Swiss Alpine Davos 30k – Julio de 2015

El Cross del Mont-Blanc de hace un mes me dejó un ligero sabor agridulce. Mi rendimiento estuvo algo lejos de lo que esperaba, por lo que saltaron las alarmas de cara a la durísima Sierre-Zinal (31 km con +2.200m de desnivel), a la que me enfrento en dos semanas. Por ello decidí meter en la planificación otra piedra de toque: La Swiss Alpine Davos, uno de los grandes eventos de trail en los Alpes. Además de realizar otra preciosa carrera, he podido visitar una nueva región de la cordillera, la más importante de las que me faltaban.
La carrera fue el sábado por la mañana. El viernes de camino sufrí más de dos horas de atasco, por lo que -unidas a las 6 del propio viaje- la tarde anterior no fue precisamente relajada. A esto hay que sumar una nula aclimatación, hecho importante, ya que la mayor parte del recorrido transcurre a 1.500 metros sobre el nivel del mar. Teniendo en cuenta ambos factores, esta vez sí que acabé bastante contento. Además, dichos factores no van a existir en la Sierre-Zinal, ya que me he cogido unos días de vacaciones antes de la carrera para llegar descansado y aclimatado. Es el gran evento del año para mí a nivel de superación personal, el paso previo a la maratón de montaña.
La carrera de 30 kilómetros une los pueblos de Davos y Filisur. No se trata de un paisaje de alta montaña, pero aún así  (¡sorpresa!) es de lo más bonito que he corrido. Me vine un poco abajo entre los kilómetros 20 y 27. En los últimos tres kilómetros y por la tarde me di cuenta de que la cabeza había tenido algo que ver, ya que acabé relativamente fresco, tanto que por la tarde hice una excursión de más de 20 kilómetros que no tenía inicialmente planificada. Pero bueno, para eso están las piedras de toque. Respecto a la excursión, recorrí entero el Val Roseg, que acaba en un precioso lago bajo el macizo del Piz Bernina.

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Al día siguiente recorrí el Val Morteratsch hasta el refugio de Boval. Ambos valles están pegados y se adentran de forma paralela en el macizo. La región del Piz Bernina está pegada a St. Moritz, una de las poblaciones más conocidas de los Alpes.
La verdad es que he tenido mucha suerte con el tiempo las dos veces que he bajado este año. Esperemos que para dentro de dos semanas se repita, al menos el día de la carrera.
No tengo mucho que decir, las fotos hablan solas, o eso espero. Lo que podría decir me duele decirlo, pero allá voy. Teniendo semejantes paisajes a 5/6 horas en coche, no tengo ninguna prisa por bajar a los Pirineos. Quiero quitarme las espinas del Perdiguero y el Posets, pero ahora mismo me parece una auténtica locura no aprovechar la oportunidad única que tengo. Por tiempo, distancia y dinero puedo bajar durante el verano varias veces a los Alpes. Es algo que ni siquiera recuerdo haber soñado cuando visité la cordillera por primera vez en 2002. Simplemente parecía inconcebible: Había que hablar alemán y vivir en Alemania, Suiza o Austria. Así que aquí estamos, viviendo esa vida inconcebible.

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Ya he alcanzado la cifra de 30 kilómetros en los Alpes. Se dice pronto, pero eché a andar por este camino hace casi cuatro años. En dos semanas otro paso más.

Cross du Mont Blanc – Junio de 2015

He tenido unos últimos dos meses bastante movidos, por lo que no he podido actualizar el blog hasta hoy. Todavía tengo que escribir sobre la maratón de París, las visitas al Harz, Londres, Estambul y, sobre todo, del viaje de tres semanas por la costa oeste de EEUU. Sin embargo, voy a empezar por el final. Este fin de semana he estado en Chamonix. Catorce horas de ida y vuelta en coche (menos mal que me encanta conducir) han sido un precio muy bajo para los dos días inolvidables que he pasado en uno de los lugares más increíbles de Europa.
El principal motivo del viaje era el Cross du Mont-Blanc, una carrera de 23 kilómetros con alrededor de 1.700 metros de desnivel positivo. La carrera comienza en Chamonix, va hasta Argentiere y desde ahí gira de vuelta y asciende hasta La Flegere. Los últimos kilómetros, que van desde La Flegere hasta la meta en Planpraz, recorriendo el llamado Balcon Sud, son -sin duda- los más bonitos que han sufrido estas piernas en sus más de 50 carreras. Y bien sufridos. Junto con mi primera maratón, ha sido la carrera en la que peor lo he pasado. Diversas son las causas de la pájara descomunal que sufrí, aunque realmente todo se reduce a una conclusión: No estaba lo suficientemente preparado. En la media maratón de Zermatt del año pasado las cosas salieron bastante bien, por lo que me he confiado demasiado para esta. Pensaba que sería ligeramente más dura, pero la diferencia entre ambas carreras es considerable, pese a que Planpraz está a 2.000 metros y Riffelalp a 2.580.
Mis 4:01 horas me situaron algo por debajo de mitad de tabla, en el puesto 733 de 1590. Esperaba hacer alrededor de 3:30. Tampoco es una debacle, pero si quiero hacerlo bien en agosto en la Sierre-Zinal (31km, +2200m) y correr la maratón de la Jungfrau en 2016, me tengo que poner algo más las pilas.
Una última anécdota y ya no os doy más la brasa con el rollo este del corredor amateur que se cree guay. Ya en Chamonix después de la carrera, mientras andaba por la calle principal del pueblo, me crucé con una flecha llamada Kilian Jornet. Él volvía de subir y bajar corriendo el Mont-Blanc. Diferentes niveles y tal…

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La verdad es que ver pasar corriendo -a dos metros- al deportista que más admiro me tocó más de lo que me imaginaba. Sobre todo porque el único que lo reconoció en toda la calle fui yo. No es sólo el deporte que practica, si no la filosofía y el estilo de vida que lleva.
El sábado, poco después de cruzar la meta, las nubes empezaron a tapar las cumbres del valle, por lo que por la tarde me di una vuelta por Chamonix y me dediqué a descansar. El pronóstico del tiempo para ayer domingo era magnífico, y por suerte se cumplió. Me he quitado una de las mayores espinas que tenía clavadas. En este momento no recuerdo haber hecho una excursión más bonita que la subida al Lac Blanc de Chamonix.

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Algo antes de las doce estaba de vuelta en el valle, y oye, no todos los días se está en Chamonix sin una nube en el cielo, así que, ¿para qué volver tan pronto a Frankfurt? Mejor subir a la Aiguille du Midi, ¿no?

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Me llena de orgullo y satisfacción decir que reconocí el Matterhorn y el Monte Rosa sin necesidad de letreros. A 3.842 metros experimenté una mezcla de sensaciones. Por un lado, uno queda abrumado ante una panorámica tan apabullante. Se trata -indiscutiblemente- de uno de los lugares más espectaculares de Europa. Por otra parte, me dolía en el alma ver a la gente llegar de hacer la cumbre del Mont-Blanc. Ascenderlo es el gran sueño de mi vida. Ser un turista entre montañeros que volvían de coronar sus 4.810 metros me daba hasta vergüenza. Pero bueno, acabo de cumplir 29 años, tampoco hay que volverse loco. Este año he hecho el Half Dome, el año pasado las dos cumbres más importantes de Alemania (Zugspitze y Watzmann) y en 2013 Aneto y Monte Perdido. Lo que me preocupa es que no acabo de dar el salto de media a alta montaña. Veremos en 2016…
La próxima entrada será para EEUU.

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Pero eso es otra historia…

Cuentas pendientes – Octubre de 2014

En apenas un mes he hecho casi 8.000 kilómetros al volante. Ha sido divertido, puesto que me encanta conducir. Puedo hacerlo durante largas horas sin mayor problema, al menos de momento.
Esta vez he hecho un recorrido visitando algunos de los lugares más emblemáticos de Centroeuropa. La primera parada fue en Colmar, una de mis asignaturas pendientes en Francia. Esta pequeña población está considera como una de las más bellas de la Alsacia. Aunque lo es, no pude evitar sentirme algo decepcionado. Esperaba un pueblo lleno de casitas de madera, pero eso sólo sucede en un par de calles. Habiendo visto ya tantas poblaciones en Europa, tiene que tratarse de algo extraordinario para que me llame realmente la atención.

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La idea era visitar también Berna, pero la falta de tiempo no lo permitió, por lo que nos dirigimos hacia Interlaken sin volver a parar. A la mañana siguiente subimos con el tren hasta la estación de Jungfraujoch. No recordaba que el trayecto fuera tan largo, ya que se necesitan cerca de 2 horas para llegar hasta arriba debido a las numerosas paradas en el trayecto. Aunque es carísimo, si te gusta la montaña, creo que es algo que hay que hacer al menos una vez en la vida. Yo por suerte ya llevo dos. Eso sí, no se pueden comparar. En 2002 me gustaba la montaña, ahora la relación es, digamos, algo más intensa.
Esta vez volví a ascender desde Lauterbrunnen, ya que la subida me parece más bonita que desde Grindelwald. De camino a la estación final, situada a 3.471 metros, se hacen un par de paradas tras hacer el cambio de tren en Kleine Scheidegg: una en la pared del Eiger y otra en el Obers Ischmeer.
He de recalcar el fabuloso tiempo que nos ha acompañado durante todo el fin de semana. Todavía me cuesta creer la suerte que tuvimos. Supongo que esto compensa -con creces- el revoltoso tiempo que soporté en julio, durante mi primera visita del año a los Alpes.

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Al llegar arriba la vista es espectacular. Nos encontramos justo al comienzo del glaciar Aletsch, el más grande de los Alpes. A ambos lados de la estación se levantan el Mönch (4.107 m) y la Jungfrau (4.158 m). A la izquiera queda también el Aletschhorn (4.195 m), la cima más alta de la región. Una panorámica increíble.

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A la bajada paramos en Kleine Scheidegg. Las fotos que hice cuando subí en julio a esta estación salieron mejor, a causa de la luz. El gran atractivo aquí es la impresionante cara norte del Eiger, aunque el Mönch y la Jungfrau tampoco se quedan atrás en cuanto a belleza. Las tres juntas forman una de las postales más famosas de los Alpes.

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Esa noche dormimos en Randa, un pueblo situado a escasos kilómetros de Täsch, desde donde se coge el tren a Zermatt. Durante el viaje, lo primero que hacía nada más levantarme era conectar por internet con las livecams del destino. Ambas mañanas me lleve una más que agradable sorpresa: Una ausencia total de nubes.
Aunque únicamente habían pasado dos meses desde que corrí la media maratón de Zermatt, visitando «gratis» Gornergrat, mereció totalmente la pena pagar los 70 euros del tren, ya que el tiempo fue -como he comentado- inmejorable. No he echado la cuenta de las fotos que le hice al Matterhorn, pero digamos que me desquité de lo de julio.
Para los que conocemos y nos gusta la montaña se presentan ante nosotros los mejores 360º de los Alpes: Matterhorn, Monte Rosa, Weißhorn, Breithorn, Liskamm, Dent Blanche… así hasta alrededor de 30 cuatromiles. En un día despejado es totalmente insuperable.

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De camino a Bayern me quité la mayor espinita que se me quedó en julio. Volví a coger el telecabina hasta el Eggishorn, aunque esta vez sin la compañía de las nubes. Se trata de la otra gran panorámica del Aletsch. Aquí se pueden contemplar -en toda su extensión- los 23 kilómetros de longitud que tiene la lengua. En 2015 (si no consigo plaza para el Mont-Blanc Cross) o en 2016 espero correr la media maratón que recorre el borde del glaciar, la Aletsch Halbmarathon.

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La última parada del viaje fue el gran clásico cuando se recibe visita: Neuschwanstein. Es la cuarta vez que lo veo, pero la verdad es que tampoco es algo que me canse, ya que ahora me llena de orgullo y satisfacción ver la reacción que causa en la gente contemplarlo por primera vez.

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Este año he estado cuatro veces en los Alpes. Es una de las principales razones por las que me mudé de Berlín con destino a Frankfurt, y la verdad es que la decisión cada vez parece más acertada. El año que viene espero bajar, al menos, otras tres veces más: Dos carreras y una ascensión.
El último mes y medio ha sido increíble: ascensión al Zugspitze, Allgäu Halbmarathon, Islandia, Copenhagen Half Marathon, ascensión al Watzmann, Berchtesgaden National Park, Route du Vin Semi-Marathon, Colmar, Jungfraujoch, Gornergrat y Neuschwanstein. El ritmo ha sido algo peligroso para mi cartera, aunque la señorita ha aguantado más o menos bien. Pero bueno, también ha sido el mes de mis vacaciones. De todas formas se trata de mi primer año trabajando en el centro de Europa. Estaba muy claro que me iba a cortar bien poco.

Ascensión al Watzmann – Septiembre de 2014

Este fin de semana he realizado mi cuarto -y último- viaje del año por tierras bávaras. Esta vez he estado únicamente en el Berchtesgaden National Park, dónde tenía dos excursiones pendientes. Hace menos de un mes subí el Zugspitze, que con sus 2.962 metros es el techo de Alemania. La ascensión, en lugar de apaciguar mi apetito montañero, aumentó mis ganas de continuar creciendo tanto en conocimiento de los Alpes como en experiencia.
El Watzmann es, con sus 2.713 metros, la tercera montaña más alta de Alemania. Sin embargo, probablemente sea la más importante situada en suelo germano, gracias a su mítica y complicada pared este (Ostwand), dónde más de 100 montañeros han perdido ya la vida, así como la preciosa estampa que presenta desde el valle.
De momento la Ostwand queda muy lejos de mis capacidades, así que el sábado me conformé con realizar la ruta clásica, que parte desde el puente Wimbachbrücke, situado en la localidad de Ramsau. Se parte a algo más de 600 metros de altitud, por lo que el desnivel es importante. Por ello, la ascensión suele separarse en dos días, haciendo noche en el impresionante refugio Watzmannhaus, que se alza a 1.930 metros sobre el nivel del mar.

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Yo por mi parte he realizado la ascensión en un día, un buen entrenamiento de cara a la maratón de Amsterdam de dentro de un mes. Desde el puente hasta el refugio las señales indican 4 horas de subida. Realmente no debería llevar más de tres, ya que son sólo algo más de 7 kilómetros, aunque con bastante desnivel. Desde el refugio hasta la antecumbre Hocheck (2.651 m) se indican otras 3 horas. También en este caso me parece algo exagerado.
Una vez se llega al Hockeck la vista es espectacular. Ante nuestros ojos aparece la verdadera cumbre del Watzmann (Mittelspitze), hasta entonces escondida. A un lado se vislumbran en la lejanía los Alpes Austríacos, mientras que al otro, 2.000 metros más abajo, aparece el Königssee.

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La cresta entre ambas cumbres se cruza en algo menos de una hora. Aunque es bastante aérea, la roca es muy segura y no hay ningún paso demasiado expuesto. Las vistas desde la cumbre no varían mucho respecto a las del Hocheck. Sin embargo, me sorprendió el porcentaje tan bajo de gente que siguió hasta la cumbre real, ya que sí fueron muchos los montañeros que se acercaron al macizo el sábado. Ya en la cumbre, bajo nuestros pies se alza la imponente pared este.

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Pese a que son 8 las horas totales que están estipuladas para la subida, yo empleé menos de cuatro. Pero como he dicho, me tomé la subida como un entrenamiento de cara a la maratón. El resultado… hoy lunes todavía tengo las piernas algo cargadas del esfuerzo. Eso sí, muy muy satisfecho de haber coronado la cumbre más emblemática de los Alpes Bávaros. El último tramo de la ascensión es una maravilla para los sentidos.
Por la tarde, después de una buena ducha y algo de descanso, me di una paseo por el pueblo de Berchtesgaden, el centro neurálgico de la región. Esta vez no pude disfrutar de la gran estampa del pueblo con el Watzmann al fondo, ya que éste se encontraba parcialmente tapado por las nubes.

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Para la mañana siguiente tenía planeada una excursión mucho más relajada. Tomé el primer barco que cruzaba el Königssee, que en estas fechas es a las 8:30. A esas horas todavía había nubes bastante bajas, lo cual le dio un toque diferente al lago.

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A 15 minutos andado del extremo sur del lago se encuentra el Obersee. Han pasado 12 años desde que realicé por primera vez este recorrido y la verdad es que me acordaba de más bien poco, lo cual fue bueno, ya que así lo disfruté más todavía. Se trata, sin ninguna duda, de uno de los lagos más bonitos que he visto. Un espejo verde rodeado de montañas.

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A la vuelta las nubes se habían elevado por encima del Königssee, así que pude disfrutar del lago con dos estampas muy diferentes. Al pasar junto a la iglesia de St. Bartholomä mis ojos se hallaban fijos en el Watzmann. Unos ojos que hace tres meses quedaron hipnotizados por esta preciosa montaña y que, con suerte y esfuerzo, han podido ver su cumbre de cerca este fin de semana.

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El Zugspitze salvó el año a nivel de montaña. El Watzmann lo ha elevado a la categoría de buen año. Sigo creciendo pasito a pasito como montañero. Cada vez me encuentro más cómodo en las alturas y sigo disfrutando muchísimo. Ambos días han sido de lo más grande que he vivido este año. En 2015 espero que caiga ya el primer 4.000.
Durante esta semana espero publicar la entrada sobre mi viaje a la maravillosa Islandia y la parada express realizada a la vuelta en Copenhague.

Ascensión al Zugspitze – Agosto de 2014

Pese a haber visitado los Alpes Suizos hace poco más de un mes, habiendo corrido la media de Zermatt, no estaba plenamente satisfecho con mi año a nivel de montaña. En 2012 subí al Taillón, mientras que en 2013 coroné el Aneto y Monte Perdido. Este año ya tengo mi cumbre emblemática. Es una pena ver como los alemanes han convertido el techo de su país en un circo, con varios restaurantes -e incluso un Spa- en la cumbre. Pero bueno, sigue siendo una cima muy atractiva si se decide atacarla desde alguno de los valles que la rodean. Yo opté por la vía más rápida y sencilla que existe (excluyendo el telecabina que sube hasta la misma cumbre), ya que al día siguiente (hoy) correría la media maratón de Allgäu.
La ruta parte de Ehrwald, donde se toma el Ehrwalder Bahn, que asciende hasta los 1.500 metros de altura. Por 34 euros se puede adquirir el Wander-ticket Gatterl, que permite tomar los transportes necesarios para realizar una ruta circular en la que se corona el Zugspitze.

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Desde la estación se requieren unas dos horas para alcanzar el paso de Gatterl, una frontera natural entre Austria y Alemania. Desde allí ya se ve (si hace buen tiempo, lo cual no fue nuestro caso) el Zugspitze.

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El paisaje tras el paso cambia considerablemente, adentrándonos en un terreno mucho más agreste. Hasta el refugio de Konrrhütte se requiere otra hora de falso llano en la que casi no se gana desnivel. Como curiosidad destacar que ese día se corría una maratón por la zona. Poquitos valientes se cruzaron con nosotros durante nuestra ascensión.

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Desde el refugio hasta el Gletscherbahn necesitamos otra hora en la que ganamos otros 500 metros de desnivel sin prácticamente notarlo. Hasta aquí (2.576 metros), se trata de una subida sin requerimientos técnicos y relativamente asequible, pese a los 1.000 metros de desnivel ganados. El glaciar está un poco hecho polvo, aunque me lo esperaba incluso peor tras lo que había visto en los mapas de Google.

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El último tramo de la subida es algo más aéreo, aunque al andar entre nubes no tuve que preocuparme del vértigo. Tras alcanzar la plataforma instalada en la cumbre, llena de turistas en zapatillas, me encaminé hacia la cumbre, que se alcanza tras realizar una pequeña trepada. Me pareció tremendamente exagerado ver a la gente asegurarse para subir y bajar una escalera metálica. No quiero ni pensar lo que harían en el Paso de Mahoma. Como dice Kilian Jornet, la sensación de peligro es relativa a cada persona. A -1ºC, con sensación térmica de -6, toqué con mis dedos el techo de Alemania, situado a 2.962 metros sobre el nivel del mar. Una grandísima experiencia, pese al mal tiempo que acompañó durante la jornada. Ya volveré para realizar otra ruta de ascenso e intentar disfrutar de la gran panorámica que (supuestamente) el Zugspitze ofrece.

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Esta mañana he corrido la media maratón de Allgäu. Una molesta lluvia nos ha acompañado durante gran parte de la carrera. El valle que recorre ésta es bastante bonito, rodeado de montañas de unos 2.500 metros. Sin duda tendré que volver para investigarlo en profundidad. Supongo que no sorprendo si digo que mi zona favorita del país es el sur de Baviera.
En definitiva, el Zugspitze ha acudido al rescate de 2014. Maravilloso fin de semana. Próximos objetivos Watzmann (2.713 m) y Gran Paradiso (4.061 m).

Suiza – Julio de 2014

Doce años han pasado desde mi primera y -hasta este mes- única visita a Suiza. Ni siquiera había empezado el instituto por aquel entonces. Los apenas tres días que pasamos en los Alpes dejaron una profunda huella en mi memoria, siendo de lo que más recuerdo de aquellos años.
A veces no me explico muy bien cómo he tardado tanto en regresar… Hasta que recapacito, echo la vista atrás y veo que desde 2002 he visitado más de 20 países. Había todavía demasiada Europa por conocer. Lo que es seguro es que, ahora que ya no me quedan tantos lugares pendientes en el viejo continente, espero acercarme a los Alpes al menos una vez al año.
Esta vez han sido siete días por tierras suizas en los que no todo han sido excursiones por montaña. El principal aliciente para mí era cumplir uno de mis objetivos para 2014: Mi primera media maratón de montaña. Nada más y nada menos que en Zermatt, acabando a 2.600 metros de altitud.
Con la carrera más bonita que he corrido, he cerrado una primera parte del año casi de ensueño: Medias de Barcelona, Frankfurt, Berlín, Oberursel y Zermatt; 20 km de Bruselas, 19 km Pujada al Montcabrer y maratón de Viena. Cinco países. Y no sólo se trata del nivel de las carreras: Este año he ampliado distancia en montaña y he machacado mis tiempos en media y maratón (este era fácil de rebajar).
La segunda parte del año será algo más «relajada»: Medias de Copenhague, Aspe, Tübingen y Route du Vin; Behobia – San Sebastián y maratón de Amsterdam.
Pero bueno, volviendo al viaje: Para mí comenzó un día antes que para el resto de integrantes de la expedición. Desde Frankfurt me dirigí a Zürich, ciudad donde vería a los Eagles en concierto.
No resulta una ciudad realmente destacable, algo que ya esperaba. Lo que me sorprendió fue lo vacío que estaba el centro por la noche, aunque fuese lunes. Estamos hablando de verano y de una ciudad importante. A esas horas, Frankfurt parece Nueva York al lado de Zürich.
El concierto de los Eagles estuvo bien. Algo largo para un no fan como yo. También es que cuatro días antes vi a Pearl Jam en Berlín… y las comparaciones son odiosas.
Me sorprendió ver un cartel a la entrada del recinto en el que ponía: Máximo 100 decibelios. Se escuchaba la música realmente baja. Por suerte los suizos son unos muermazos que no cantaron ni el estribillo de Hotel California. No quieren hacerse daño ni en los tímpanos ni en la garganta. Eso sí, aún les queda un poco para coger a los checos. Sólo les falta aplaudir algo menos. ¡Podéis conseguirlo!

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A la mañana siguiente me dirigí a Basilea, donde debía recoger a mis padres y a mi hermano, que volaban desde Alicante. Desde el aeropuerto fuimos directamente hasta Grindelwald. Allí volvimos a plantar nuestra tienda -12 años después- en el camping Eigernorwand. Es una maravilla salir de la tienda por la mañana y ver frente a ti una de las paredes más emblemáticas de los Alpes. Se trata, sin ninguna duda, del camping más impresionante en el que he estado.

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Como esa tarde teníamos bastante tiempo, y el recepcionista nos había advertido de que al día siguiente el tiempo iba a ser malo, decidimos coger el teleférico de Männlichen. Resulta frustrante ver las fotos de esa tarde. En las que se sacaron en la estación de Grindelwald se ve casi perfectamente el Eiger. Al llegar a Männlichen (unos minutos después) un manto de nubes cubría prácticamente la totalidad del paisaje.
Es cierto que se veía venir, ya que las nubes estaban formándose, pero no tan rápido. Desde Männlichen bajamos andando hasta Grindelwald, pasando por Kleine Scheidegg. Se trata de una excursión que dura unas 5 horas, siempre en bajada. Al ir haciendo bastantes paradas, nos llevó bastante más tiempo, por lo que llegamos al camping casi a las 11 de la noche. La lluvia nos fue acompañando en muchos tramos del recorrido, así como algún tritón despistado. Es una excursión muy recomendable, especialmente en caso de tener buen tiempo.

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Durante el día siguiente yo no estuve de muy buen humor. Llevas años esperando un viaje, meses planificándolo, para que -llegado el momento- el tiempo no esté de tu lado durante la mayor parte de los días. Así es la alta montaña. Me parece que cuando intente subir al Mont-Blanc reservaré unos cuantos días en el refugio Goûter.
Ese día decidimos recorrer el precioso valle de Lauterbrunnen, visitando las cascadas de Trümmelbachfälle, para después desplazarnos hasta Lucerna, una ciudad que sí que merece la pena visitar. Realmente no fue un mal día para el tiempo que hizo.

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El tercer día fue el único en el que tuvimos un gran tiempo. Y lo aprovechamos. Por la mañana hicimos la excursión al impresionante Triftbrücke. Yo me equivoqué de camino, y en lugar de ir directos hacia el puente, subimos al refugio de Windegghütte, para después bajar al Triftbrücke. En realidad mereció la pena, ya que la vista que se tiene desde éste no se obtiene desde la ruta directa. Sólo son 30 minutos de desvío, eso sí, en duro ascenso. El problema es que algunos miembros de la expedición se quejaron vehementemente de la dureza del recorrido. Menos llenar el buche y navegar por internet, y más salir a la montaña.

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Por la tarde nos quitamos la espinita del primer día. Subimos con el tren desde Lauterbrunnen hasta Kleine Scheidegg. El ascenso partiendo de este valle es bastante más bonito que desde el lado de Grindelwald. Uno de los lugares más bonitos de Europa en todo su esplendor. Impresionante.

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Al día siguiente nos dirigimos hacia Zermatt. De camino paramos para contemplar la mejor panorámica existente del glaciar de Altesch, obtenida desde el Eggishorn. Esto es lo que vimos. Uno de los mayores fracasos en la historia de la estirpe de los Morcillo. Lo único divertido fue ver como unos cuantos japoneses se compraban una gorra del glaciar sin haber vislumbrado ni un centímetro de éste. Son seres realmente peculiares.

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Durante los tres días que pasamos en Zermatt el tiempo fue bastante irregular. Por suerte pudimos ver el Matterhorn en todo su esplendor. En Gornergrat el tiempo tampoco fue del todo malo, y durante la media maratón la temperatura era ideal para correr. El problema fue el último día, como se verá más adelante.
Ahora llega ese momento en el que os doy la brasa con la carrera. Como decía más arriba, el recorrido es, como era de esperar, el más bonito que he hecho hasta el momento en mis ¡43! carreras. Eso sí, tras mi primera maratón, también ha sido la carrera más dura. En la maratón de Viena sufrí menos que en Zermatt. Noté bastante la falta de oxígeno corriendo por encima de los 2.000 metros, no estoy acostumbrado. Es una desventaja bastante grande respecto a la gente que vive y entrena cerca de los Alpes, Dolomitas o Pirineos.
Fui dosificando mis fuerzas durante toda la carrera. El crono no era demasiado importante. Recuerdo momentos mientras corría en los que giraba mi cuello 160º para mirar al Matterhorn. Había que aprovechar cada segundo. Los últimos 3 kilómetros de la carrera son durísimos, con una ascensión de 400 metros, de 2.200 a 2.600 metros. Al final llegué a meta en un aceptable 2:43:35, a mitad de tabla de mi categoría y relativamente arriba en la general. En definitiva, muy contento con mi estreno en la distancia en montaña. El verano que viene, si todo sigue igual, espero dar otro pasito adelante.

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Una vez finalizada la carrera ascendimos a la estación de Gornergrat, situada a 3.100 metros de altitud. Las fotos hablan por sí solas.

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Nuestro último día en los Alpes amaneció despejado, por lo que decidimos llevar a cabo nuestro plan inicial: ascender desde el Schwarzsee hasta el refugio de Hörnlihütte, situado en la base de la pared del Matterhorn, a casi 3.300 metros. Lamentablemente las nubes fueron apoderándose del paisaje paulatinamente. Para cuando llegamos al refugio, apenas pudimos vislumbrar unos 100 metros de la pared. La excursión con el cielo medianamente despejado tiene que ser… Excusas no me faltan para volver. Tampoco hacían falta.

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Siete días dan para mucho en una de las regiones más impresionantes de Europa. Entre otras cosas, para afianzar los que -ahora mismo- son mis dos grandes sueños. Uno de ellos lleva ya media vida en cola. El otro ni siquiera hubiera podido imaginar tenerlo tan cerca hace unos años. Próxima parada: Islandia.

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Mulhacén – Junio de 2008

A veces tiendo a olvidar ciertas cosas que he hecho. Mi ascensión al Mulhacén suele ser una de ellas. Supongo que el que no fuera una de mis mejores experiencias en la montaña tiene mucho que ver en ello.
Nos dirigimos a Sierra Nevada a finales de junio, escapándonos por primera vez de las Hogueras. No hace falta recalcar que las temperaturas en Andalucía por esa época del año son de todo menos agradables. Aún más si llevas una mochila de varios kilos a tus espaldas.
La aproximación hasta Siete Lagunas desde Trevélez no ofrece, hasta su parte final, un paisaje demasiado atractivo. Imagino que en invierno ganará bastantes puntos, pero en verano la preocupación principal es divisar en el horizonte una sombra donde resguardarse del sol.

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Conforme un se acerca a las Chorreras Negras el paisaje mejora sustancialmente. Tras unos 1.500 metros de desnivel -y unas cuantas horas- se llega a Siete Lagunas. Aquí ya nos encontramos con un paisaje de alta montaña.

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Dormir allí arriba, aislado del mundo, fue una bonita experiencia. Esa noche escuchamos por la radio como España eliminaba en los penaltis a Italia en la Eurocopa. Años tragándome decepciones con la selección y precisamente me pierdo el partido en el que todo cambió. Manda narices.

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A la mañana siguiente ascendimos a la cumbre, situada a 3.478 metros, la más alta de la península. Ese día ha sido uno de los más amargos que he tenido en montaña. Sufrí un tirón en uno de los aductores y llegué arrastrándome a la cima, una situación bastante lamentable para alguien que no había sufrido demasiado ascendiendo al Aneto y a Monte Perdido. Lo peor de todo es que, en lugar de tener ganas de volver a ponerme en forma, aquello ya me hundió definitivamente y no quise volver a saber nada de la montaña.

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Las cosas hoy en día, por suerte, son muy distintas. Estas navidades, mientras hablaba con una amiga mía, ésta me dijo que tampoco habíamos cambiado tanto en 5 años. Curiosamente esa cifra coincide -más o menos- con el tiempo que ha pasado desde la ascensión aquí relatada. El caso es que mi respuesta fue una enumeración de algunos de los cambios que ha experimentado mi vida desde entonces. Acabamos riéndonos a carcajada limpia. «Vale, vale, igual sí que has cambiado algo».
Pese a todo ello, mejor o peor, he subido al Mulhacén. No todo el mundo puede decirlo. Estoy muy agradecido de tenerlo en mi debe. Es una experiencia más, imprescindible para los que nos gusta esto de la montaña.

Pirineos – Agosto de 2013

Tengo la sensación de que el pasado mes de agosto me encontré un poco más a mí mismo. El día más bonito que he vivido en la montaña fue mi primera ascensión a Monte Perdido, en 2005. Sin embargo, la semana que he estado este año en el Pirineo Aragonés ha sido casi insuperable. La belleza de las excursiones, así como el nivel brutal de exigencia al que me (auto)sometí, me dieron varios de los momentos más increíbles que he vivido por las alturas.

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Que me encanta la montaña y que tengo grandes retos que deseo cumplir no es ninguna novedad. Esa semana no hizo otra cosa que reafirmar exponencialmente mi determinación, así como permitirme ahondar un poco más en mi personalidad, siendo algo más consciente de mis virtudes y de algún defecto de mi carácter. Unas a mantener y otros a minimizar lo máximo posible.

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Llegamos a Benasque un lunes, teniendo planeada para el día siguiente la subida al Aneto. En la oficina de turismo pudimos comprobar como la predicción del tiempo bendecía nuestros planes. Esa tarde decidí salir a correr por el valle de Estós, ascendiendo desde  el Camping Aneto, situado en el mismo valle de Benasque. 400 metros de desnivel de subida y otros tantos de bajada, haciendo unos 9 kilómetros en total. Como dirían los de La Hora Chanante, una ideaca. A la mañana siguiente empecé el ascenso con las piernas bastante cargadas. Pero bueno, esa semana me la había planteado como la de puesta a punto para los últimos dos meses antes de la maratón, y creo que cumplí el objetivo.
Comenzamos el ascenso al Aneto de noche, sobre las 5:30. Las vistas, especialmene mientras amanece, son lo único que hace que el montañero no se muera de asco mientras se abre camino por el horrible roquedal que dirige al Portillón Superior. Eso sí, la recompensa a esas cerca de tres horas no es minúscula. Al llegar al portillón, la montaña regala a sus visitantes una de las vistas más bonitas del Pirineo.

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El estado del glaciar empeora enormemente con el paso de los años. Tardamos bastante en cruzarlo, por lo que creo que no elegimos la ruta adecuada. También he de decir que nos lo tomamos con bastante calma. Cruzar a lo ancho el glaciar proporciona una imponente visión de su verticalidad. Vamos, que acojona bastante.

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La otra vez que subí al Aneto -en el lejano 2001- vimos durante la ascensión muchísima más gente. Supongo que algo tendría que ver el que ahora fueran los últimos días de agosto. Recuerdo que aquella vez sufrí bastante más en la parte final del ascenso, desde el collado Coronas. También recuerdo que crucé el Paso de Mahoma sin miedo alguno. Esta vez me impresionó bastante más. Me estaré haciendo mayor. Con más tembleque o menos, llegar a una cumbre así es algo que guardas con mucho mimo en un rincón de la memoria.

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La bajada hasta La Besurta se hace larga, aunque La Maladeta nos ofreció un último regalo antes de finalizar un largo día. Probablemente la la estampa más famosa del Pirineo Aragonés.

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Al día siguiente nos encaminamos hacia Ordesa, donde realizaríamos, en primer lugar, la excursión del Balcón de Pineta. Poco puedo decir de ella, salvo que me parece la más bonita del Pirineo. Son 1.300 metros de desnivel, por lo que es bastante exigente. Y yo que me alegro. Un rincón maravilloso alejado de la masificación.

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De las tres veces que he subido, esta ha sido la mejor, ya que lo vimos al atardecer -por lo que además estábamos completamente solos- y el Lago Marboré tenía restos de hielo. Por si la belleza del paisaje no fuese suficiente, saliéndonos del camino es relativamente sencillo encontrar Edelweiss.

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Los dos días siguientes eran los más importantes del viaje. Tres meses atrás, estando en Berlín, había reservado para esas noches en el refugio de Góriz. Es de los más solicitados del Pirineo, por lo que hay que gestionarlo con muchísima antelación si se desea conseguir plaza.
Recalco lo de Berlín porque, cuando llegamos la primera noche, estuve hablando con dos alemanes que eran de allí. Cuando les dije -hablando en alemán- que yo también vivía en la capital alemana, se quedaron un poco a cuadros. Demasiada casualidad, ¿no? Un español en medio del Pirineo -a 2.200 metros de altitud- te dice: «¡Yo también vivo en Berlín!». Inicialmente debieron pensar que me cachondeaba de ellos. Me preguntaron dónde residía exactamente. Cuando les dije «Friedrichshain, cerca de Frankfurter Tor», ya se lo creyeron… o esa fue mi impresión. Una anécdota bastante curiosa.
El maravilloso valle de Ordesa sólo tiene una pega: lo masificado que está. La calzada que lleva desde las Gradas de Soaso hasta la Cola de Caballo es criminal. El que no quiera caminar por tierra que se vaya a un Spa.

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Desde la Cola de Caballo hasta el refugio disfruté de una hora y media bastante interesante, ya que era la única parte del trayecto que no había recorrido ya.

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Las instalaciones del refugio son increíbles. Creo que la familia Hilton lo compraron hace unos años y actualmente consiste en habitaciones privadas con Jacuzzi.
Ahora en serio, habitaciones de 60 personas, duchas con agua fría, ronquidos, tíos que se agarran durante la noche a tu almohada… ¿Alguien da más? Toda una experiencia. Los que me conocen saben que he dormido en el suelo de varios aeropuertos, y que por lo tanto estas cosas no me importan ni lo más mínimo. Simplemente fue gracioso ver la cara de unas chicas cuando entraron en la habitación. Bienvenidas a la montaña señoritas.
A las 6 de la mañana, tras disfrutar a lo largo de la noche de un estruendoso concierto del coro de los montañeros de Góriz, tocaba quitarse las legañas con agua helada y emprender la marcha.

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Subir a Monte Perdido desde Góriz es, al menos en verano, bastante asequible. Son 1.100 metros de desnivel que se pueden superar fácilmente en tres horas. La ascensión a Monte Perdido es la  más bonita que he hecho hasta el momento (dos veces además). Aunque he de decir que lamentablemente mis tres miles son, hasta el momento, bastante escasos.

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10:30 de la mañana y comenzamos el descenso. ¿Ahora a descansar a Góriz todo el día? Ni loco. Se preveía que el tiempo empeorase considerablemente por la tarde. Tormentas decían. Aún así, yo estaba convencido de que algo más podría hacer mientras las nubes crecían, tenía tiempo de sobra. Al final regresé a Góriz sobre las 4, por precaución, y acabé tirándome de los pelos un poco. No cayó ni una gota en toda la tarde. Aunque bueno, más vale prevenir.
Me encaminé hacia la Brecha de Rolando a toda velocidad. Llegué desde Góriz hasta algo más allá de la Gruta del Casteret en hora y media. No pude llegar hasta la misma brecha porque no llevaba los crampones conmigo. Aún así, fue muy gratificante comerse casi 2.000 de desnivel positivo en apenas unas horas. Qué lejos queda cuando me arrastré para llegar a la cumbre del Mulhacén en 2008.

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La verdad es que me planteaba la mañana siguiente como unas pesadas horas de descenso hasta iniciar el regreso en coche a Alicante. Mi mentalidad, a veces demasiado deportiva, hizo que no me parase a pensar en la gran oportunidad que iba a ser poder ver el valle al amanecer, sin que las hordas de turistas hubiesen invadido el parque.

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Sólo he de decir que al final tardamos casi lo mismo en bajar que en subir.

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Así se cerraron mis seis días más intensos en la montaña hasta el momento. Muchas experiencias para el recuerdo. Son dos años seguidos yendo a los Pirineos. Lo del año pasado estaba cantado, pero ha sido una verdadera suerte poder ir allí este verano. El año que viene va a estar más complicado, pero volveré pronto. El Perdiguero y el Posets me están esperando.

Pirineos – Agosto de 2006

Hasta hace unos años, casi todos los veranos, disfrutaba con mi familia de dos semanas de desconexión del mundo moderno perdido entre las montañas pirenaicas. La última vez que esto ocurrió fue en 2007, aunque aquel año me hice un esguince de tobillo el primer día. Me dejaron las dos semanas abandonado como un perro en la tienda de campaña, abrasándome cada mañana bajo la tela y el plástico. Tener familia para esto.
Es broma por supuesto. La decisión fue mía, ya que no quería que se modificase el plan establecido para aquellos días. El año pasado por fin pude hacer dos de las excursiones que se hicieron en 2007. Nunca es tarde si la dicha es buena.
Gracias a aquel inoportuno esguince, 2006 fue el último verano en el que realmente estuve en Pirineos. No fue uno de los mejores veranos allí. El anterior, 2005, fue el mejor con diferencia. Ascender por primera vez a Monte Perdido y al Balcón de Pineta es un bagaje prácticamente insuperable.
La primera excursión fue al ibón de Gurgutes. Este lago se encuentra a más de 2.000 metros de altitud y desde él se obtiene una gran panorámica de la vertiente más occidental del macizo de la Maladeta. Por cierto amigos, si lleváis a gente inexperta a la zona de Benasque, esta es una mala excursión para empezar.

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No conservamos demasiadas fotos de estas vacaciones pirenaicas. La gran mayoría se perdieron después de que ocurriera un evento catastrófico en mi antiguo ordenador.
Otra de las excursiones fue al pico Salvaguardia, que alcanza los 2.738 metros. No se trata de una ascensión especialmente dura. Sin embargo, aquel día es uno de los que más perduran en nuestra memoria debido a la intensa lluvia que nos acompañó en la bajada y que aumentó considerablemente la peligrosidad del descenso. Con lluvia, sólamente la cadena logra evitar que el paso de la Sirga sea intransitable.

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La mejor excursión de aquel año fue la visita por segundo año consecutivo al Balcón de Pineta. Valle de Pineta, galciar y cumbre de Monte Perdido y lago Marboré. No necesitan presentación.

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