20 km de Bruselas – Mayo de 2014

El fin de semana pasado realicé otra escapada corredora, la cuarta en lo que va de año. A la maratón de Viena, la media de Barcelona y la media de Berlín, las ha seguido la carrera más importante de Bélgica, los 20 km de Bruselas. Era algo que no tenía previsto en mi calendario para este año. Me ofrecieron revisitar la capital belga y no quise desperdiciar la oportunidad. Más tarde vi que el domingo era la carrera, la cual tenía en mente para el año que viene, y no me lo pensé demasiado. Los 40.000 dorsales se habían agotado, por lo que tuve que recurrir -por primera vez- a la clandestinidad, comprando un dorsal de segunda mano a un belga muy majo, que me envió a Alemania por correo su dorsal, tras abonarle la cuota de inscripción de la carrera. Así que por un día no fui Eduardo, fui… un nombre raruno del que no me acuerdo. Dejémoslo en el dorsal 7193.

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Mi idea, puesto que este fin de semana disputo la Pujada al Montcabrer, era realizar una especie de entrenamiento, yendo todo el rato a un ritmo más suave del que suelo ir normalmente en media maratón. Logré hacerlo, aunque pasándolo algo peor de lo esperado por diversas razones. Nunca llegué a estar cómodo del todo. El principal problema es que el dorsal que adquirí era de los grupos más retrasados. Delante de mí salieron alrededor de 20.000 personas. Creo que no exagero si digo que adelanté a más de 5.000 durante la carrera. Ello conlleva un mayor desgaste, al tener que hacer cambios de trazada y de ritmo para adelantar. Con tanto desplazamiento lateral estoy seguro de que hice más bien la distancia de una media maratón. En segundo lugar, durante la carrera nos acompañaron unos 25 grados. Se me había olvidado lo que era correr con calor. La verdad es que se nota. Otro punto es que mi alimentación y descanso durante el fin de semana fueron bastante lamentables. Por último, el circuito es bastante sinuoso, con una cuesta especialmente dura en el kilómetro 18. También el hecho de no ir al 100% hace que sea más fácil perder la concentración y, por ello, la capacidad para mantener un ritmo estable. Eso sí, no iba del todo cómodo, pero cuando tuve que subir un pistón porque me había empanado durante el kilómetro anterior, podía hacerlo sin problemas.
Quitando la gran cantidad de gente, la carrera está bastante bien. Esto no sería un problema si ésta discurriese siempre por amplias avenidas o las oleadas de la salida estuvieran mejor planificadas. El recorrido no atraviesa el centro histórico de la ciudad, pero la llegada bajo el arco del triunfo del Cinquantenaire es de las mejores que he podido disfrutar. Siempre es interesante correr en otro país, especialmente si se trata de una de las grandes clásicas de Europa.

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Sobre la ciudad poco que decir que no haya dicho ya. Creo que merece mucho la pena visitar la Grand Place y el original Atomium. Brujas es bastante más bonita, pero ignorar Bruselas en un viaje a Bélgica es un crimen.

San Petersburgo – Abril de 2014

San Petersburgo. Los que me conocen bien saben que es una ciudad que deseaba visitar desde hacía años. Cuando a la gente le decía que prefería visitar Moscú o San Petersburgo antes que Nueva York, la respuesta solía ser una mirada que desprendía perplejidad. Pese a que -ya lo adelanto- la ciudad me ha decepcionado un poco, me sigo reafirmando respecto a Moscú. Qué queréis que os diga, prefiero posar mis pies sobre la Plaza Roja antes que pasear entre los rascacielos neoyorquinos. Y no es que sea precisamente Trotski, pero me fascina la historia de la nación rusa. Soy raro, lo sé.
Nada más llegar al aeropuerto uno se percata de que ya no está ni en Alemania ni en España. El autobús que lleva a la ciudad, y que supuestamente pasa en intervalos de 15 minutos, tarda más de media hora en llegar. Las furgonetas privadas que funcionan a modo de lanzaderas sí que pasan constantemente. La diferencia de precio es escasa, pero nada más llegar inspira más confianza el transporte metropolitano. Más tarde comprobaríamos que es un medio que utilizan los rusos en su día a día, ya que cubre huecos dejados por la -muy mejorable- red de transporte de la ciudad.
El cirílico y el bajo nivel de inglés de la población hacen no demasiado sencillo el moverse por tu cuenta, pero es perfectamente factible. Bueno, en realidad sólo se complica si deseas ir a Peterhof o Pushkin por tu cuenta.
Como ya escribí, hace dos meses estuve en Estambul. Resulta curioso el contraste entre ambas ciudades. Los ojos nos dicen, mientras recorremos sus calles y plazas, que San Petersburgo es una ciudad mucho más europea que Estambul. Sin embargo, bajo mi punto de vista, culturalmente no sabría decir quién está más alejado, religiones aparte. Sí sabría decir quién está menos abierto a Europa Occidental (¡Hola visado!). Es algo que se nota en el turismo. En el hotel casi todos los clientes eran rusos y no se veían demasiados extranjeros por la ciudad, pese a ser semana santa. En definitiva, después de este viaje comprendo mejor las tensiones y la frialdad que han acompañado históricamente a las relaciones entre Europa Occidental y Rusia.
Nuestro hotel se encontraba bastante cerca de la gran atracción (junto al Hermitage) de la ciudad. No decepciona. Preciosa tanto por dentro como por fuera, de lo más bonito que he visto nunca. Hablo de la iglesia sobre la sangre derramada, creada en memoria del zar Alejandro II, que fue asesinado en el lugar donde ahora se asienta la iglesia.
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La luz desaparecía del todo bastante tarde (sobre las 22:30), así que pudimos estirar bastante los días. Al hotel llegamos a las 20:00, por lo que tuvimos tiempo para dar una pequeña vuelta por el centro y visitar el otro gran punto de interés de la ciudad, la Plaza del Palacio.

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A la mañana siguiente recorrimos Nevsky Prospect desde el hotel hasta la Plaza del Palacio, ya que dedicaríamos medio día a visitar la colección del Hermitage. Se trata de la arteria principal de la ciudad y alberga muchos de los edificios más importantes de ésta, como la Catedral de Kazan o el Palacio Stroganov.

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La colección del Hermitage es abrumadora. Yo me concentré en ver lo que más me interesaba, ya que intentar verlo todo resulta imposible. La exhibición me parece de menos nivel que la del Louvre o la del British Museum + National Gallery. Lo que realmente eleva la experiencia a un nivel superior es su exposición en uno de los palacios más importantes e impresionantes del mundo. Eso sí que es difícil de superar.

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Durante todo el viaje disfrutamos de un tiempo espectacular, teniendo en cuenta la latitud a la que se encuentra la ciudad, claro. Del Hermitage fuimos hacia la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, lugar en el que se fundó San Petersburgo en 1703. Desde la isla que alberga la fortaleza puede observarse como la cúpula de la Catedral de San Isaac domina el skyline de la ciudad.

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En la catedral se encuentran los restos de la gran mayoría de los zares rusos, destacando la tumba de Pedro el Grande.

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Desde la fortaleza nos dirigimos a la iglesia sobre la sangre derramada para visitar su interior. Un auténtico espectáculo. Posteriormente fuimos a la Catedral de Kazan, cuyo interior también es bastante interesante. No se podían hacer fotos en su interior, algo que nos sucedió en varias iglesias.

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Una vez llegada la hora del cierre de museos e iglesias, nos dedicamos a pasear por la parte noreste del centro histórico, donde se encuentran el Museo Ruso o el Campo de Marte, entre otros lugares.

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A la mañana siguiente nos encaminamos, en primer lugar, hacia el monasterio de Alexander Nevsky Lavra. Para los rusos ortodoxos tiene una gran relevancia, ya que se encuentran los restos del mozo que da nombre al monasterio (santificado por la iglesia ortodoxa). Una de las cosas que más me ha sorprendido en este viaje es la religiosidad de los rusos ortodoxos, con un fervor y unos rituales más cercanos a los musulmanes que a los católicos (incluyendo pañuelo en la cabeza en las mujeres). El monasterio en sí me decepcionó. Supuestamente es uno de los grandes puntos de interés de la ciudad, pero no llamó especialmente la atención. Lo más interesante, para mí, fue ver las tumbas de Dostoyevsky y Tchaikovsky.

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Desde el monasterio fuimos en metro hasta la plaza de Sennaya, cerca de la que se encuentran el teatro Mariinsky o la Catedral de San Nicolás, así como las casas en las que Dostoyevsky estuvo viviendo mientras escribía Crimen y Castigo. Por dichas calles están las posibles localizaciones de la casa del prestamista (primera foto de la derecha) y de Raskolnikov.

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La Almirancia y la Catedral de San Isaac son dos de los edificios que más destacan en el paisaje de la ciudad. Junto a ellos se encuentra la estatua de Pedro el Grande. El interior de la catedral impresiona. Se puede ascender a la cúpula para obtener una de las mejores panorámicas de la ciudad.

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Después de comer visitamos la casa-museo de Dovstoyevsky, lugar en el que el escritor pasó los últimos años de su vida y escribió Los Hermanos Karamazov. En la guía de Lonely Planet dicen que la Iglesia de la Transfiguración y la de Vladimirskaya son dos de las más bonitas de la ciudad, pero para mí fueron las menos destacables de las que vimos. Por contra, el Convento de Smolny sí que me sorprendió. Mucho más bonito que el monasterio de Alexander Nevsky.

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El último día lo dedicamos a los palacios de la periferia. En primer lugar fuimos a Peterhof. Es muy bonito, pero los últimos coletazos del invierno ruso y el hecho de que no estuvieran las fuentes en marcha le restó mucha espectacularidad. A ver si alguna vez puedo volver a la ciudad en pleno verano y disfrutar así del palacio en todo su esplendor.

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Como no merecía mucho la pena quedarse paseando por los secos jardines del palacio, decidimos ir al palacio de Tsarskoye Selo, situado junto a la localidad de Pushkin. En este caso estaban pintando el palacio, preparándolo para los turistas veraniegos. Por suerte, ya habían terminado con gran parte de éste. La verdad es que me resultaría difícil tener que quedarme con uno de los dos palacios. Creo que merece la pena visitar los dos. Yo pensaba que no iba a poder, y era lo que más me preocupaba del viaje.

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La última noche en la ciudad saqué la cámara de paseo. Sin trípode y con una compacta, hice lo que pude. ¿He dicho ya que me enamoré de la iglesia?

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La última mañana, antes de irnos al aeropuerto, visitamos el Museo Ruso, donde se albergan obras de algunos de los pintores más importantes de la historia rusa. Pese al menor tamaño y la menor relevancia de las obras respecto a la colección del Hermitage, sigue siendo una visita interesante.

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No sueno muy decepcionado, ¿verdad? Sin embargo, era la sensación que tenía recorriendo la ciudad, salvo en los puntos más importantes de ésta. Demasiadas expectativas y dos viajes a dos preciosas ciudades muy cerca (Viena y Estambul) pueden haber afectado a mi juicio. Pensaba que San Petersburgo iba a entrar directa a mi top 5. No ha entrado, pero no andará demasiado lejos. Se confirma como una de las ciudades de visita obligada en Europa.

Vienna City Marathon – Abril de 2014

Tras correr la maratón de Frankfurt comencé a planificar el calendario para 2014. Tenía pensado correr en marzo en Barcelona, pero, puesto que mi rendimiento en Frankfurt no fue el esperado, decidí darme un mes más de entrenamiento para mi segunda maratón. Las opciones eran París y Viena. Me decanté por la segunda porque ME GUSTA MÁS (así, bien grande). Algunas de mis razones: lo recogido de su precioso centro histórico, sus palacios, la amabilidad de los austríacos o su posición privilegiada en la historia de la música. La sobreexplotación de esto último de cara al turismo es lo único que me disgusta de la ciudad. Ver a gente por la calle con disfraces y pelucas del siglo XVIII -intentando venderte entradas para un concierto- estropea un tanto el ambiente que se respira en la ciudad.
Pensando en la maratón del domingo, hice las visitas que requerían andar bastante nada más llegar (viernes por la mañana). Comencé por Schönbrunn, el que es para mí el palacio más impresionante de Europa Occidental.

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Durante el fin de semana realicé dos visitas que me quedaron pendientes de mi primer viaje a Viena en 2009. La primera de ellas fue entrar al primer zoo del mundo y ver por fin a un dichoso panda comiendo bambú.

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De Schönbrunn me fui hasta la Karlsplatz, donde se encuentra la Karlskirche. A escasos centenares de metros de ésta se puede visitar el palacio del Belvedere. En su interior se exhibe El Beso de Klimt, una de las obras que más me ha impresionado ver en vivo. Este viaje decidí no entrar a ningún museo. Son bastante caros y tengo el recuerdo bastante fresco. Además, sé que volveré a Viena, prefiero espaciarlo un poco más.

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Después de comer fui a la feria del corredor a recoger el dorsal y a hacer el check-in en el hotel, donde me pegué una buena siesta de dos horas, algo que repetiría a la tarde siguiente. Posteriormente volví a salir para disfrutar del atardecer por el centro histórico de la ciudad. Allí estaban montando la meta de la carrera, justo en mi punto preferido de la ciudad.

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Al oeste del anillo que rodea el centro histórico se concentran gran parte de los museos de la ciudad.

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El Palacio de Hofburg ocupa una buena parte del centro y es la gran estrella de éste. En el Burggarten se encuentra una estatua erigida en honor a Mozart.

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En la Josefsplatz se encuentra una de las localizaciones de una de las mejores películas de la historia del cine, El Tercer Hombre. Desde allí también se entra a la biblioteca nacional austríaca, la otra visita que no hice en 2009. Merece muchísimo la pena.

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Pasear por el centro de la ciudad es una delicia. El epicentro de éste es el Stephansdom (la catedral), uno de los grandes símbolos de la ciudad. Nada mejor que subir más de 300 escalones el día antes de una maratón.

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Stadtpark, memorial a las víctimas del holocausto, Rathaus, el parlamento austríaco, Volkspark… Muchos lugares interesantes. En el Burgtheater se estrenaron, entre otras obras, Las Bodas de Fígaro o la 1ª sinfonía de Beethoven.

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Al atardecer -después de otra siesta- me fui al Prater. En su noria (una de las más antiguas del mundo) se rodó una de las mejores escenas de la historia del cine, en la que el cínico Harry Lime pronuncia ese famoso: In Italy for 30 years under the Borgias they had warfare, terror, murder, and bloodshed, but they produced Michelangelo, Leonardo da Vinci, and the Renaissance. In Switzerland they had brotherly love – they had 500 years of democracy and peace, and what did that produce? The cuckoo clock.

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Y llegamos al domingo, el gran día y la razón del  viaje. Durante la noche dormí bastante mal a causa de los nervios. Creo que esas largas siestas vienesas ayudaron a que esa noche no me pasara factura. Tras un entrenamiento mejor planificado, así como más exigente y metódico, esperaba hacer entre 3:40 y 3:45. Fue lo que quería hacer en Frankfurt, sin embargo, aquel día la maratón me comió y me fui al 4:03. Hoy sé que aquel día tenía piernas para acercarme a lo que me había propuesto, pero enfrentarte a la distancia por primera vez pasa muchísima factura.
Esta maratón era clave para mí. Si volvía a pasarlo tan rematadamente mal, congelaría el tema maratones durante un periodo, hasta que me creyese con fuerzas para poder afrontar la distancia con garantías. Mi idea era rodar en Viena en el 3:43, en otoño bajar al 3:37 y ya en la primavera de 2015 bajar hasta el 3:33.
El tiempo no fue precisamente el ideal. De momento tengo sacado el abono al viento y la lluvia en maratones. Más de 42.000 personas tomamos la salida en tandas a partir de las 9:00. De todas ellas, algo más de 7.000 íbamos a por los 42.195 metros.
Me había propuesto pasar la media maratón entre el 1:42 y el 1:43, y fue exactamente lo que hice. Acostumbrado a rodar por debajo del 1:40, no fue tarea difícil. Lo que no me esperaba es lo que se puede observar en el gráfico inferior. Mis mejores kilómetros fueron del 20 al 30, momento a partir del cual mi rendimiento fue bajando paulatinamente, pero sin un gran bajón.
Cuando ves que las piernas te responden, los kilómetros van pasando y que ningún muro te golpea, te creces. Sobre el asfalto vienés he vivido, tras más de dos años, mi día más mágico corriendo. Esa sensación de ir por el kilómetro 38 bajo la lluvia sabiendo que estás venciendo a la distancia… es indescriptible. Todavía hoy me cuesta creer que haya bajado ¡media hora! de mi primera a mi segunda maratón.

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Esa media hora se ha notado mucho en los días siguientes a la carrera: Rodillas, isquiotibiales, cuádriceps… todos lo agradecen. En más de dos años, incluyendo dos maratones y 21 medias, sólo he tenido una pequeña rotura fibrilar que me tuvo parado 2 semanas. Todavía he de corregir un par de cosas, pero de momento creo que estoy haciendo las cosas bien. Y lo más importante, este año estoy disfrutando más que nunca. Próxima parada: Pujada al Montcabrer. Ah, y ya en octubre: Amsterdam Marathon.

Estambul – Febrero de 2014

Me considero un privilegiado. Hay que saber valorar lo que la vida te da. A mis 27 años he viajado más de lo que bastante gente viaja en toda su vida. Además, llevo casi un año viviendo en Alemania, habiendo residido ya en Alicante, Berlín y Frankfurt.
Lo remarco porque, pese a ello, no puedo evitar sentirme un paleto, con escaso conocimiento del planeta y de las innumerables culturas que en él podemos encontrar. Habrá gente que querrá -tal vez- matarme. Aquellos que, como yo, quieran recorrerse el globo entero me comprenderán.
En este viaje he descubierto dos cosas. La primera es que Estambul (e imagino que el resto de Turquía aún más) es muy diferente a Europa Occidental. La segunda podría decirse que es una consecuencia: Franceses, alemanes, españoles… somos más similares de lo que algunas veces pensamos.
Estambul. Probablemente suene extraño, pero no podía evitar sentir cierta desconfianza ante el entusiasmo que me desprendían todas y cada una de las personas que me hablaban de ella. Más sorprendente sonará la causa: No comparto ese fervor, de alcance casi universal, que despierta la ciudad de París.
Sin embargo, no puedo hacer otra cosa que hincar la rodilla ante la antigua capital de Bizancio. Hoy soy yo el entusiasta. Hacía mucho tiempo que no quedaba tan prendado de una ciudad. Ya en el trayecto que nos llevó desde el aeropuerto al hotel, cuando el taxi se quedó parado en un semáforo junto a Santa Sofía, comenzó a atraparme.
Lo primero que hicimos a la mañana siguiente fue dirigirnos al Museo Arqueológico. Allí adquirimos la tarjeta de los museos, válida para tres días. Su precio es de 85 liras (unos 28 euros). Aparte del ahorro económico que supone, permite entrar a Santa Sofía sin hacer cola. Ahora en temporada baja no es primordial, pero en verano debe de ser una estrategia bastante recomendable.
En el primer edificio, que aloja el Museo del Antiguo Oriente, destacan los murales de la puerta Ishtar de Babilonia (me suenan) y el tratado de paz de Qadesh, el más antiguo de este tipo que se conoce.

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En el edificio principal destacan los sarcófagos de origen griego encontrados en la ciudad de Sidón. El Sarcófago de Alejandro (denominado así porque en sus relieves se representan escenas de la vida de Alejandro Magno) data del siglo IV a. C. Además de la estrella del museo, es sin duda una de las piezas de la Antigua Grecia más bellas que he visto, en un estado de conservación extraordinario.

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El tercer edificio, el del Museo de Arte Islámico, contiene la colección menos llamativa de las tres.

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Durante el primer día, como puede observarse, nos acompañó una incómoda niebla. Pese a que la luz en el interior no era la mejor y que se encuentra en pleno proceso de restauración, nada puede empañar visitar el interior de Santa Sofía por primera vez. Estuve en su interior más de una hora. Podría haber estado días. Una auténtica maravilla.

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Cuando las condiciones no son las mejores, la cámara se me queda algo corta. Igual es que no le sé sacar el partido, aunque, tras tres años con ella, lo dudo. A ver si este año puedo comprarme una nueva. La Cisterna Basílica es donde más problemas tuve, lógicamente. Una construcción que gana en belleza sabiendo que se edificó en el año 532 d. C.

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Otro gran punto de interés de la ciudad es la Mezquita Azul, construida a principios del siglo XVII. Tras visitar su bonito interior, nos encaminamos hacia la Pequeña Santa Sofía, una iglesia bizantina del siglo VI reconvertida a mezquita.

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La última parada que hicimos ese día fue en las tumbas de los sultanes, situadas junto a Santa Sofía. Su visita resulta gratuita. Estando cinco días en la ciudad y sabiendo que ese era el único día con niebla, no tenía sentido continuar recorriendo la ciudad aquella tarde. Por la noche estuvimos cenando en el restaurante Hamdi, a escasos metros del Puente Gálata. No se lograba vislumbrar ni la Mezquita de Süleymaniye.

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Pese a que en cinco días salí a correr 2 mañanas, he ganado ¡un kilo! en Estambul. Ver amanecer ante semejantes testigos del paso del tiempo es una experiencia impagable.

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Desde allí fui hasta el Puente Gálata. Durante las dos veces que salí a correr sólo me crucé con un corredor. La gente me miraba como si fuera un extraterrestre. Parecían especialmente alucinados con que fuera en pantalón corto. ¡Pero si habría unos cinco grados! Clima tropical, claramente.

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Durante la mañana visitamos el Palacio de Topkapi. Estando allí uno no puede evitar acordarse de la Alhambra. El primero tiene casi el doble de visitas, pero no es ni la mitad de bonito.

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La visita a los aposentos del harén no me parece -para nada- imprescindible.

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Al salir del palacio aprovechamos para disfrutar en el parque del Sultanahmet del mejor tiempo que tendríamos en todo el viaje.

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Sabiendo esto, decidimos realizar ese día el crucero por el Bósforo. Muchas veces estos cruceros no me suelen gustar. Prefiero ver las cosas caminando. Este me parece muy recomendable. Lamentablemente, uno de los puntos más atractivos del trayecto, la mezquita de Ortaköy, estaba en obras.

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La tarde la pasamos en los barrios de Gálata y Beyoglu, mayormente en los alrededores de la avenida comercial de İstiklal, uno de los puntos más bulliciosos de la ciudad. Allí pudimos encontrar el ambiente más europeo de las partes que visitamos de la ciudad. El contraste con el distrito de los bazares es enorme. En la primera foto de la derecha podemos observar a un turco practicando una de las actividades favoritas de algunos miembros de la población (basándonos en nuestra experiencia durante el viaje). Cualquiera diría que Turquía no está ni en el top 50 de países productores de petróleo. Entusiasmo y dedicación no les falta.

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Yo sólo quería sacar el tranvía, lo prometo. Precisamente esos tranvías, el terreno irregular sobre el que se asienta la ciudad, así como el aspecto decadente de muchas zonas, me recordaron a Lisboa.
La vista nocturna desde el Puente Gálata de la Mezquita de Süleymaniye es, para mí, la panorámica más bonita de la ciudad.

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A la mañana siguiente visitamos la iglesia de San Salvador de Cora, considerada, tras Santa Sofía, la construcción bizantina conservada más relevante de la ciudad. Hasta allí fuimos en taxi.
Cogimos tres taxis durante el viaje, todos ellos con un servicio bueno y barato. El último día, cuando deseábamos ir al aeropuerto, nos tocó bajarnos de tres que nos querían cobrar un precio totalmente desproporcionado. Piensan que tienes prisa por llegar a coger el avión e intentan aprovecharse. Sugiero coger en este caso el transporte público, que permite llegar al aeropuerto desde Sultanahmet en algo menos de una hora. En el trayecto inverso a la ida no tuvimos ningún problema.

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Cerca de la iglesia, todavía hoy se conservan las murallas que protegían la ciudad de Constantinopla de los invasores… hasta que los otomanos abrieron brecha en 1453.

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A continuación visitamos el Acueducto de Valens y el antiguo monasterio bizantino dedicado al Cristo Pantocrátor, hoy convertido en mezquita. No pudimos ver su interior porque en ese momento había misa. La vista desde el jardín de la Mezquita de Süleymaniye es inmejorable.

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Dicha mezquita fue nuestro siguiente destino. Fue construida a mediados del siglo XVI y es, sin duda, una de las construcciones más bellas de la ciudad.

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Tras la comida, pasamos la tarde tranquilamente comprando en el Gran Bazar. No me gusta regatear y creo que no soy demasiado bueno en ello. Aún así pagué lo que consideraba justo por lo que compré. De vuelta al hotel pasamos también por el Bazar de las Especias.

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A continuación entré a la mezquita de Rüstem Pasha. Es bonita, pero nada que sorprenda después de ver las dos grandes mezquitas de la ciudad. Cuando me encaminaba a visitar la Nueva Mezquita, comenzaron a atronar por los altavoces de los minaretes los cánticos que llaman a los musulmanes a misa. Hay una mezquita cada 200 metros como mucho, por lo que puedes oír cánticos viniendo de todas direcciones. En ese instante, tan inexplicablemente bello, es cuando sientes que estás en otro mundo, a miles de kilómetros de casa. Es en ese momento, también, cuando los centenares de kilómetros entre Alemania y España parecen acortarse. Te das cuenta de que por primera vez estás fuera de Europa… y te sientes un poco menos paleto.

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A la mañana siguiente tocaba la segunda salida para que los músculos no se entumeciesen demasiado. Esta vez me quedé sólo por Sultanahmet, añadiendo al recorrido el parque de Gülhane.

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Ese día, el penúltimo, cogimos el ferry que cruza a Asia, al barrio de Üsküdar. Allí visitamos dos mezquitas, la de Atik Valide y la de Sakirin, cuyas construcciones están separadas por más de 400 años. Lo más interesante es el viaje en sí, el paso de Europa a Asia. El barrio no tiene nada de especial.

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La última mañana en la ciudad la pasamos en un baño turco construido en el siglo XVI. Los últimos dos días, como puede verse, fueron extremadamente relajados. Creo que tres días es tiempo más que suficiente para visitar lo más importante de la ciudad, salvo que estés interesado en el arte moderno, ya que hay muchas galerías de este estilo. Antes de partir hacia el aeropuerto pude -por fin- visitar la Nueva Mezquita, construida a finales del siglo XVI.

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Resulta curioso ver a centenares de personas durante todo el día pescando en el Puente Gálata. En el área que rodea a éste se pueden adquirir bocadillos de pescado fresco por unos dos euros, algo bastante típico allí. He de recalcar lo extremadamente agradable y servicial que era la gente, aunque en las zonas más turísticas los hosteleros resultaban, a veces, realmente agobiantes.

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Una última visita al parque de Sultanahmet cerró un viaje a una ciudad que merece toda su fama. Que te encante viajar debe de ser la peor maldición de todas. En lugar de apaciguar el deseo de salir durante una temporada, aumenta más si cabe las ganas de seguir conociendo mundo. Por lo menos en mi caso.

Barcelona – Febrero de 2012

A finales de 2012 estuve cerca de irme a vivir a Barcelona. El mes que viene volveré allí para correr su media maratón. Es una ciudad en la que me gustaría vivir algún día, al menos durante una temporada.
En febrero de aquel año me acerqué a la ciudad para ver a Dream Theater por cuarta vez (el mes que viene toca la quinta). No concibo visitar Barcelona sin dar un paseo por el barrio gótico y por el Passeig de Gràcia, donde destacan especialmente La Pedrera y la Casa Batlló, ambas de Gaudí.

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El concierto era en el Sant Jordi Club, un lugar más que aceptable para conciertos. Su hermano mayor -el Palau- es uno de los mejores recintos en los que he estado para dichos eventos. En principio el concierto se iba a celebrar en éste, por lo que fue una ligera decepción que decidiesen cambiar el lugar. Teniendo en cuenta la asistencia final, unas 6.000 personas, resulta comprensible que se produjese el cambio.
Fue un show bastante correcto. Venían presentando A Dramatic Turn of Events. Antes habían tocado Periphery de teloneros, pero nos los perdimos. Un año más tarde los vería en el Magnet Club de Berlín.
Del concierto destacaría la sección del Six Degrees of Inner Turbulence y 6:00, mi canción favorita del Awake. Es innegable que se echa de menos la presencia de Mike Portnoy sobre el escenario. Por suerte pude llegar a verlo dos veces con la banda.

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En definitiva, un buen concierto de dos horas. Lo mejor, sin duda, la compañía, aunque me hicieran verlo desde grada (no puedo evitarlo, adoro la pista). Por fin los pudimos ver juntos tres grandes amigos que somos muy seguidores de la banda.

Setlist:
Bridges in the Sky
6:00
Build Me Up, Break Me Down
Surrounded
The Dark Eternal Night
Drum Solo
A Fortune in Lies
Outcry
Wait for Sleep
Far from Heaven
On the Backs of Angels
War Inside My Head
The Test That Stumped Them All
The Spirit Carries On
Breaking All Illusions
As I Am

A la mañana siguiente continuamos con la ruta Gaudí: Visita a la Sagrada Familia (a la que decidimos no entrar por la larga cola que había) y al Parque Güell.

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Barcelona es una ciudad que me encanta. Tengo pendiente subir también las fotos de mi visita en 2007, cuando fui allí a ver a Roger Waters por primera vez.

Baviera e Innsbruck – Septiembre de 2009

Estas últimas semanas del año están siendo bastante tranquilas, cosa que se agradece después de un año tan movidito. Eso sí, muchos planes en construcción para 2014: Viena, Suiza, Barcelona, Berlín, Estambul, Pearl Jam, Islandia… Antes de ello, volaré esta semana a Alicante para pasar las navidades en mi tierra.
Aprovechando que no tengo eventos recientes sobre los que escribir, voy a tirar un poco de mi memoria para repasar el único viaje por Europa, en los últimos 6 años, del que no hay entrada.
El motivo principal del viaje era visitar el Oktoberfest de München. Llegamos un jueves a la capital de Bayern. Hasta el fin de semana no comenzaba la gran fiesta de la cerveza, así que teníamos unos días para visitar la zona. El primero se lo dedicamos a la ciudad. No es de las más bonitas de Europa, pero sí que resulta bastante recomendable. Muy interesante la exposición de la Alte Pinakothek.

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El jardín inglés es el pulmón de la ciudad, un espacio enorme por el que paseamos tranquilamente durante un buen rato. Cuando sólo has vivido en Alicante este tipo de lugares te impactan y te atraen. Después de haber vivido en Berlín y en Frankfurt, es más difícil encontrar alguno que lo haga.

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Algo lejos del centro se encuentra el Palacio de Nymphenburg, de construcción muy similar a Schönbrunn, aunque sus jardines no están a la altura de los del palacio vienés. Pero bueno, estar a esa altura es algo ciertamente complicado.

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Desde Munich nos dirigimos en tren hacia Innsbruck, una ciudad por la que sí que siento especial predilección. Van dos visitas y seguro que volveré alguna vez más.

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Antes de regresar a Alemania, ascendimos en telecabina hasta una estación desde la que se obtenía una gran panorámica de la ciudad y de las montañas prealpinas que la rodean.

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La siguiente parada en el camino fue Füssen, un pueblo que no resulta especialmente llamativo.

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La gran atracción de la zona se encuentra a escasos kilómetros del pueblo. Allí están los palacios de Hohenschwangau  y Neuschwanstein, uno de los grandes iconos del país. Fue una lástima que lo cogiéramos en obras aquel año.

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Para el final dejamos la gran atracción del viaje. Hay gente a la que le parece una simple feria/fiesta en versión alemana. A mí me encanta. Lo más gracioso es que por aquel entonces no hacía nada de deporte y no bebía cerveza. Ahora soy corredor de fondo y sí que lo hago. Cuanto menos curioso.

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Esa noche cenamos en la Hofbrauhaus. Es muy turístico y algo caro, pero la comida y el sitio en sí están muy bien.

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Un viaje de los buenos. Tan bueno que, hasta que iba a darle a publicar, no me había acordado de uno de los grandes acontecimientos de mi historial como viajero: Mi primer vuelo cancelado en el extranjero. Una pesadilla que se saldó con un traslado relámpago hasta Basilea para volar varias horas después desde la ciudad suiza. Con el tiempo ha quedado en una simple anécdota.

Schwarzwald y Estrasburgo – Noviembre de 2013

En verano de 2002 realicé mi primer viaje por el extranjero. Bueno, no es del todo cierto. Antes había estado por el norte de Portugal y en algunos pueblos de la frontera con Francia, pero es evidente que ambos no resultan el mismo cambio de escenario que visitar Alemania, Suiza, Austria o Chamonix. Friburgo fue la primera población centroeuropea que veía.
Once años después, tras haber visitado más de 20 países, las cosas se ven con distintos ojos. La magia se ha ido. Ante mí sólo se encontraba una ciudad alemana del montón. Aún así, siempre será especial. Resulta curioso echar la vista atrás y pensar en el camino recorrido. Ese chavalín jamás se imaginó que acabaría viviendo en Alemania.

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Tras Friburgo nos encaminamos hacia Triberg. Allí se encuentra la cascada más alta de Alemania. Después de haber visitado Noruega o, por ejemplo, Croacia, uno se queda bastante frío, y no por la temperatura. Lo mejor fue, sin duda, la guerra de bolas de nieve entre los integrantes del viaje, muchas de ellas lanzadas a traición.

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Las últimas dos fotos son de Estrasburgo. Su fama la precede y he de decir que la ciudad no decepciona. Impresionante catedral y preciosa la zona del río. Para hacer mejor todavía la visita, la noche que estuvimos allí cenamos una fondue espectacular.

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