Marató de Barcelona – Marzo de 2016

Los últimos tres meses he estado 4 veces en Barcelona. La conexión aérea entre la ciudad condal y Frankfurt es realmente buena, mi mejor opción cuando quiero ir a casa sin tener que depositar un riñón o días de vacaciones en el control de seguridad del aeropuerto.
Es una de mis ciudades favoritas de Europa. De hecho, estuve bien cerca de irme allí a vivir hace tres años y medio, pero un cúmulo de maravillosas circunstancias me llevó a iniciar esta etapa alemana que dura hasta hoy.
En aquella época, septiembre de 2012, escribí aquí las 5 cosas que más deseaba (y sigo deseando) hacer en esta vida. Pues bien, desde el domingo pasado puedo tachar del todo otra línea. Esa línea indicaba: Correr las maratones de Barcelona y/o Berlín.
Barcelona ha sido mi sexta maratón. Correr la media maratón allí en 2014 aplacó un poco mi deseo de correr la prueba reina, por lo que en las primaveras de 2014 y 2015 se colaron Viena y París.
Voy a empezar con el típico comentario de los corredores: No llegaba en las mejores condiciones. El tópico de los tópicos, pero es realmente cierto («sí claro, tú eres diferente al resto!»). El 2 de enero empecé el año a lo grande. Tuve un desafortunado tropezón corriendo por montaña. Además de abrirme la cabeza, me di un golpe en una de las rodillas. Así que, a dos meses vista de la maratón, tuve que estar dos semanas parado. Junto al desagradable y gratuito documento gráfico, adjunto también una imagen que demuestra que en realidad he aguantado demasiados años sin que me sucediese ningún accidente por montaña.

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Además de aquel contratiempo, sufrí dos resfriados que me tuvieron otros diez días parado, por lo que me he presentado a esta maratón con -probablemente-  la menor cantidad de días de entrenamiento de las seis.
Por todo ello, hacer mi mejor marca por las preciosas calles de Barcelona ha sabido a gloria, aunque sólo hayan sido 40 segundos menos que en París hace un año. Sinceramente no me lo esperaba, pero la experiencia y un planteamiento algo más conservador que en París y Berlín (donde se me fue la olla) han compensado la falta de entrenamiento. Al final un 3:25:32 bastante decente, acabando el 3.200 de los 20.000 que corrimos.
Del domingo me llevo muchísimos momentos maravillosos, otro de esos Glory Days que cantaba Bruce Springsteen.

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Para terminar, algunas fotos de mi visita en enero del ESPECTACULAR interior de La Sagrada Familia. Subir a las torres hasta que terminen del todo la basílica es una engañifa, pero el interior te deja petrificado. En definitiva, viva Barcelona, Gaudí, la Marató y la madre que los parió.
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Próxima parada: Jungfrau Marathon

Maratones 2015: París y Berlín

París y Berlín. 84,39 kilómetros por dos de las ciudades más bonitas del mundo. Casi 7 horas corriendo. Todo ese tiempo da para mucho, claro. Sufrimiento, agotamiento, alegría y emoción. Mucha emoción. Correr en Berlín fue muy especial. Llevaba 3 años soñando con ese día. Después de vivir allí en 2013 el deseo de correrla alcanzó, si cabe, aún mayores proporciones.
Ambas son grandísimas carreras, las dos maratones más multitudinarias de Europa. Aunque los dos recorridos son espectaculares, el de París se lleva la palma. Es fácilmente el más bonito de las cinco maratones que he hecho, y eso que la capital francesa no es una de mis ciudades favoritas de Europa, pero al César lo que es del César.
En París paré el crono en 3:26:10, mientras que en Berlín no tuve el día y me fui hasta el 3:30:57. Este año esperaba verme cerca del 3:20, pero al final no ha podido ser por diversos factores. Uno de ellos ha sido que en verano me he volcado en las carreras de montaña, por lo que la preparación para Berlín no fue la más adecuada. En montaña sí que he dado un salto de gigante este año. Lo cierto es que considero esto mucho más importante que hacer minuto arriba o minuto abajo en maratón, siempre que me mantenga en unos tiempos aceptables, por lo que el año ha sido muy positivo.

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Mientras escribo estas líneas me giro y veo colgadas de la pared de mi habitación las medallas de Frankfurt, Viena, Ámsterdam, París y Berlín. Aún hoy me cuesta creerlo. Cada una de esas medallas encierra mucho más que el simple hecho de haber terminado una carrera de 42.195 metros. Esos cinco días me han proporcionado algunos de los momentos más maravillosos e imborrables que he vivido. A eso se reduce la explicación de por qué corro maratones.
Mi idea sigue siendo no superar la docena de maratones de asfalto. No ha variado en dos años, desde que me estrené en Frankfurt. El día que no tenga Nueva York, Atenas o Londres en el horizonte, sé que me será muy complicado mantener la motivación. Pero bueno, ese momento todavía está lejos. Próxima parada: Barcelona.

Swiss Alpine Davos 30k – Julio de 2015

El Cross del Mont-Blanc de hace un mes me dejó un ligero sabor agridulce. Mi rendimiento estuvo algo lejos de lo que esperaba, por lo que saltaron las alarmas de cara a la durísima Sierre-Zinal (31 km con +2.200m de desnivel), a la que me enfrento en dos semanas. Por ello decidí meter en la planificación otra piedra de toque: La Swiss Alpine Davos, uno de los grandes eventos de trail en los Alpes. Además de realizar otra preciosa carrera, he podido visitar una nueva región de la cordillera, la más importante de las que me faltaban.
La carrera fue el sábado por la mañana. El viernes de camino sufrí más de dos horas de atasco, por lo que -unidas a las 6 del propio viaje- la tarde anterior no fue precisamente relajada. A esto hay que sumar una nula aclimatación, hecho importante, ya que la mayor parte del recorrido transcurre a 1.500 metros sobre el nivel del mar. Teniendo en cuenta ambos factores, esta vez sí que acabé bastante contento. Además, dichos factores no van a existir en la Sierre-Zinal, ya que me he cogido unos días de vacaciones antes de la carrera para llegar descansado y aclimatado. Es el gran evento del año para mí a nivel de superación personal, el paso previo a la maratón de montaña.
La carrera de 30 kilómetros une los pueblos de Davos y Filisur. No se trata de un paisaje de alta montaña, pero aún así  (¡sorpresa!) es de lo más bonito que he corrido. Me vine un poco abajo entre los kilómetros 20 y 27. En los últimos tres kilómetros y por la tarde me di cuenta de que la cabeza había tenido algo que ver, ya que acabé relativamente fresco, tanto que por la tarde hice una excursión de más de 20 kilómetros que no tenía inicialmente planificada. Pero bueno, para eso están las piedras de toque. Respecto a la excursión, recorrí entero el Val Roseg, que acaba en un precioso lago bajo el macizo del Piz Bernina.

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Al día siguiente recorrí el Val Morteratsch hasta el refugio de Boval. Ambos valles están pegados y se adentran de forma paralela en el macizo. La región del Piz Bernina está pegada a St. Moritz, una de las poblaciones más conocidas de los Alpes.
La verdad es que he tenido mucha suerte con el tiempo las dos veces que he bajado este año. Esperemos que para dentro de dos semanas se repita, al menos el día de la carrera.
No tengo mucho que decir, las fotos hablan solas, o eso espero. Lo que podría decir me duele decirlo, pero allá voy. Teniendo semejantes paisajes a 5/6 horas en coche, no tengo ninguna prisa por bajar a los Pirineos. Quiero quitarme las espinas del Perdiguero y el Posets, pero ahora mismo me parece una auténtica locura no aprovechar la oportunidad única que tengo. Por tiempo, distancia y dinero puedo bajar durante el verano varias veces a los Alpes. Es algo que ni siquiera recuerdo haber soñado cuando visité la cordillera por primera vez en 2002. Simplemente parecía inconcebible: Había que hablar alemán y vivir en Alemania, Suiza o Austria. Así que aquí estamos, viviendo esa vida inconcebible.

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Ya he alcanzado la cifra de 30 kilómetros en los Alpes. Se dice pronto, pero eché a andar por este camino hace casi cuatro años. En dos semanas otro paso más.

Cross du Mont Blanc – Junio de 2015

He tenido unos últimos dos meses bastante movidos, por lo que no he podido actualizar el blog hasta hoy. Todavía tengo que escribir sobre la maratón de París, las visitas al Harz, Londres, Estambul y, sobre todo, del viaje de tres semanas por la costa oeste de EEUU. Sin embargo, voy a empezar por el final. Este fin de semana he estado en Chamonix. Catorce horas de ida y vuelta en coche (menos mal que me encanta conducir) han sido un precio muy bajo para los dos días inolvidables que he pasado en uno de los lugares más increíbles de Europa.
El principal motivo del viaje era el Cross du Mont-Blanc, una carrera de 23 kilómetros con alrededor de 1.700 metros de desnivel positivo. La carrera comienza en Chamonix, va hasta Argentiere y desde ahí gira de vuelta y asciende hasta La Flegere. Los últimos kilómetros, que van desde La Flegere hasta la meta en Planpraz, recorriendo el llamado Balcon Sud, son -sin duda- los más bonitos que han sufrido estas piernas en sus más de 50 carreras. Y bien sufridos. Junto con mi primera maratón, ha sido la carrera en la que peor lo he pasado. Diversas son las causas de la pájara descomunal que sufrí, aunque realmente todo se reduce a una conclusión: No estaba lo suficientemente preparado. En la media maratón de Zermatt del año pasado las cosas salieron bastante bien, por lo que me he confiado demasiado para esta. Pensaba que sería ligeramente más dura, pero la diferencia entre ambas carreras es considerable, pese a que Planpraz está a 2.000 metros y Riffelalp a 2.580.
Mis 4:01 horas me situaron algo por debajo de mitad de tabla, en el puesto 733 de 1590. Esperaba hacer alrededor de 3:30. Tampoco es una debacle, pero si quiero hacerlo bien en agosto en la Sierre-Zinal (31km, +2200m) y correr la maratón de la Jungfrau en 2016, me tengo que poner algo más las pilas.
Una última anécdota y ya no os doy más la brasa con el rollo este del corredor amateur que se cree guay. Ya en Chamonix después de la carrera, mientras andaba por la calle principal del pueblo, me crucé con una flecha llamada Kilian Jornet. Él volvía de subir y bajar corriendo el Mont-Blanc. Diferentes niveles y tal…

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La verdad es que ver pasar corriendo -a dos metros- al deportista que más admiro me tocó más de lo que me imaginaba. Sobre todo porque el único que lo reconoció en toda la calle fui yo. No es sólo el deporte que practica, si no la filosofía y el estilo de vida que lleva.
El sábado, poco después de cruzar la meta, las nubes empezaron a tapar las cumbres del valle, por lo que por la tarde me di una vuelta por Chamonix y me dediqué a descansar. El pronóstico del tiempo para ayer domingo era magnífico, y por suerte se cumplió. Me he quitado una de las mayores espinas que tenía clavadas. En este momento no recuerdo haber hecho una excursión más bonita que la subida al Lac Blanc de Chamonix.

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Algo antes de las doce estaba de vuelta en el valle, y oye, no todos los días se está en Chamonix sin una nube en el cielo, así que, ¿para qué volver tan pronto a Frankfurt? Mejor subir a la Aiguille du Midi, ¿no?

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Me llena de orgullo y satisfacción decir que reconocí el Matterhorn y el Monte Rosa sin necesidad de letreros. A 3.842 metros experimenté una mezcla de sensaciones. Por un lado, uno queda abrumado ante una panorámica tan apabullante. Se trata -indiscutiblemente- de uno de los lugares más espectaculares de Europa. Por otra parte, me dolía en el alma ver a la gente llegar de hacer la cumbre del Mont-Blanc. Ascenderlo es el gran sueño de mi vida. Ser un turista entre montañeros que volvían de coronar sus 4.810 metros me daba hasta vergüenza. Pero bueno, acabo de cumplir 29 años, tampoco hay que volverse loco. Este año he hecho el Half Dome, el año pasado las dos cumbres más importantes de Alemania (Zugspitze y Watzmann) y en 2013 Aneto y Monte Perdido. Lo que me preocupa es que no acabo de dar el salto de media a alta montaña. Veremos en 2016…
La próxima entrada será para EEUU.

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Pero eso es otra historia…

Copenhagen Half Marathon – Septiembre de 2014

A la vuelta de mis vacaciones por Islandia hice escala en Copenhague para conocer la ciudad, además de correr su media maratón de cara a mi preparación para la maratón de Ámsterdam.
Entre recogida de dorsal, ducha post-carrera, traslado a la salida, etc; no tuve demasiado tiempo de ver el centro (descontando los 21 kilómetros corriendo), pero me gustó bastante lo que vi, por lo que me he quedado con bastantes ganas de volver.
La capital danesa es más grande de lo que imaginaba. Pensaba que sin mapa me arreglaría por sus calles, pero la verdad es que me perdí un par de veces, lo que hizo que viera menos todavía en las 24 horas que estuve por allí.
En cuanto a la carrera, corrí muscularmente tocado (tibial derecho, cortesía de los casi 5.000 kilómetros por Islandia con constantes cambios en el pedal del acelerador) y acabé -lógicamente- bastante peor. Nada serio, en un par de días estaba totalmente recuperado, pero fue lo suficiente para echar al traste mis planes. Bajé del 1:35, quedándome a 11 segundos de mi mejor marca en la distancia La idea era batirla, cosa que en condiciones normales seguro que hubiera conseguido.

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No he tenido un buen último tercio del año (tampoco malo). Para la maratón de Viena fui bastante estricto en la preparación, mientras que estos meses he descuidado -un tanto- un par de aspectos relevantes cuando hablamos de correr la distancia reina del fondo: Descanso y alimentación.
La verdad es que con esa ligera falta de sacrificio me da de sobra para terminar las carreras decentemente… batir marcas ya es otra historia. Soy yo el que tiene que decidir hasta dónde quiere llegar y lo que está dispuesto a sacrificar para conseguirlo. Es algo que he aprendido estos meses.
Volviendo a Copenhague, supongo que dejaré la visita seria a la ciudad para 2016, ya que antes prefiero conocer Estocolmo, Riga, Tallinn o Dublín.

Amsterdam Marathon – Octubre de 2014

Hasta hace una semana, Amsterdam era mi gran asignatura pendiente en Europa Occidental. Recuerdo que cuando visité Bélgica, en septiembre de 2010, la ciudad holandesa era la otra opción candidata. Al final, a causa del precio del vuelo, el viaje a ésta fue aplazado. El hecho de que la de Amsterdam fuese la maratón elegida para otoño de 2014 (decisión tomada hace prácticamente un año) hizo que la espera fuese aún mayor.
Nuestro alojamiento se encontraba junto a la entrada principal del Vondelpark. Tras dejar las maletas, y en vista del mal tiempo existente, decidimos iniciar los 4 días en la región con la visita al Rijksmuseum. El museo se centra en la edad de oro de la pintura holandesa, siendo -para mí- la gran atracción el cuadro de La Lechera de Vermeer.

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Si hay una ciudad que merece el tan manido apodo de La Venecia del Norte, no es otra que Amsterdam. Son innumerables los canales y puentes que recorren sus calles. Pasear por ellas sería una auténtica delicia si no fuera por las endemoniadas bicicletas. Me parece genial que se potencie el uso de la bicicleta y se le de preferencia respecto a los vehículos de motor, pero no me gustó nada el poco respeto que vi hacia los peatones. Los pasos de cebra no existían para los ciclistas.

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El Museo de Ana Frank, pese a la larga cola y a que no he leído el libro, me pareció realmente interesante. Por otro lado, no entiendo a qué viene tanto alboroto con el barrio rojo. Pero bueno, como curiosidad está bien.

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El segundo día comenzó con un paseo por el Vondelpark. El domingo acabaría conociéndolo mejor todavía, ya que la maratón atraviesa el parque dos veces: del 2 al 4 (cuando estás en plan «estoy corriendo una maratón, esto es la leche») y del 38 al 40 (cuando el discurso cambia a «qué demonios hago aquí, que esto se acabe ya por favor» o «hay gofres con Nutella a la vuelta de la esquina y yo aquí haciendo el gilipollas»).

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A la fábrica de Heineken no entramos. 18 euros me parecen demasiados para ver cómo se fabrica una cerveza que no me gusta. Me guardo mi dinero para cuando visite la de Guinness en Dublín.
He de decir que la ciudad no me llegó a encandilar. Dimos largos paseos por el centro y, aunque es bonita, no me parece una de las ciudades más interesantes de Europa. Llevaba mucho tiempo queriendo ir y las expectativas eran altas, por lo que no pude evitar sentirme algo decepcionado.
Esta semana fui al médico y me confirmó lo que ya sospechaba: Sufro un severo ataque de insensibilidad y agotamiento respecto a la arquitectura centroeuropea. Me ha recomendado viajar el año que viene menos por Europa e irme algo más lejos. «He oído que Yellowstone y Petra molan bastante» fueron sus últimas palabras.

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Lo que sí que no decepciona es el Museo de Van Gogh. No contiene las obras que más me gustan del pintor holandés, pero es una delicia como está montada la exposición.

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El día antes de la carrera (además de pegarme una siestaza) pude visitar dos pequeñas localidades holandesas. En primer lugar fuimos a Zaanse Schans, una especie de Disneyland con molinos de viento. Es bonita, pero me influenció saber que el pueblo se había creado con un objetivo turístico, proviniendo sus casas de otros puntos del país.

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Después de comer estuvimos en la población de Haarlem. No está nada mal, pero ya he explicado la enfermedad que sufro. Ambas se encuentran a escasos 20 minutos en tren desde Amsterdam, por lo que no se requiere demasiado tiempo para su visita.

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Y llegamos al gran día (para mí, para vosotros más rollo aún). A dos semanas vista de la carrera estaba en las mejores condiciones que había estado nunca. Las piernas estaban perfectas y el entrenamiento había sido más exigente que en las dos maratones anteriores. Sin embargo, cometí un error enorme. El fin de semana anterior salí de casa los tres días mal abrigado, por lo que cogí un trancazo importante.
Me parece que los corredores a veces ponemos excusas poco convincentes cuando nos va mal una carrera: hacía algo de viento (esta es de las favoritas), me dolía una uña del pie, había demasiada gente, he dormido mal… Hay que asumir que muchas veces, simplemente, no tenemos el día. De cualquier modo, este no es el caso («claro, claro, tú eres distinto»). Tuve que ir vaciando mi sistema respiratorio prácticamente a cada kilómetro, además de notar que el cuerpo no tiraba como debía.
Pasé la media maratón ya con un minuto de retraso respecto a lo previsto, sufriendo para mantener un ritmo que queda muy lejos de mi nivel actual. Sinceramente, creía que el resfriado no me iba a pasar tanta factura, pero estamos hablando de más de 3 horas corriendo a un ritmo decente. No estar al 100% se tiene que notar.
Alrededor del kilómetro 25 me di cuenta de que no iba a mejorar mi tiempo en Viena, por lo que decidí tomármelo con calma y castigar lo menos posible las piernas. Me daba lo mismo hacer 3:37, 3:42, 3:45 o 3:48.
Lo más importante era completar mi tercera maratón, algo que hice sin mayores problemas. Siempre se aprende algo en cada carrera. La lección en Amsterdam es clara: Si de verdad quieres mejorar tu tiempo ostensiblemente, tómate en serio todos los aspectos que influyen en la carrera y no hagas tonterías. Para París ya lo sé. Ojalá fuera este domingo, pero me toca esperar cerca de 6 meses.
Respecto a la carrera en sí sólo decir que está organizada de forma brillante y que tiene muchos tramos preciosos, destacando por encima de todos la salida y la llegada en el estadio olímpico. Como carrera seguramente sea mejor que Frankfurt y Viena, aunque es ligeramente menos rápida. De cualquier modo, estamos hablando de tres de las 25 mejores maratones del mundo.

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La Amsterdam Marathon no ha salido como esperaba y deseaba, pero ha sido una grandísima experiencia. Dadas las circunstancias acabé contento. Terminar una maratón sin arrastrarse siempre es motivo de orgullo. En definitiva, otra maratón en el bolsillo, con varios momentos de esos que quedan grabados a fuego en tu memoria.

Suiza – Julio de 2014

Doce años han pasado desde mi primera y -hasta este mes- única visita a Suiza. Ni siquiera había empezado el instituto por aquel entonces. Los apenas tres días que pasamos en los Alpes dejaron una profunda huella en mi memoria, siendo de lo que más recuerdo de aquellos años.
A veces no me explico muy bien cómo he tardado tanto en regresar… Hasta que recapacito, echo la vista atrás y veo que desde 2002 he visitado más de 20 países. Había todavía demasiada Europa por conocer. Lo que es seguro es que, ahora que ya no me quedan tantos lugares pendientes en el viejo continente, espero acercarme a los Alpes al menos una vez al año.
Esta vez han sido siete días por tierras suizas en los que no todo han sido excursiones por montaña. El principal aliciente para mí era cumplir uno de mis objetivos para 2014: Mi primera media maratón de montaña. Nada más y nada menos que en Zermatt, acabando a 2.600 metros de altitud.
Con la carrera más bonita que he corrido, he cerrado una primera parte del año casi de ensueño: Medias de Barcelona, Frankfurt, Berlín, Oberursel y Zermatt; 20 km de Bruselas, 19 km Pujada al Montcabrer y maratón de Viena. Cinco países. Y no sólo se trata del nivel de las carreras: Este año he ampliado distancia en montaña y he machacado mis tiempos en media y maratón (este era fácil de rebajar).
La segunda parte del año será algo más «relajada»: Medias de Copenhague, Aspe, Tübingen y Route du Vin; Behobia – San Sebastián y maratón de Amsterdam.
Pero bueno, volviendo al viaje: Para mí comenzó un día antes que para el resto de integrantes de la expedición. Desde Frankfurt me dirigí a Zürich, ciudad donde vería a los Eagles en concierto.
No resulta una ciudad realmente destacable, algo que ya esperaba. Lo que me sorprendió fue lo vacío que estaba el centro por la noche, aunque fuese lunes. Estamos hablando de verano y de una ciudad importante. A esas horas, Frankfurt parece Nueva York al lado de Zürich.
El concierto de los Eagles estuvo bien. Algo largo para un no fan como yo. También es que cuatro días antes vi a Pearl Jam en Berlín… y las comparaciones son odiosas.
Me sorprendió ver un cartel a la entrada del recinto en el que ponía: Máximo 100 decibelios. Se escuchaba la música realmente baja. Por suerte los suizos son unos muermazos que no cantaron ni el estribillo de Hotel California. No quieren hacerse daño ni en los tímpanos ni en la garganta. Eso sí, aún les queda un poco para coger a los checos. Sólo les falta aplaudir algo menos. ¡Podéis conseguirlo!

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A la mañana siguiente me dirigí a Basilea, donde debía recoger a mis padres y a mi hermano, que volaban desde Alicante. Desde el aeropuerto fuimos directamente hasta Grindelwald. Allí volvimos a plantar nuestra tienda -12 años después- en el camping Eigernorwand. Es una maravilla salir de la tienda por la mañana y ver frente a ti una de las paredes más emblemáticas de los Alpes. Se trata, sin ninguna duda, del camping más impresionante en el que he estado.

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Como esa tarde teníamos bastante tiempo, y el recepcionista nos había advertido de que al día siguiente el tiempo iba a ser malo, decidimos coger el teleférico de Männlichen. Resulta frustrante ver las fotos de esa tarde. En las que se sacaron en la estación de Grindelwald se ve casi perfectamente el Eiger. Al llegar a Männlichen (unos minutos después) un manto de nubes cubría prácticamente la totalidad del paisaje.
Es cierto que se veía venir, ya que las nubes estaban formándose, pero no tan rápido. Desde Männlichen bajamos andando hasta Grindelwald, pasando por Kleine Scheidegg. Se trata de una excursión que dura unas 5 horas, siempre en bajada. Al ir haciendo bastantes paradas, nos llevó bastante más tiempo, por lo que llegamos al camping casi a las 11 de la noche. La lluvia nos fue acompañando en muchos tramos del recorrido, así como algún tritón despistado. Es una excursión muy recomendable, especialmente en caso de tener buen tiempo.

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Durante el día siguiente yo no estuve de muy buen humor. Llevas años esperando un viaje, meses planificándolo, para que -llegado el momento- el tiempo no esté de tu lado durante la mayor parte de los días. Así es la alta montaña. Me parece que cuando intente subir al Mont-Blanc reservaré unos cuantos días en el refugio Goûter.
Ese día decidimos recorrer el precioso valle de Lauterbrunnen, visitando las cascadas de Trümmelbachfälle, para después desplazarnos hasta Lucerna, una ciudad que sí que merece la pena visitar. Realmente no fue un mal día para el tiempo que hizo.

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El tercer día fue el único en el que tuvimos un gran tiempo. Y lo aprovechamos. Por la mañana hicimos la excursión al impresionante Triftbrücke. Yo me equivoqué de camino, y en lugar de ir directos hacia el puente, subimos al refugio de Windegghütte, para después bajar al Triftbrücke. En realidad mereció la pena, ya que la vista que se tiene desde éste no se obtiene desde la ruta directa. Sólo son 30 minutos de desvío, eso sí, en duro ascenso. El problema es que algunos miembros de la expedición se quejaron vehementemente de la dureza del recorrido. Menos llenar el buche y navegar por internet, y más salir a la montaña.

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Por la tarde nos quitamos la espinita del primer día. Subimos con el tren desde Lauterbrunnen hasta Kleine Scheidegg. El ascenso partiendo de este valle es bastante más bonito que desde el lado de Grindelwald. Uno de los lugares más bonitos de Europa en todo su esplendor. Impresionante.

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Al día siguiente nos dirigimos hacia Zermatt. De camino paramos para contemplar la mejor panorámica existente del glaciar de Altesch, obtenida desde el Eggishorn. Esto es lo que vimos. Uno de los mayores fracasos en la historia de la estirpe de los Morcillo. Lo único divertido fue ver como unos cuantos japoneses se compraban una gorra del glaciar sin haber vislumbrado ni un centímetro de éste. Son seres realmente peculiares.

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Durante los tres días que pasamos en Zermatt el tiempo fue bastante irregular. Por suerte pudimos ver el Matterhorn en todo su esplendor. En Gornergrat el tiempo tampoco fue del todo malo, y durante la media maratón la temperatura era ideal para correr. El problema fue el último día, como se verá más adelante.
Ahora llega ese momento en el que os doy la brasa con la carrera. Como decía más arriba, el recorrido es, como era de esperar, el más bonito que he hecho hasta el momento en mis ¡43! carreras. Eso sí, tras mi primera maratón, también ha sido la carrera más dura. En la maratón de Viena sufrí menos que en Zermatt. Noté bastante la falta de oxígeno corriendo por encima de los 2.000 metros, no estoy acostumbrado. Es una desventaja bastante grande respecto a la gente que vive y entrena cerca de los Alpes, Dolomitas o Pirineos.
Fui dosificando mis fuerzas durante toda la carrera. El crono no era demasiado importante. Recuerdo momentos mientras corría en los que giraba mi cuello 160º para mirar al Matterhorn. Había que aprovechar cada segundo. Los últimos 3 kilómetros de la carrera son durísimos, con una ascensión de 400 metros, de 2.200 a 2.600 metros. Al final llegué a meta en un aceptable 2:43:35, a mitad de tabla de mi categoría y relativamente arriba en la general. En definitiva, muy contento con mi estreno en la distancia en montaña. El verano que viene, si todo sigue igual, espero dar otro pasito adelante.

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Una vez finalizada la carrera ascendimos a la estación de Gornergrat, situada a 3.100 metros de altitud. Las fotos hablan por sí solas.

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Nuestro último día en los Alpes amaneció despejado, por lo que decidimos llevar a cabo nuestro plan inicial: ascender desde el Schwarzsee hasta el refugio de Hörnlihütte, situado en la base de la pared del Matterhorn, a casi 3.300 metros. Lamentablemente las nubes fueron apoderándose del paisaje paulatinamente. Para cuando llegamos al refugio, apenas pudimos vislumbrar unos 100 metros de la pared. La excursión con el cielo medianamente despejado tiene que ser… Excusas no me faltan para volver. Tampoco hacían falta.

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Siete días dan para mucho en una de las regiones más impresionantes de Europa. Entre otras cosas, para afianzar los que -ahora mismo- son mis dos grandes sueños. Uno de ellos lleva ya media vida en cola. El otro ni siquiera hubiera podido imaginar tenerlo tan cerca hace unos años. Próxima parada: Islandia.

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Pujada al Montcabrer – Mayo de 2014

Este fin de semana regresé a casa para visitar a las gentes de bien que habitan en Alicante. De paso, hice coincidir la visita con la Pujada al Montcabrer, la gran clásica de montaña de la provincia. Se trata, sin duda, de la mayor espinita corredora que se me quedó clavada al abandonar  mi tierra, ya que el Montcabrer es, tras el Puig Campana, mi segunda montaña favorita de la provincia.
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En apenas una semana he corrido los 20 km de Bruselas y esta carrera de 19 km y casi 1.000 metros desnivel. Para no machacar demasiado el cuerpo, no he realizado ninguna de las dos al 100%. En las carreras de montaña, aunque sólo participen 400 corredores como en ésta, es realmente importante colocarse bien en la salida para no sufrir los embudos que suelen formarse en los primeros compases de la carrera. Yo, para seguir con la tradición, me situé bastante mal. Podría haber hecho mejor tiempo, pero bueno, el domingo el crono era lo de menos. En Zermatt sí que espero dar el 100% de mi rendimiento. También he de recalcar que el calor me afectó considerablemente durante el último kilómetro, aunque buena parte de la culpa de ello la tuvo la organización.
La carrera comienza atravesando el bello Barranc del Cinc. Una vez que éste termina, el recorrido hasta la cumbre es bastante menos bonito que desde Agres o Cocentaina. El ambiente en la cima tenía un toque especial, digno de los puertos de montaña de una ronda ciclista. Yo llegué, besé el vértice geodésico -al que no veía desde hacía año y medio- y me encaminé tranquilamente hacia la meta, puesto que la mayor parte de la bajada es bastante técnica, con algunos tramos algo peligrosos. Con la media de Zermatt a un mes vista, riesgos los justos.
La carrera está bien organizada. Sólo un único pero. Creo que se debería haber colocado un avituallamiento más cerca de meta, ya que el último era sobre el kilómetro 13 y el calor apretó bastante  durante la parte final.
En definitiva, una buena mañana, una espinita menos y un paso más en montaña. Es una pena que en Frankfurt no tenga las facilidades que tenía en Alicante para entrenar esta disciplina. De momento, en un mes a disfrutar de la MM de Zermatt. Termino con un ligero apunte:

2012: Serra Grossa Trail (8 km) y Cross Lagos de Rabasa (10 km)
2013: Trail de Aigües (15,2 km) y Carrera de Muntanya de Castalla (15,5 km)
2014: Pujada al Montcabrer (19 km) y MM de Zermatt (21 km)

Parece que el camino está bastante claro, ¿no?

20 km de Bruselas – Mayo de 2014

El fin de semana pasado realicé otra escapada corredora, la cuarta en lo que va de año. A la maratón de Viena, la media de Barcelona y la media de Berlín, las ha seguido la carrera más importante de Bélgica, los 20 km de Bruselas. Era algo que no tenía previsto en mi calendario para este año. Me ofrecieron revisitar la capital belga y no quise desperdiciar la oportunidad. Más tarde vi que el domingo era la carrera, la cual tenía en mente para el año que viene, y no me lo pensé demasiado. Los 40.000 dorsales se habían agotado, por lo que tuve que recurrir -por primera vez- a la clandestinidad, comprando un dorsal de segunda mano a un belga muy majo, que me envió a Alemania por correo su dorsal, tras abonarle la cuota de inscripción de la carrera. Así que por un día no fui Eduardo, fui… un nombre raruno del que no me acuerdo. Dejémoslo en el dorsal 7193.

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Mi idea, puesto que este fin de semana disputo la Pujada al Montcabrer, era realizar una especie de entrenamiento, yendo todo el rato a un ritmo más suave del que suelo ir normalmente en media maratón. Logré hacerlo, aunque pasándolo algo peor de lo esperado por diversas razones. Nunca llegué a estar cómodo del todo. El principal problema es que el dorsal que adquirí era de los grupos más retrasados. Delante de mí salieron alrededor de 20.000 personas. Creo que no exagero si digo que adelanté a más de 5.000 durante la carrera. Ello conlleva un mayor desgaste, al tener que hacer cambios de trazada y de ritmo para adelantar. Con tanto desplazamiento lateral estoy seguro de que hice más bien la distancia de una media maratón. En segundo lugar, durante la carrera nos acompañaron unos 25 grados. Se me había olvidado lo que era correr con calor. La verdad es que se nota. Otro punto es que mi alimentación y descanso durante el fin de semana fueron bastante lamentables. Por último, el circuito es bastante sinuoso, con una cuesta especialmente dura en el kilómetro 18. También el hecho de no ir al 100% hace que sea más fácil perder la concentración y, por ello, la capacidad para mantener un ritmo estable. Eso sí, no iba del todo cómodo, pero cuando tuve que subir un pistón porque me había empanado durante el kilómetro anterior, podía hacerlo sin problemas.
Quitando la gran cantidad de gente, la carrera está bastante bien. Esto no sería un problema si ésta discurriese siempre por amplias avenidas o las oleadas de la salida estuvieran mejor planificadas. El recorrido no atraviesa el centro histórico de la ciudad, pero la llegada bajo el arco del triunfo del Cinquantenaire es de las mejores que he podido disfrutar. Siempre es interesante correr en otro país, especialmente si se trata de una de las grandes clásicas de Europa.

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Sobre la ciudad poco que decir que no haya dicho ya. Creo que merece mucho la pena visitar la Grand Place y el original Atomium. Brujas es bastante más bonita, pero ignorar Bruselas en un viaje a Bélgica es un crimen.

Vienna City Marathon – Abril de 2014

Tras correr la maratón de Frankfurt comencé a planificar el calendario para 2014. Tenía pensado correr en marzo en Barcelona, pero, puesto que mi rendimiento en Frankfurt no fue el esperado, decidí darme un mes más de entrenamiento para mi segunda maratón. Las opciones eran París y Viena. Me decanté por la segunda porque ME GUSTA MÁS (así, bien grande). Algunas de mis razones: lo recogido de su precioso centro histórico, sus palacios, la amabilidad de los austríacos o su posición privilegiada en la historia de la música. La sobreexplotación de esto último de cara al turismo es lo único que me disgusta de la ciudad. Ver a gente por la calle con disfraces y pelucas del siglo XVIII -intentando venderte entradas para un concierto- estropea un tanto el ambiente que se respira en la ciudad.
Pensando en la maratón del domingo, hice las visitas que requerían andar bastante nada más llegar (viernes por la mañana). Comencé por Schönbrunn, el que es para mí el palacio más impresionante de Europa Occidental.

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Durante el fin de semana realicé dos visitas que me quedaron pendientes de mi primer viaje a Viena en 2009. La primera de ellas fue entrar al primer zoo del mundo y ver por fin a un dichoso panda comiendo bambú.

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De Schönbrunn me fui hasta la Karlsplatz, donde se encuentra la Karlskirche. A escasos centenares de metros de ésta se puede visitar el palacio del Belvedere. En su interior se exhibe El Beso de Klimt, una de las obras que más me ha impresionado ver en vivo. Este viaje decidí no entrar a ningún museo. Son bastante caros y tengo el recuerdo bastante fresco. Además, sé que volveré a Viena, prefiero espaciarlo un poco más.

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Después de comer fui a la feria del corredor a recoger el dorsal y a hacer el check-in en el hotel, donde me pegué una buena siesta de dos horas, algo que repetiría a la tarde siguiente. Posteriormente volví a salir para disfrutar del atardecer por el centro histórico de la ciudad. Allí estaban montando la meta de la carrera, justo en mi punto preferido de la ciudad.

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Al oeste del anillo que rodea el centro histórico se concentran gran parte de los museos de la ciudad.

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El Palacio de Hofburg ocupa una buena parte del centro y es la gran estrella de éste. En el Burggarten se encuentra una estatua erigida en honor a Mozart.

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En la Josefsplatz se encuentra una de las localizaciones de una de las mejores películas de la historia del cine, El Tercer Hombre. Desde allí también se entra a la biblioteca nacional austríaca, la otra visita que no hice en 2009. Merece muchísimo la pena.

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Pasear por el centro de la ciudad es una delicia. El epicentro de éste es el Stephansdom (la catedral), uno de los grandes símbolos de la ciudad. Nada mejor que subir más de 300 escalones el día antes de una maratón.

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Stadtpark, memorial a las víctimas del holocausto, Rathaus, el parlamento austríaco, Volkspark… Muchos lugares interesantes. En el Burgtheater se estrenaron, entre otras obras, Las Bodas de Fígaro o la 1ª sinfonía de Beethoven.

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Al atardecer -después de otra siesta- me fui al Prater. En su noria (una de las más antiguas del mundo) se rodó una de las mejores escenas de la historia del cine, en la que el cínico Harry Lime pronuncia ese famoso: In Italy for 30 years under the Borgias they had warfare, terror, murder, and bloodshed, but they produced Michelangelo, Leonardo da Vinci, and the Renaissance. In Switzerland they had brotherly love – they had 500 years of democracy and peace, and what did that produce? The cuckoo clock.

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Y llegamos al domingo, el gran día y la razón del  viaje. Durante la noche dormí bastante mal a causa de los nervios. Creo que esas largas siestas vienesas ayudaron a que esa noche no me pasara factura. Tras un entrenamiento mejor planificado, así como más exigente y metódico, esperaba hacer entre 3:40 y 3:45. Fue lo que quería hacer en Frankfurt, sin embargo, aquel día la maratón me comió y me fui al 4:03. Hoy sé que aquel día tenía piernas para acercarme a lo que me había propuesto, pero enfrentarte a la distancia por primera vez pasa muchísima factura.
Esta maratón era clave para mí. Si volvía a pasarlo tan rematadamente mal, congelaría el tema maratones durante un periodo, hasta que me creyese con fuerzas para poder afrontar la distancia con garantías. Mi idea era rodar en Viena en el 3:43, en otoño bajar al 3:37 y ya en la primavera de 2015 bajar hasta el 3:33.
El tiempo no fue precisamente el ideal. De momento tengo sacado el abono al viento y la lluvia en maratones. Más de 42.000 personas tomamos la salida en tandas a partir de las 9:00. De todas ellas, algo más de 7.000 íbamos a por los 42.195 metros.
Me había propuesto pasar la media maratón entre el 1:42 y el 1:43, y fue exactamente lo que hice. Acostumbrado a rodar por debajo del 1:40, no fue tarea difícil. Lo que no me esperaba es lo que se puede observar en el gráfico inferior. Mis mejores kilómetros fueron del 20 al 30, momento a partir del cual mi rendimiento fue bajando paulatinamente, pero sin un gran bajón.
Cuando ves que las piernas te responden, los kilómetros van pasando y que ningún muro te golpea, te creces. Sobre el asfalto vienés he vivido, tras más de dos años, mi día más mágico corriendo. Esa sensación de ir por el kilómetro 38 bajo la lluvia sabiendo que estás venciendo a la distancia… es indescriptible. Todavía hoy me cuesta creer que haya bajado ¡media hora! de mi primera a mi segunda maratón.

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Esa media hora se ha notado mucho en los días siguientes a la carrera: Rodillas, isquiotibiales, cuádriceps… todos lo agradecen. En más de dos años, incluyendo dos maratones y 21 medias, sólo he tenido una pequeña rotura fibrilar que me tuvo parado 2 semanas. Todavía he de corregir un par de cosas, pero de momento creo que estoy haciendo las cosas bien. Y lo más importante, este año estoy disfrutando más que nunca. Próxima parada: Pujada al Montcabrer. Ah, y ya en octubre: Amsterdam Marathon.