La secuencia de mis últimos viajes veraniegos ha sido bastante curiosa. En 2010 fuimos a París. La idea original era ir a Noruega, viaje que estuve preparando, pero el estallido de aquel volcán islandés -de nombre impronunciable- hizo variar los planes. Al año siguiente estuve mirando cosas de los Dolomitas, pero fue finalmente el año de Noruega. El año pasado estuvimos por los maravillosos Alpes y Dolomitas. Mi idea era que nos adentráramos hasta Croacia, pero la falta de días no lo permitió. Así que, efectivamente, este año ha sido el turno de Croacia. El año que viene el lugar que seguiría esta tradición sería Islandia, pero, al haberme sacado por fin el pasaporte, posiblemente sea la hora de salir del viejo continente. Ya se verá.
De Berlín volamos a Zagreb, ciudad a la que llegamos bien temprano. No fuimos ese día a la capital croata, si no que nos adentramos en Eslovenia. Mi idea era volver a visitar las cuevas de Skocjan, así como las de Postojnska, éstas por primera vez. Tras visitar Postojnska, consideré que no merecía la pena que mis compañeros visitaran Skocjan, ya que las primeras son absolutamente impresionantes.

Al no visitar Skocjan, variamos la hoja de ruta y nos fuimos a Trieste. No es una ciudad especialmente destacable. Lo más remarcable fue ver cómo el temporal azotaba el puerto, así como el helado que pudimos saborear allí.

Ya de vuelta en Croacia, hicimos una parada en Grožnjan, pueblo que recomiendan en casi todas las guías. Lo mejor son las vistas del pueblo desde la carretera, de lo que lamentablemente no tengo ninguna foto.




Tras visitar tranquilamente dicho pueblo, nos encaminamos hacia Porec, nuestra primera toma de contacto con la costa croata. Antes de dormir allí aquella noche, dimos un paseo por su puerto. Recuerdo las sensaciones que me produjo el poder volver a disfrutar de una calurosa noche de verano mediterránea. Uno no puede evitar sentir cierta nostalgia mientras resuenan en su cabeza los ecos de lo que cantaba Serrat. Sólo llevo unos pocos meses en Alemania. Más que por lo que llevo fuera, en situaciones así suele invadir mis pensamientos el futuro, un futuro lejos de casa. Tengo la sensación de que no voy a volver a vivir en Alicante y, aunque estoy extremadamente contento con el rumbo de mi vida, es mi patria y me duele esa casi certeza.
Volviendo a Croacia, la gran atracción de este bonito pueblo costero es su basílica del siglo VI, de estilo bizantino. Fue el primero de los varios patrimonios de la humanidad del país que pudimos visitar.


La basílica me gustó mucho, muy diferente a todo lo que había visto hasta ahora en Europa.


Nuestra siguiente parada fuer Rovinj, cuya figura se levanta sobre el Adriático de forma espectacular. Sus estrechas y empinadas calles me recordaron muchísimo a las del Mont Saint-Michel.





La siguiente parada en el camino fue la localidad de Pula, cuyas mayores atracciones son su anfiteatro y su Templo de Augusto, ambos de origen romano y en un estado de conservación extraordinario.





La última parada del día fue en el Parque Nacional de Kamenjak, famoso por sus acantilados. En la montaña me sobra valor que en sitios como este me falta. Aún así, es el salto más grande que he dado en lugares así, unos 6 metros.


A la mañana siguiente salí a correr a primerísima hora. Habíamos dormido en la pequeña y tranquila localidad de Klenovica. Al terminar el entrenamiento me di un baño en las cristalinas -y, a esas horas, frías- aguas de su playa. No hay mejor forma de empezar un día.
Tras desayunar, proseguimos nuestro camino hacia el sur. Nuestro primer alto del día fue en el Parque Nacional de Paklenica, donde nos adentramos durante algo más de una hora por el mayor de sus cañones. A mis compañeros de viaje les gustó bastante. Yo, por mi parte, creo que he visto demasiados lugares de montaña como para que me sorprendiese.


Nuestra siguiente parada fue Zadar, una ciudad que me decepcionó, pese a que ya iba sobre aviso de que no hacía justicia a la fama que tiene. Lo mejor de la ciudad fue escuchar el órgano construido junto al mar, cuyas notas son generadas por el vaivén de las olas.


Nuestra última parada del día fue Sibenik, cuya catedral es también patrimonio de la humanidad. Se trata de la construcción renacentista más importante del país. Más allá de eso, es uno de esos templos religiosos difíciles de encontrar, diferente y singular.



Sibenik me parece una población mucho más imprescindible que Zadar.



Esa noche dormimos junto al Parque Nacional de Krka, al que nos dirigimos a primera hora de la mañana. Es un lugar tremendamente espectacular. Las fotos hablan por sí solas. Para mí, el momento álgido del viaje.

En nuestra continuación hacia el sur del país, pudimos seguir contemplando a lo largo de la costa croata aguas y pueblos realmente vistosos.

Paramos a comer en Trogir, otro de los patrimonios de la humanidad del país.

Nuestro destino final del día era Split, el punto más al sur al que llegaríamos. Desechamos la idea de bajar hasta Dubrovnik, ya que está a tres horas de Split y nos hubiera supuesto una excursión de un día con demasiadas horas de coche. Ya tendré tiempo de ir y visitar la zona en el futuro.
El Palacio de Diocleciano, que se alza en el mismo centro histórico de Split, es también patrimonio de la humanidad. Este monumento romano se construyó entre los siglos III y IV d. C. y convierte a la ciudad en la más interesante de las que pudimos visitar.

Esa noche nos enteramos de que el Hajduk Split jugaba la fase previa de la Europaleague, así que decidimos pagar los once euros de la entrada para verlo perder con un equipo georgiano. Y luego la gente se mete con el Hércules… El público croata anima muchísimo más que el español, fue impresionante verlos botando todo el rato pese al espectáculo lamentable que daba su equipo sobre el césped. Eso sí, también bebían mucha más cerveza. MUCHA.

A la mañana siguiente fuimos al puerto para coger el ferry a la isla de Vis, desde donde visitaríamos la Cueva Azul de Bisevo. El ferry no es precisamente barato, a la altura de los noruegos. La visita a la cueva también es cara, unos 20 euros desde Vis. Por todos los gastos que acarrea, creo que no es una visita demasiado recomendable. La cueva es muy bonita, pero únicamente se está dos minutos dentro. Respecto a lo que son las islas, no creo que aporte mucho más que quedarse un día por la costa en tierra firme. Me recuerda a la frase del personaje de Roy Scheider en Tiburón, Brody: Es sólo una isla si se la ve desde el agua.

Eso sí, ver atardecer en el ferry no estuvo nada mal.

Antes de comenzar el regreso hacia Zagreb, aproveché la última mañana en Split para salir a correr al amanecer y así recorrer solo sus preciosas calles.


Y llegamos al Parque Nacional de Plitvice, el último patrimonio de la humanidad que visitaríamos, considerado uno de los lugares más bellos de Europa. Lo dejé para el final porque esperaba que me resultara lo mejor del viaje. Con unas expectativas tan altas no es de extrañar que me decepcionase un poco. Es un lugar realmente bonito, pero creo que la gran cantidad de gente, el calor y el bajo nivel de agua de las cascadas no ayudó. A ver si puedo volver en una época menos turística y calurosa. Aún así, viendo las fotos, habrá quien piense que estoy como un cencerro.




En nuestra última mañana decidimos hacer una incursión por Bosnia, donde todavía resuenan los ecos de la infame Guerra de los Balcanes. Lo más interesante de esta poco fructuosa excursión fue contemplar el cambio de paisaje al cruzar la frontera. No a causa de la naturaleza, si no porque en cada población, en lugar de una iglesia, el viajero puede observar el perfil de una mezquita. Curioso ver como la frontera política coincide con la religiosa.


La última parada del viaje fue Zagreb, la capital del país, que posee una arquitectura típica del centro de Europa y, por lo tanto, muy alejada de la del resto de las ciudades del país. He de decir que Zagreb me sorprendió gratamente. No me importó tener que tirar de mis compañeros de viaje por sus calles, los cuales deseaban poner rumbo al aeropuerto, donde la sorprendente presencia de unas hamacas nos hizo la noche mucho más llevadera.



En definitiva, Croacia es un país con posibilidades para todos los gustos y que no decepciona. Espero regresar en no demasiado tiempo a su región más meridional.