Doce años han pasado desde mi primera y -hasta este mes- única visita a Suiza. Ni siquiera había empezado el instituto por aquel entonces. Los apenas tres días que pasamos en los Alpes dejaron una profunda huella en mi memoria, siendo de lo que más recuerdo de aquellos años.
A veces no me explico muy bien cómo he tardado tanto en regresar… Hasta que recapacito, echo la vista atrás y veo que desde 2002 he visitado más de 20 países. Había todavía demasiada Europa por conocer. Lo que es seguro es que, ahora que ya no me quedan tantos lugares pendientes en el viejo continente, espero acercarme a los Alpes al menos una vez al año.
Esta vez han sido siete días por tierras suizas en los que no todo han sido excursiones por montaña. El principal aliciente para mí era cumplir uno de mis objetivos para 2014: Mi primera media maratón de montaña. Nada más y nada menos que en Zermatt, acabando a 2.600 metros de altitud.
Con la carrera más bonita que he corrido, he cerrado una primera parte del año casi de ensueño: Medias de Barcelona, Frankfurt, Berlín, Oberursel y Zermatt; 20 km de Bruselas, 19 km Pujada al Montcabrer y maratón de Viena. Cinco países. Y no sólo se trata del nivel de las carreras: Este año he ampliado distancia en montaña y he machacado mis tiempos en media y maratón (este era fácil de rebajar).
La segunda parte del año será algo más «relajada»: Medias de Copenhague, Aspe, Tübingen y Route du Vin; Behobia – San Sebastián y maratón de Amsterdam.
Pero bueno, volviendo al viaje: Para mí comenzó un día antes que para el resto de integrantes de la expedición. Desde Frankfurt me dirigí a Zürich, ciudad donde vería a los Eagles en concierto.
No resulta una ciudad realmente destacable, algo que ya esperaba. Lo que me sorprendió fue lo vacío que estaba el centro por la noche, aunque fuese lunes. Estamos hablando de verano y de una ciudad importante. A esas horas, Frankfurt parece Nueva York al lado de Zürich.
El concierto de los Eagles estuvo bien. Algo largo para un no fan como yo. También es que cuatro días antes vi a Pearl Jam en Berlín… y las comparaciones son odiosas.
Me sorprendió ver un cartel a la entrada del recinto en el que ponía: Máximo 100 decibelios. Se escuchaba la música realmente baja. Por suerte los suizos son unos muermazos que no cantaron ni el estribillo de Hotel California. No quieren hacerse daño ni en los tímpanos ni en la garganta. Eso sí, aún les queda un poco para coger a los checos. Sólo les falta aplaudir algo menos. ¡Podéis conseguirlo!








A la mañana siguiente me dirigí a Basilea, donde debía recoger a mis padres y a mi hermano, que volaban desde Alicante. Desde el aeropuerto fuimos directamente hasta Grindelwald. Allí volvimos a plantar nuestra tienda -12 años después- en el camping Eigernorwand. Es una maravilla salir de la tienda por la mañana y ver frente a ti una de las paredes más emblemáticas de los Alpes. Se trata, sin ninguna duda, del camping más impresionante en el que he estado.


Como esa tarde teníamos bastante tiempo, y el recepcionista nos había advertido de que al día siguiente el tiempo iba a ser malo, decidimos coger el teleférico de Männlichen. Resulta frustrante ver las fotos de esa tarde. En las que se sacaron en la estación de Grindelwald se ve casi perfectamente el Eiger. Al llegar a Männlichen (unos minutos después) un manto de nubes cubría prácticamente la totalidad del paisaje.
Es cierto que se veía venir, ya que las nubes estaban formándose, pero no tan rápido. Desde Männlichen bajamos andando hasta Grindelwald, pasando por Kleine Scheidegg. Se trata de una excursión que dura unas 5 horas, siempre en bajada. Al ir haciendo bastantes paradas, nos llevó bastante más tiempo, por lo que llegamos al camping casi a las 11 de la noche. La lluvia nos fue acompañando en muchos tramos del recorrido, así como algún tritón despistado. Es una excursión muy recomendable, especialmente en caso de tener buen tiempo.


















Durante el día siguiente yo no estuve de muy buen humor. Llevas años esperando un viaje, meses planificándolo, para que -llegado el momento- el tiempo no esté de tu lado durante la mayor parte de los días. Así es la alta montaña. Me parece que cuando intente subir al Mont-Blanc reservaré unos cuantos días en el refugio Goûter.
Ese día decidimos recorrer el precioso valle de Lauterbrunnen, visitando las cascadas de Trümmelbachfälle, para después desplazarnos hasta Lucerna, una ciudad que sí que merece la pena visitar. Realmente no fue un mal día para el tiempo que hizo.

















El tercer día fue el único en el que tuvimos un gran tiempo. Y lo aprovechamos. Por la mañana hicimos la excursión al impresionante Triftbrücke. Yo me equivoqué de camino, y en lugar de ir directos hacia el puente, subimos al refugio de Windegghütte, para después bajar al Triftbrücke. En realidad mereció la pena, ya que la vista que se tiene desde éste no se obtiene desde la ruta directa. Sólo son 30 minutos de desvío, eso sí, en duro ascenso. El problema es que algunos miembros de la expedición se quejaron vehementemente de la dureza del recorrido. Menos llenar el buche y navegar por internet, y más salir a la montaña.















Por la tarde nos quitamos la espinita del primer día. Subimos con el tren desde Lauterbrunnen hasta Kleine Scheidegg. El ascenso partiendo de este valle es bastante más bonito que desde el lado de Grindelwald. Uno de los lugares más bonitos de Europa en todo su esplendor. Impresionante.



































Al día siguiente nos dirigimos hacia Zermatt. De camino paramos para contemplar la mejor panorámica existente del glaciar de Altesch, obtenida desde el Eggishorn. Esto es lo que vimos. Uno de los mayores fracasos en la historia de la estirpe de los Morcillo. Lo único divertido fue ver como unos cuantos japoneses se compraban una gorra del glaciar sin haber vislumbrado ni un centímetro de éste. Son seres realmente peculiares.


Durante los tres días que pasamos en Zermatt el tiempo fue bastante irregular. Por suerte pudimos ver el Matterhorn en todo su esplendor. En Gornergrat el tiempo tampoco fue del todo malo, y durante la media maratón la temperatura era ideal para correr. El problema fue el último día, como se verá más adelante.
Ahora llega ese momento en el que os doy la brasa con la carrera. Como decía más arriba, el recorrido es, como era de esperar, el más bonito que he hecho hasta el momento en mis ¡43! carreras. Eso sí, tras mi primera maratón, también ha sido la carrera más dura. En la maratón de Viena sufrí menos que en Zermatt. Noté bastante la falta de oxígeno corriendo por encima de los 2.000 metros, no estoy acostumbrado. Es una desventaja bastante grande respecto a la gente que vive y entrena cerca de los Alpes, Dolomitas o Pirineos.
Fui dosificando mis fuerzas durante toda la carrera. El crono no era demasiado importante. Recuerdo momentos mientras corría en los que giraba mi cuello 160º para mirar al Matterhorn. Había que aprovechar cada segundo. Los últimos 3 kilómetros de la carrera son durísimos, con una ascensión de 400 metros, de 2.200 a 2.600 metros. Al final llegué a meta en un aceptable 2:43:35, a mitad de tabla de mi categoría y relativamente arriba en la general. En definitiva, muy contento con mi estreno en la distancia en montaña. El verano que viene, si todo sigue igual, espero dar otro pasito adelante.













Una vez finalizada la carrera ascendimos a la estación de Gornergrat, situada a 3.100 metros de altitud. Las fotos hablan por sí solas.


















Nuestro último día en los Alpes amaneció despejado, por lo que decidimos llevar a cabo nuestro plan inicial: ascender desde el Schwarzsee hasta el refugio de Hörnlihütte, situado en la base de la pared del Matterhorn, a casi 3.300 metros. Lamentablemente las nubes fueron apoderándose del paisaje paulatinamente. Para cuando llegamos al refugio, apenas pudimos vislumbrar unos 100 metros de la pared. La excursión con el cielo medianamente despejado tiene que ser… Excusas no me faltan para volver. Tampoco hacían falta.




























Siete días dan para mucho en una de las regiones más impresionantes de Europa. Entre otras cosas, para afianzar los que -ahora mismo- son mis dos grandes sueños. Uno de ellos lleva ya media vida en cola. El otro ni siquiera hubiera podido imaginar tenerlo tan cerca hace unos años. Próxima parada: Islandia.


