizasen mis padres, decidí introducirme en dirección a Thórsmörk con el 4×4. Avancé hasta que, tras atravesar un par de riachuelos, me topé con un río algo más serio. El último día del viaje seguro que lo hubiera cruzado, pero el primero me dio algo de respeto.
Aprovecho para recalcar la importancia de un 4×4 en una visita a Islandia. Sin él no se puede llegar a los sitios más bonitos que nosotros vimos, ya que se accedía por las famosas carreteras F. Por si esto no fuera poco, muchas de las carreteras de gravilla, a las que supuestamente se puede acceder con turismos, estaban incluso peor que algunas F. Perdí la cuenta de los no 4×4 con ruedas pinchadas en la cuneta. En definitiva, con un turismo me parece que se obtiene una versión bastante sesgada del país y, además, pasándolo mal en algunos tramos.
El primer día terminó con baño en el Lago Azul. Me parece excesivamente caro. Si se va a estar por el norte, los baños de Mývatn resultan una mejor opción, por no hablar de los baños naturales como los de Landmannalaugar. Me quedé realmente con ganas de meterme al agua allí.


Por si la amenazante actividad volcánica del Bárðarbunga (Bunga Bunga para los amigos) en los días previos a nuestros vuelos no hubiera sido suficiente para nuestros corazones, se acercaron a recibirnos a Islandia los últimos coletazos de un huracán. Creo que no he conducido nunca en peores condiciones.
Nuestra primera parada fue en el Þingvellir National Park, el único lugar del país que es Unesco World Heritage. La razón no es otra que su importancia histórica, ya que allí se fundó el parlamento islandés, aunque -si se le pregunta a todo el mundo que la visita- el verdadero atractivo de la región es la falla que separa las placas tectónicas de Euroasia y Norteamérica.












Cerca de Þingvellir se encuentra uno de los grandes iconos del país: Strokkur. Este géiser expulsa una columna de agua bien calentita cada cinco minutos, más o menos. A pocos metros de éste está Geysir, el primer gran géiser descubierto en el planeta. Llegó a alcanzar los 170 metros de altitud, según cuenta la leyenda. Sin embargo, desde principios de milenio se encuentra de vacaciones en el Caribe.






A pocos minutos del géiser hay otra parada obligatoria: Gullfoss, la primera gran cascada del país que pudimos contemplar. Es algo que realmente impresiona, ya que en Europa Continental no existe nada así.






A la mañana siguiente nos dirigimos desde Laugarvatn, donde se encontraba nuestro alojamiento, hacia el interior del país. En medio de la nada se encuentra la región de Kerlingarföll. La salvaje tromba de agua que nos cayó importó un pimiento, ya que ante mis ojos se encontraba uno de los paisajes más bellos que éstos han podido contemplar. Lo realmente malo fue que, al estar la ropa totalmente empapada, tuvimos que renunciar a ir a Hveravellir y volver al alojamiento nada más terminar nuestra visita a Kerlingarföll.
























De vuelta al alojamiento tuvimos el susto del viaje. En medio de la nada, en la F35, nos encontramos un 4×4 volcado. El accidente acababa de ocurrir, ya que los ocupantes estaban saliendo del coche. Por suerte ninguno de ellos tenía ni un rasguño. De todas formas, tuve que salir de la nada, llamar al 112 y pedir asistencia mediante el inglés más lamentable (a causa de los nervios) que he hablado durante los últimos tiempos.
Al día siguiente esperaba otro de los grandes atractivos del viaje: Landmannalaugar. Éste y Kerlingarföll son las principales razones por las que alquilé un 4×4. Tras una larga aproximación hacia el interior del país, comienzan a vislumbrarse los primeros retazos del paisaje que nos espera.






Al llegar a la zona de acampada de Landmannalaugar el festival de colores se desata. Nosotros hicimos una pequeña ruta circular que nos permitió hacernos una idea de la región, ya que no disponíamos del tiempo suficiente para realizar la Laugavegurinn (55 km), la travesía más famosa del país. Nuestro camino comenzaba con la ascensión al Bláhnúkur, conocida como la montaña azul. Al llegar a la cima la vista de 360º es indescriptible.




















Desde la cumbre iniciamos el descenso en dirección a Brennisteinsalda, la montaña roja. Ese día me volví loco con la cámara. En un único día hice las mismas fotos en Landmannalaugar que en cinco en la preciosa Estambul.












Desde la cima del Brennisteinsalda las vistas vuelven a ser espectaculares. En tan sólo tres días ya estábamos completamente enamorados de Islandia. Desde la cumbre descendimos de vuelta a Landmannalaugar. Aunque no fue un día soleado, no llovió, por lo que no nos podemos quejar del tiempo.












Prometo que he reducido el número de fotos de la excursión al mínimo. El impacto inicial de Kerlingarföll fue de las sensaciones más fuertes que he experimentado en un viaje, pero la región de Landmannalaugar fue lo que más me gustó de lo que pude ver en Islandia (no se nota nada, lo sé).
Desde este maravilloso lugar nos dirigimos hacia la costa. Teníamos dos noches de alojamiento en Skógafoss. De camino a allí paramos en la cascada de Seljalandsfoss, famosa por poder pasar por detrás de ella. Aunque ésta es bonita, unos kilómetros hacia el este se encuentra la que, para mí, es la cascada más bonita del país: Skógafoss.






Al día siguiente hice mi segunda incursión por el Fimmvörðuháls. El tiempo empezó bastante amable la jornada, pero poco a poco fue peligrosamente acercándose al que tuve en la primera visita. All llegar al puente que marca el primer tercio de la travesía (donde me di la vuelta el primer día) la historia era bien parecida, pero ese día ni un tren me paraba en mi camino hacia la zona de la erupción del Eyjafjallajökull, el paso del Fimmvörðuháls propiamente dicho. En mi camino, recibí incluso dos advertencias de que me diera la vuelta (en plan película de terror), ya que -según ellos- hacía mucho viento, frío y lluvia. Vamos, que arriba me esperaba Noé con la barca.















Por suerte, esta vez mi testarudez fue una virtud, ya que difícilmente -pese a la niebla- volveré a ver un lugar así en mi vida. También he de decir que sin mi chaqueta North Face y sin mis Salomon Speedcross la barbaridad que hice ese día hubiera sido difícil de realizar. Son prendas caras, pero recuerdo pocas inversiones más rentables. Aquel día debí hacer unos 35 km, alrededor de 20 de ellos corriendo, superando en la jornada unos 1.000 metros de desnivel. Ayer corrí 31 kilómetros (incluyendo una media maratón) y hoy estoy menos cansado que tras ese increíble día.
A causa de la niebla, las fotos no lograron captar para nada lo que pude contemplar. Naturaleza en estado puro. Con la erupción del Eyjafjallajökull en 2010 todavía muy reciente, el paisaje es desolador y, a la vez, hipnotizador. Un paraíso de ceniza y lava petrificada. Allí se encuentran las dos montañas más recientes del planeta. Más bien son colinas, pero queda guay llamarlas montañas.


















Una experiencia memorable. La anécdota de la jornada fue que cogí varias piedras de distintos colores para mi familia, con el fin de poder demostrar/compartir mínimamente lo que había contemplado. Durante la bajada la lluvia no cesó. Al llegar abajo, cuando fui a enseñarles las piedras a mis padres, éstas -a causa del agua- se habían convertido prácticamente en barro. Me pasó como con el Santo Grial en Indiana Jones y la Última Cruzada. Fue gracioso la verdad: «¡En serio! ¡Eran amarillas, rojas, violetas y negras!»
Por la tarde fuimos hacia la costa. En primer lugar nos acercamos a la lengua Sólheimajökull del glaciar Mýrdalsjökull. Supongo que no hace falta recalcar que todos estos nombres tan raros los estoy buscando en Google. Yo creo que los islandeses -con una previsión milenaria- pusieron los nombres de los sitios con vista a potenciar la marca Islandia de cara al turismo. Nadie se acuerda de ningún nombre en concreto, sólo de que Islandia mola mazo.
La lengua no es especialmente bonita, pero es famosa, ya que -al ser fácilmente accesible- se realizan expediciones diarias para andar por ella. Desde allí fuimos al pequeño cabo situado al oeste de la playa de Reynisfjara, considerada una de las más bonitas del mundo. Para terminar el día fuimos a cenar al restaurante Strondin en Vík í Mýrdal, el cual recomiendo.
















A la mañana siguiente regresamos a la zona. Comenzamos visitando el cabo de Dyrhólaey, famoso por el arco que se ha formado en su roca. Desde allí las vistas del Mýrdalsjökull y del Eyjafjallajökull son espectaculares.














Posteriormente visitaríamos la playa de Reynisfjara en sí. Ese día sería el único del viaje en el que conseguimos ver frailecillos, puesto que, al tratarse de septiembre, habían abandonado ya el norte del país.














Por la tarde realizamos otra excursión de unas 5 horas. Se trata de un recorrido que parte de la zona de acampada de Þakgil hasta el corazón del Mýrdalsjökull. Aunque posteriormente íbamos a visitar el Vatnajökull, en el Mýrdalsjökull se produce un contraste de colores que no existe en su hermano mayor, por lo que la excursión resulta muy recomendable. Además, yo llegué hasta la misma base del glaciar, pudiendo tocarlo incluso con los dedos. No es que no haya visto ningún glaciar en mi vida, pero desde luego no había tenido delante, hasta ese momento, un monstruo de hielo de semejantes proporciones.






























Considerando el recorrido que hicimos, la única espina que se me quedó fue no visitar Lakagígar, la zona donde, en 1783, se registró la erupción más devastadora de la que hay registro. Si alguna vez vuelvo al país será la prioridad número 1 junto a Hornstradir.
El siguiente día fue bastante relajado. Recorrimos la zona sur del Vatnajökull, donde la gran estrella es el lago Jökulsárlón. La imagen de los pequeños icebergs reflejados en el agua es una de las estampas más conocidas del país. También resulta muy curioso contemplar los trozos que quedan varados en la orilla, una vez que salen del lago hacia el Océano Atlántico.
















A escasos kilómetros de éste se encuentra el lago Fjallsárlón, menos bonito, pero -en cierto sentido- más espectacular, ya que la lengua está mucho más cerca.






A continuación tomamos un barco que nos condujo por el interior del Jökulsárlón. Es de lo más típico que se suele hacer cuando se visita el país, aunque yo personalmente considero que no se obtiene una experiencia que aporte demasiado al viaje. Contemplar los icebergs desde la orilla es, sin duda alguna, lo más bonito de la visita al lago.








Después de comer visitamos la población de Höfn. A nivel general las poblaciones de Islandia (esta no es una excepción) son excesivamente poco interesantes. Vamos, que son una merde pinchada en un palo. Menos mal que luego la impresionante lengua Hoffellsjökull nos quitó el amargo sabor dejado por tan bella población.






Al día siguiente hicimos la última gran excursión del viaje, en el sentido de desnivel y horas caminando. Se trata de una ruta circular por el Skaftafell National Park. Antes de que se integrara en el Vatnajökull National Park, esta región ya era un parque nacional por sí sola. La primera parte del sendero bordea la Skaftafellsjökull, de ahí el nombre del parque. Esta impresionante lengua se encuentra junto al Hvannadalshnúkur, la cumbre más alta de Islandia.






Dentro de la ruta se puede tomar un desvío para ascender hasta la cumbre de Kristínartindar (1.125 m). Es muy recomendable, ya que la panorámica desde ésta es realmente impresionante.








En el descenso, de vuelta al centro de visitantes del parque, se encuentra la cascada de Svartifoss. A mis compañeros les decepcionó. No es tan espectacular como otras del país, pero a mí me pareció ciertamente original y bonita.










A esas alturas llevábamos ya una semana de viaje. Siete días no me parecen suficientes para conocer el país con un mínimo de profundidad. Nuestro octavo día fue de transición. Nos dirigimos hacia la zona de Mývatn recorriendo la parte este del país. Durante el camino hicimos una serie de paradas para conocer algo de aquella región. La primera de ellas fue en Stokksnes, al este del «inolvidable» pueblo de Höfn.




Hicimos dos paradas más. La primera de ellas en Seyðisfjörður, la ciudad más importante del este del país y prácticamente la única que se salva de la mediocridad arquitectónica que inunda el país. El entorno también hace mucho. La otra parada fue en las cascadas de Litlanesfoss y Hengifoss, que realmente merecen el desvío necesario para llegar hasta ellas.












De camino a Mývatn el paisaje se torna desolador. En nuestro trayecto nos topamos con la montaña Herðubreið, de las más famosas del país. También vimos la carretera cerrada a Askja, debido a la erupción del Bunga Bunga. Menos mal que no lo metí en mi planificación.




En la zona del lago Mývatn pasamos dos días. La primera mañana vimos los puntos de interés que rodean al lago: Los bonitos cráteres de Skútustaðagígar, el gigantesco cráter de Hverfjall, las formaciones de lava de Dimmuborgir o la cueva de Grjótagjá.


















A la tarde decidimos cambiar de paisaje y nos encaminamos hacia el antiguo Jökulsárgljúfur National Park, hoy integrado en el parque del Vatnajoküll. Después de una semana de viaje crees que ya nada te puede sorprender… Hasta que aparece ante tus ojos Dettifoss. Hay que estar allí para verla y oír como el agua atrona entre las paredes del cañón. Realmente impresionante. Selfoss, Hafragilsfoss y el cañón en sí tampoco son poca cosa. Es increíble la variedad de paisajes que ofrece el país en tan pocos kilómetros.
















También dentro del parque nacional, en la zona más septentrional, se encuentra Ásbyrgi, un pequeño cañón cuyas paredes alcanzan los 100 metros. Aprovecho y pongo unas fotos de los típicos caballos islandeses. Estos simpáticos animales son muy bonitos desde la lejanía. Si te acercas demasiado, la nube de moscas afincada en el trasero del caballo abandona su vivienda habitual para situarse a tu alrededor, con lo cual el momento pierde toda su magia.








Nuestro segundo día en la región comenzó en Hverir. Las moscas no logran empañar la visita a esta interesante zona de alta actividad geotérmica.












Desde allí nos dirigimos a la región de Krafla, donde han tenido lugar numerosas erupciones a lo largo de los años. La devastación es impactante. Aquí se encuentra también el lago verde de Víti, situado en el interior de un cráter.














Antes de dirigirnos hacia Akureyri, nos dimos un chapuzón en los baños de Mývatn. Por la mitad de precio se obtiene una experiencia similar a la del Lago Azul. De camino a la ciudad más importante del norte del país se encuentra Goðafoss, otra bonita cascada islandesa. Akureyri se encuentra ligeramente por encima del nivel de mediocridad de las poblaciones islandesas. Dejémoslo ahí.








Los siguientes dos días los pasamos por los decepcionantes fiordos del noroeste. Aunque el paisaje es bonito, si no se va a ir a Hornstradir, creo que la kilometrada no merece la pena. Teniendo en cuenta que el acceso a Askja y Kverkfjöll estaba cerrado, únicamente lamento la decisión por Laki. De todas formas, si no lo ves tampoco puedes opinar. Sinceramente me esperaba algo mucho más espectacular. El problema es que la profundidad de los fiordos es escasa, alcanzando los pocos centenares de metros de altura. Después de estar en Noruega… poca cosa.




















Eso no quita que existan lugares interesantes, como es el caso de la cascada de Dynjandi o los acantilados de Látrabjarg. Sin embargo, repito, demasiados kilómetros para la experiencia obtenida.





















Esa noche dormimos en Stykkishólmur, la población más importante de la península de Snæfellsnes. Los grandes atractivos de ésta son el monte Kirkjufell y el Snæfellsjökull, que nosotros no pudimos ver en su totalidad al estar parcialmente tapado por las nubes.










También visitamos el túnel de lava Vatnshellir (bastante recomendable) y diversos acantilados dispersados por la península, incluyendo la pequeña travesía que une los pueblos de Arnarstapi y Hellnar.












La última tarde-noche la pasamos en la capital, Reikiavik, de la que destacaría únicamente su original iglesia Hallgrímskirkja, el edificio más alto del país con algo más de 74 metros. A la mañana siguiente, antes de coger nuestros respectivos vuelos, nos acercamos hasta Gunnuhver, una interesante región llena de fumarolas. Cerca de allí pasa también la falla que separa las placas de Euroasia y Norteamérica, aunque de forma mucho menos espectacular que en Þingvellir.












¡Enhorabuena! Si has leído todo este peñazo hasta el final, una de dos: O estás muy interesado en Islandia o eres un completo masoca. Si tienes el más mínimo interés, y no has estado, no lo dudes. La realidad supera a las fotos con creces. Es un país increíble. Aunque el turismo cada año es mayor, muchas veces se sigue teniendo la sensación de estar en medio de la nada. En ningún momento cruzó por mi mente un «¡Cuánta gente!»
En definitiva, un sueño hecho realidad. Eso sí, 2014 no acaba en Islandia. Esta semana a los Alpes y en tres semanas a eliminar mi gran asignatura pendiente de Europa Occidental: Amsterdam.